PRÓLOGO

1133 Words
PRÓLOGO Esta iba a ser la última vez que promocionaba uno de sus libros en un pueblo ínfimo del que nadie había oído hablar jamás. Tenía que hablar con su director de publicidad y decirle que solo porque un pueblo contara con una librería, eso no lo convertía en una metrópolis. Puede que pedir tal cosa le hiciera parecer una diva llena de exigencias, pero lo cierto es que no le importaba. Eran las 10:35 de la noche y Delores Manning iba conduciendo por una carretera de doble sentido en algún lugar de Iowa dejado de la mano de Dios. Era perfectamente consciente de que había tomado una curva equivocada unas diez millas atrás porque había sucedido poco tiempo después de que su GPS le hubiera dejado tirada. No había ninguna señal. Por supuesto. Era la guinda en el pastel de lo que había sido un fin de semana terrible. Delores había permanecido en este tramo de carretera al menos diez minutos. No había visto ninguna señal de parada, ni casas, nada de nada. Solamente árboles y un cielo nocturno sorprendentemente hermoso encima de su cabeza. Estaba pensando seriamente en pararse en medio de la carretera y darse la vuelta. Cuanto más pensaba en ello, mejor idea le parecía. Estaba a punto de pisar el freno para detenerse cuando el sonido de un reventón invadió el coche. Delores chilló de miedo y sorpresa, pero su grito fue apagado por el repentino paf del coche cuando descendió varias pulgadas y se viró hacia la izquierda bruscamente. Se las arregló para más o menos enderezar el rumbo del coche pero se dio cuenta de que no podía luchar contra ello—el coche se quedaba atrás. Renunciando a la lucha, se las arregló para dirigir el coche a un lado de la carretera, aparcando más de la mitad del coche fuera del asfalto. Encendió sus luces intermitentes y dejó salir un hondo suspiro. “Mierda,” dijo. Eso sonaba como un neumático, pensó para sí. Y si es así… diablos, ni siquiera recuerdo si tengo uno de repuesto en el maletero. Esto me pasa por ir a todas partes en esta trampa mortal de coche. Estás a punto de convertirte en una escritora importante, chica. Puedes gastarte algo de dinero en aviones y coches de alquiler de vez en cuando, ¿no? Desbloqueó la puerta del maletero, abrió su portezuela, y salió del coche en medio de la noche. Había un frescor en el ambiente, ya que el invierno se cernía sobre el Medio Oeste, entrando a hurtadillas tras el otoño. Se ciñó el abrigo alrededor del cuerpo y después sacó su teléfono móvil. No le sorprendió lo más mínimo encontrarse con que no tenía cobertura; había visto el mismo mensaje durante los últimos veinte minutos más o menos, desde el momento en que su GPS había dejado de funcionar. Echó una ojeada a sus neumáticos y vio que los neumáticos delantero y trasero del lado del conductor habían pinchado. Es más, estaban aplastados. Divisó algo que centelleaba en el neumático delantero y se agachó para ver de qué se trataba. Cristal, pensó. ¿En serio? ¿Cómo es posible que un cristal me pinchara los neumáticos? Miró a la rueda de atrás y vio que había varias esquirlas de cristal sobresaliendo de ella. Volvió la vista hacia la carretera y no vio señales de nada, claro que eso no significaba gran cosa porque la luna estaba más bien oculta detrás de las copas de los árboles y la noche era oscura como el carbón. Se fue hacia el maletero, sabiendo de sobra que daría igual lo que se pudiera encontrar. Hasta en el caso de que allí atrás hubiera un neumático de reemplazo, necesitaba dos. Furiosa y un tanto asustada, dio un portazo al maletero, sin molestarse en mirar. Agarró su teléfono y, sintiéndose como una idiota, se encaramó sobre el maletero. Elevó el teléfono con el brazo, con la esperanza de que mostrara al menos una barra de cobertura. Nada. Que no te entre el pánico, pensó. Es cierto, estás en medio de ninguna parte, pero alguien aparecerá en algún momento. Todos los caminos llevan a algún lugar, ¿no es cierto? Incapaz de creer cómo había transcurrido este fin de semana, regresó al interior de su coche, donde la calefacción todavía seguía realizando su tarea. Posicionó su espejo retrovisor para poder ver las luces de unos focos aproximándose por detrás y entonces miró hacia delante para estar al tanto de los que pudieran venir por delante. Mientras reflexionaba sobre la fallida promoción de su libro, la leve confusión del departamento de publicidad, y su problema más reciente de los dos neumáticos pinchados a un lado de la carretera, divisó unos focos que se aproximaban por delante de ella. Solo había estado esperando siete minutos, así que se dio por afortunada. Abrió su portezuela, y encendió la luz de techo para que se uniera a las luces intermitentes de emergencia. Salió del coche y se quedó cerca de él, haciendo señales con las manos al camión que se acercaba para que se detuviera. Se sintió aliviada de inmediato cuando vio que se estaba deteniendo. Se desvió hacia su carril y aparcó con el morro frente al morro de su coche. El conductor encendió sus luces de emergencia y entonces salió del vehículo. “Qué hay,” dijo el hombre de cuarenta y tantos años que se había bajado del camión. “Hola,” dijo Delores. Ella le examinó, todavía demasiado molesta por la situación como para tomar precauciones frente a un desconocido cualquiera que se había detenido para ayudarle a estas horas de la noche. “¿Problemas con el coche?” preguntó él. “Millones de ellos,” dijo Delores, señalando a sus neumáticos. “Dos ruedas pinchadas a la vez. ¿Puede creerlo?” “Oh, eso es terrible,” dijo él. “¿Ya ha llamado a Triple A o a un taller o algo así?” “No tengo cobertura,” dijo ella. Estuvo a punto de añadir No es que sea exactamente de por aquí, pero decidió no hacerlo. “Bueno, puede utilizar el mío,” dijo él. “Aquí por lo general tengo al menos dos barras.” El dio un paso hacia delante, buscando el teléfono en su bolsillo. Solo que no fue un teléfono lo que sacó. Ella estaba realmente muy confundida por lo que tenía delante de sus ojos. No tenía sentido. No se podía imaginar de qué se trataba y— De repente, venía hacia su rostro, a toda velocidad. Una décima de segundo antes de que le golpeara, pudo ver la forma y el brillo de lo que se había puesto encima de sus dedos. Manoplas de hierro. Escuchó el sonido que hicieron al golpearle en la frente, sintió una punzada de dolor, al instante le fallaron las rodillas, y sintió como se derrumbaba en el duro asfalto. Lo último de lo que fue consciente fue de cómo el hombre extendía su mano hacia ella casi con afecto, con los faros todavía cegando su vista, antes de que el mundo ennegreciera del todo.
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