03. ¿Cómo lo reconoceré?

2017 Words
◦.◦°.∙: Rainy :∙.°◦.◦ Mientras esperaba que el delicioso brownie de chocolate se terminara de hornear, me pongo a revisar los recibos y cuentas que debo pagar en el mes, hasta que nuevamente me encuentro con el dichoso volante que pensé haber tirado. “Si sientes que en tu vida todo está saliendo mal, llámame. Scott Davis: cinco pasos para el éxito” —¡Pues sí!, ¡Sí siento que todo está saliendo mal! —exclamo, aliviada de haberlo dicho en voz alta, de una buena vez—. ¡Estoy cansada de tener una nube negra sobre mi cabeza! —grito, con mucho coraje—. Pero no me voy a rendir… ¡No como tú, madre! —Una solitaria lágrima desciende por mi mejilla, autoconvenciéndome, otra vez, que no podía rendirme y debía insistir. Pego con un imán el dichoso volante en la puerta de la nevera y me paseo de un lado a otro a lo largo de la cocina, mirándolo, como si esperara alguna señal divina para llamar al dichoso tipo y averiguar de qué se trataba su anuncio. El reloj del horno me saca de mis pensamientos y corro a sacar mi maravilloso brownie, para pasar el mal rato que había vivido unas horas atrás en la dichosa tienda. Me sirvo un delicioso café y corto un trozo, voy a la nevera para sacar un frasco de mermelada, deteniéndome una vez más frente al anuncio que con sus grandes letras, me invitaba a llamar por ayuda. —Está bien, Scott Davis… Saco el móvil del bolsillo de mi pantalón, cuando un estruendoso y ensordecedor ruido se escucha en la escalera del edificio, por lo que abro la puerta y me asomo a mirar. Nada a la vista en mi piso; me acerco a la escalera y miro hacia abajo y tampoco se ve nada. —¡Lo siento! —dice un hombre desde el piso de arriba, por lo que me asomo y lo veo levantándome la mano, como saludo. Nunca lo había visto en el edificio. Es bastante guapo—. Me llamo Ryan, creo que vamos a ser vecinos —Sonríe. Al menos se ve simpático. —¡Hola! —saludo—. Soy Rainy —respondo, por lo que vuelve a sonreír—. ¡Bienvenido! —Lo veo bajar las escaleras, para saludarnos frente a frente. Es bastante alto y muy guapo, mezcla extraña, para alguien que no me ha mirado feo a la primera. Extiende su mano, la cual estrecho. —Espero que nos llevemos bien, Rainy —Lo veo inhalar con fuerza—. Oye… eso huele muy bien —dice amistoso, por lo que volteo a ver a mi apartamento y sonrío. —Hice brownie de chocolate… ¿quieres probar un poco? —pregunto, esperando el rechazo instantáneo. Mira hacia arriba y luego a mí. —Dejaré el sofá que estoy intentando meter a mi apartamento y encantado te acepto ese brownie —dice sonriente. —¿Necesitas ayuda? —Me mira de arriba abajo y se encoje de hombros. —No te preocupes, pimpollito, ya hice el movimiento más complicado, sólo debo empujar el sofá en el interior y ya —Me guiña un ojo—. Termino eso y cuando menos lo esperes, estaré tocando a tu puerta —menciona con una amplia sonrisa. Me hace un asentimiento y sube las escaleras de dos en dos, mientras me pierdo en su bien trabajado cuerpo. —Vaya… —murmuro, entrando al apartamento y comenzando a ordenar. Por supuesto, me dejó plantada. Ryan nunca llegó, así que cuando me dispongo a guardar la mermelada en la nevera bufo al mirar el volante una vez más. —No sé si fue la mejor idea, pegarte aquí —Le digo al anuncio—. ¿Y qué tal si lo llamo? Tomo el móvil una vez más, marco los números que ahí aparecen y le doy al botón de llamada. Suena una, dos veces, cuando tocan a la puerta, por lo que me acerco a abrir sin despegar el teléfono de mi oreja y me sorprendo al ver a mi guapo y nuevo vecino. —Perdón por la demora, Rainy, pero me quise dar una ducha antes de venir —Se rasca la nuca y sonríe, por lo que lo hago pasar, agradeciendo haber ordenado un poco, antes. —¿Aló?, no le escucho, ¿podría hablar más fuerte? —Escucho una voz profunda al otro lado de la línea, y había olvidado por completo que estaba llamando por teléfono antes de abrir la puerta, por lo que cuelgo la llamada y pongo en silencio el móvil, para luego atender a mi invitado como corresponde. —Tienes bien bonito tu apartamento —Me halaga. —Gracias… hice lo que podría en este pequeño espacio —Me encojo de hombros y corto un trozo del brownie, metiéndolo al microondas para entibiarlo un poco, ya que se había enfriado. Le preparo un café y le sirvo, acercando la mermelada por si gusta. —¡Mmhhmmm! —exclama exageradamente, por lo que sonrío—. Me vas a tener que decir cuál es tu secreto, Rainy —pide, comiéndoselo con tanto gusto, que me siento bien de al menos, hacer algo bien en esta vida. —Pena… supongo —Alza una ceja en mi dirección sin comprender a lo que me refiero—. Cocinar con pena… —Aclaro y me hace un puchero adorable. —¿Cómo así?, ¿quién te hizo algo, pimpollito? —cuestiona y sonrío, ya que es la segunda vez que me dice así. —¿Pimpollito? —cuestiono intrigada. —No me lo tomes a mal, Rainy… —Sonríe—. Es de cariño, porque te veo tan chiquita, flaquita y bonita, que se me hace que te queda perfecto pimpollito —explica. —No soy tan pequeñita… acabo de cumplir los treinta hace poco —explico, sorprendiéndolo. Me comienza a contar cosas