Llegó a la puerta de embarque. Mientras esperaba a ser atendida echó un vistazo a su alrededor. Familias, parejas, amigos. Neoyorquinos, españoles y diversas nacionalidades se entremezclaban entre aquellos asientos. Algunos mataban el tiempo hablando, durmiendo o en su smartphone.
-Tiene que esperar hasta que el último pasajero esté a bordo, de momento está completo. Esperemos que haya suerte y alguien no se presente, le llamaremos.
-Ah vaya, vale, esperaré por aquí, gracias.
Siempre el mismo protocolo. La tensión del last minute. No le gustaba nada aquella sensación pero con el paso de los años se había acostumbrado a ella.
Y mientras dirigía hacia unas mesas altas con vista hacia la pista de aterrizaje, sus ojos se toparon con él. Junto al mostrador, un chico de unos treinta y pocos, pelirrojo, broceado por el sol. Pero lo que más le llamó la atención es que estaba escribiendo. No acostumbraba a ver personas como ella, que escribiese a la mínima oportunidad que tuviese. Era zurdo y parecía concentrado en las palabras que diseñaba sobre aquel cuaderno n***o. Se fijó ligeramente en su caligrafía -cursiva-. Viajaba solo. De repente su mente inconscientemente pasó a realizar automáticamente la check list:
- Escribe
- Es atractivo
- Es valiente y aventurero: viaja solo
Durante una fracción de segundo no pudo quitar los ojos de él. Él levantó la mirada y sus ojos se cruzaron durante unas milésimas de segundo.
No está bien visto que las mujeres miren o intimiden a los hombres, no les sostengas la mirada. Deja que sean ellos quienes te busquen, quienes intenten mantener el contacto visual. Si eres demasiado intensa, aunque sea con la mirada, vas a asustarle. Intenta disimular. Mira hacia otro lado, mantente ocupada, actúa como si no existiera. Recordaba a la perfección la lista de consejos y recomendaciones nunca escritas sobre cómo conquistar a un hombre. Era una especie de guía que circulaba boca a boca entre las mujeres, compartido de unas amigas a otras sobre cómo debía comportarse una mujer para conseguir pareja.
Paradójicamente, cuanto más te interesaba una persona -un hombre-, más desinteresada debías parecer ante él. Había aprendido o más bien, seguía en el proceso de aprender a luchar contra sus impulsos y emociones. Las mujeres debían reprimir sus emociones. Debían esperar a que fuese él el que diese el primer paso. Si no era así, nunca llegaríamos a ninguna parte juntos, huyendo incluso antes de mantener el primer contacto.
Acostumbrada como estaba ya a aquella dinámica, retrocedió y se sentó frente a él. Sacó su ordenador e intentó concentrarse en la escritura de aquel momento. Quería mostrarle, de forma inocente, que ambos compartían más de lo que sabían. Ambos viajaban solos, ambos escribían, a ambos les gustaba el deporte. Empezó a teclear sin levantar la vista de la pantalla. A ratos podía sentir la mirada curiosa de él. Tímidamente la miraba mientras ella seguía tecleando. ¿Habría causado en él la misma sensación? ¿Existía el amor a primera vista sobre el que tantas veces habían escrito ambos?