Un poco más de dos semanas después, Sarah, Lindsay y yo estacionamos en la calle suburbana y nos dirigimos a la fiesta en la casa grande en la que vivían Ross, Grace y sus hijos. Había al menos otros tres docenas de autos estacionados cerca, así que sabía que no éramos los primeros, y probablemente no los últimos.
Un cartel en la puerta principal decía: «Entra, atraviesa la casa y sal al patio trasero». Lo hicimos, y una vez en el patio, Ross nos dio la bienvenida enseguida. Nunca lo había visto tan relajado y fue súper cordial con Sarah y Lindsay. Volví a especular que había estado viendo algunos de sus videos en línea. Sin duda, las observó detenidamente cuando no estaban mirando.
El patio, el jardín trasero y la piscina estaban llenos de gente de la empresa, algunos vecinos y unos die
