Casa Valverde. 07:45. Francisco entró en el salón principal como una tormenta sin rayos, pero con el mismo potencial de arrasar. La abuela lo esperaba, sentada como siempre en su butaca de respaldo alto, los dedos entrelazados sobre el bastón que ya no necesitaba tanto como le gustaba fingir. —¿Por qué nunca me lo dijiste? La abuela no preguntó a qué se refería. Solo lo miró como se mira a un hijo que ha abierto un cajón prohibido. —¿Qué es lo que crees saber? —Laura… —Francisco tragó saliva—. Es hija de Carmen. —Eso ya lo sabías. —No con todos los detalles. No con esta carga. ¿Por qué la odias tanto? —Porque me quitó a alguien —respondió ella sin pestañear—. Y porque su sola existencia me recuerda que hasta los mejores caen cuando olvidan a qué apellido pertenecen. Francisco se i

