Habitación 318 09:15 La abuela Valverde entró sin tocar, como si el lugar le perteneciera. Su abrigo de paño oscuro contrastaba con la frialdad clínica del despacho, y el bastón —más simbólico que necesario— marcaba un ritmo autoritario sobre el suelo. Francisco estaba de pie junto a la ventana, los brazos cruzados, la mirada perdida entre los edificios. —Debemos irnos —declaró sin preámbulos—. Al extranjero. Francia, quizás. Un retiro discreto mientras se restablece. Hay que proteger el apellido. Y lo que queda de tu dignidad. Francisco no reaccionó de inmediato. Solo bajó los ojos, como si aquellas palabras ya no tuvieran el mismo peso que antes. —¿Sabes? Tenías razón —dijo, con voz seca—. El amor es un lujo que no todos pueden permitirse. La puerta se abrió. Mara apareció con paso

