Clínica privada. 07:00 Laura abría cada mañana los ojos con una mezcla de agradecimiento y extrañeza. Seguía sin acostumbrarse al silencio. Nadie gritaba su nombre. Nadie la obligaba a correr. Nadie la miraba como si estorbara. En esa rutina calmada, su cuerpo había comenzado a sanar. Pero su alma... su alma seguía recogiendo los pedazos. Caminaba por los pasillos con bata blanca y pasos suaves. A veces le costaba reconocerse en el reflejo de los ventanales. En los corredores de la clínica, comenzó a ayudar a otros pacientes. No era su función. No tenía título. Pero observaba. Aprendía. Tomaba notas. A veces corregía errores mínimos que otros no veían. Lo hacía sin alardes, como quien aún no está segura de merecer siquiera estar allí. Clara, su enfermera, la alentaba con delicadeza, sin