sobre su vida. Acaba de entrar a trabajar a un restaurant llamado “Frekles”, como chef, por lo que me sorprendió mucho el que me haya pedido la receta del brownie. Tiene treinta y cinco años, terminó hace dos años con su novia de toda la vida y decidió, después de todo este tiempo, comenzar de nuevo en esta ciudad, ya que antes vivía en New York y tras hablar con su jefe de allá, le mantuvo el empleo en el restaurant con sede aquí, en Los Ángeles. Conversamos hasta muy entrada la noche y la verdad es un tipo muy simpático, cosa que me sorprendió demasiado, al no mirarme raro, ni nada similar. Cuando le conté que llevaba tiempo desempleada, me dijo que lo esperara un tiempo para adaptarse a su nuevo trabajo, y ver si podía sugerirme para trabajar ahí, aunque sea, atendiendo las mesas, cosa que le agradecí mucho, antes de despedirlo. Armo mi sofá cama, pongo las sábanas, las cobijas y me acuesto con una gran sonrisa, ya que no me fue bien en el trabajo, pero al menos, hice un nuevo amigo. (…) La vibración constante en mi móvil me saca del profundo sueño en el que me encontraba, por lo que, sin mirar la pantalla, contesto. —¿Aló? —contesto, con la voz soñolienta. —Buenos días —Una voz de hombre muy profunda—. Ayer tuve una llamada desde este número, pero no conseguí escuchar nada y cuando intenté llamar, al parecer no conectaron las llamadas —explica, por lo que me siento de golpe en la cama, alejo el móvil de mi oreja y miro hacia la nevera, para encontrarme con el mismo número. Trago el nudo que se ha formado en mi garganta. —H-hola… sí —respondo insegura, ya que no sé qué decir ahora. —Creo que eres la primera mujer que me llama —Se ríe—. Será un placer ayudarte —menciona animado. —Y-yo, n-noo.. —Sisea, interrumpiéndome. —Mira, hagamos algo… ¿te parece si nos juntamos en una hora? —pregunta y no sé qué decir. Vamos, Rainy… ¿Qué pierdes?, de todos modos ibas a llamar ayer, antes de que llegara el guapo vecino. —Está bien… ¿dónde? —Accedo, esperando que no sea tan lejos de casa, como para no gastar tanto en llegar. —¿Te parece en la estación de metro Grand Park Station? —cuestiona y me alegra que sea en un lugar con mucha gente, ya que me da miedo que pueda ser un estafador o algo similar. —Sí, me parece… —respondo—. Por cierto, me llamo Rainy —menciono. —¡Cierto, ni siquiera te lo pregunté, perdón por eso! —Se ríe, y su risa es muy graciosa, por lo que me hace reír a mí—. Nos vemos en una hora —Cuando está por cortar, recuerdo que ni siquiera sé cómo es. —Señor Davis, ¿cómo lo reconoceré? —cuestiono, atropellando mis palabras. —No te preocupes, supongo que sin que te lo diga, lo harás —responde y corta la llamada. Una hora más tarde, estaba a las afueras de la estación, tal y como lo acordamos. Me había puesto unos jeans rectos, un suéter blanco y una chaqueta amarilla. Había dejado mi cabello suelto y por supuesto, mis mocasines amarillos. No sé si se los mencioné antes, pero el amarillo es mi color favorito, por si no lo han notado. Me compro un café en uno de los carritos a la salida del metro y miro hacia todos lados, buscando algún hombre que yo pueda imaginar, que sea Scott Davis. Por su tono de voz, imagino tendrá unos cuarenta o cuarenta y cinco años, así que me pongo a mirar a mi alrededor por si encuentro alguien de esa edad, caminando cerca de mí. Miro la hora y ya han transcurrido quince minutos, lo que me tiene muy ansiosa. Además, que odio la impuntualidad, no es para nada profesional. Se viene acercando a mí un hombre muy alto con una chaqueta negra y la capucha puesta, ocultando su rostro bajo unos lentes oscuros y una apariencia para nada prometedora. Lentamente comienzo a retroceder, buscando ayuda con la mirada a quienquiera que esté cerca, dando pasos a ciegas hacia atrás, sin perder de vista al hombre que sigue avanzando hacia mí. Siento haber pisado algo en el suelo, por lo que al mirar de qué trata, tropiezo con algo, cayendo de trasero al suelo y volteando mi café sobre mí. ¿Ya empezamos, Rainy?, ¿Cómo huirás de ese sujeto ahora? —¿Rainy?, ¿estás bien? —Pregunta el hombre del que estaba huyendo, por lo que alzo la mirada y se baja los lentes, encontrándome con un par de ojos celestes que me miran con intensidad, algunos mechones de un rubio y largo cabello se escapan de la capucha. Alza una de sus cejas y estira la mano para ayudarme a levantar, lo que hace rápidamente de un tirón. No sé cuánto mide, pero me intimida su tamaño y sobre todo su apariencia, poniéndome aún más nerviosa, por lo que, si asiente a la pregunta que le voy a hacer ahora, no sé qué será de mí, con un hombre como este. —¿Señor Davis? —cuestiono, mientras me sacudo el café de encima, intentando limpiarlo con un pañuelo desechable, para disimular los nervios. Levanto la vista una vez más y simplemente asiente en mi dirección. ¡Mierda! —Scott Davis, un placer, Rainy —dice, poniéndose nuevamente los lentes y haciéndome un ademán para que nos pongamos a caminar. ¿Iré con él?, o ¿me retracto en el acto?, ¿qué harían ustedes? ¡Ayudaaaaa!
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