Capítulo 2

1579 Words
—¡Fuiste tú y no te atrevas a negarlo! —grité, todavía con el corazón latiéndome de rabia. —¿Quién es esta enana loca? —preguntó el idiota, mirándome de arriba abajo con un tono tan desdeñoso que me dieron ganas de arrancarle una ceja. Sentí que mis mejillas se encendían. ¡Ese maldito imbécil me había llamado enana loca! No solo me bañó con agua sucia, ¡sino que ahora se burlaba de mi estatura y me decía loca! Apreté los puños con fuerza. —¿Loca yo? ¡Tú eres el que conduce como un jodido loco! ¡Y el culpable de esto! —dije, señalando las manchas de barro en mi falda. —Ah, así que eras tú —se atrevió a decir con una sonrisa burlona, prepotente, de esas que dan ganas de estamparle el rostro contra la pared. Estaba a punto de lanzarle una respuesta cuando escuché a alguien aclararse la garganta. ¡Santa mierda! De golpe recordé dónde estaba. Me había dejado llevar por la ira, había gritado como una desquiciada... ¡y justo frente a la persona que podía contratarme! Ni siquiera sabía cómo se llamaba aquel hombre arrogante, pero ya lo odiaba con toda mi alma. —Marcus, ¿así que fuiste tú el culpable de que la señorita llegara a su entrevista en ese estado? —preguntó el señor Larsson con una expresión inescrutable. No parecía sorprendido, ni molesto… simplemente analítico. Marcus —así se llamaba el muy bastardo— se encogió de hombros. —Fue un accidente. —¿Y tuviste la amabilidad de detenerte a ofrecer ayuda o disculparte al menos? —replicó con calma. —Sí, claro —intervine indignada—. ¡Para él fue muy gracioso! ¡El muy idiota se rió de mí! —bufé cruzándome de brazos. Marcus rodó los ojos y me ignoró. —Dijiste que debía llegar temprano a la empresa, Enrique, así que no podía perder el tiempo con eso —dijo con toda la tranquilidad del mundo. El señor Larsson le lanzó una mirada severa. —Soy tu padre, y me debes respeto. No vuelvas a llamarme por mi nombre, ¿entendido? Marcus asintió con el ceño fruncido, claramente molesto por el regaño. ¿Su padre? Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abrir la boca del asombro. ¿Cómo diablos un hombre tan educado, elegante y razonable podía tener por hijo a semejante energúmeno arrogante? —Bien, ahora pídele disculpas a Alexa —ordenó el señor Larsson. —¿Disculpa? —repitió Marcus con incredulidad. —Que se escuche sincero —añadió su padre, revisando mi currículum con total serenidad, como si no acabara de presenciar una telenovela en vivo. Marcus me miró con esa maldita arrogancia suya y dijo: —Primero muerto antes de pedirle disculpas a una persona como tú. Le devolví la mirada, llena de furia. —Ya veo… no podía esperar otra cosa de un arrogante imbécil como tú. —¡Cuida tus palabras cuando te dirijas a mí! —gruñó, acercándose peligrosamente. Pero yo no me moví ni un milímetro. —¿Y si no lo hago, qué? —le respondí con una sonrisa desafiante. —¡Basta! —ordenó el señor Larsson, y Marcus finalmente se dio la vuelta, saliendo con un portazo que hizo temblar los cristales. El señor Larsson negó con la cabeza, apretando los labios en una línea de disgusto. —Excusa a mi hijo, por favor, Alexa. —No se preocupe, señor —dije intentando sonar tranquila—. No esperaba que realmente se disculpara conmigo. Y le pido perdón por mi comportamiento también, me dejé llevar por el momento. Claro, en mi mente lo que realmente deseaba era que una trituradora pasara por encima de su maldito Mercedes y lo dejara peor que el coche de los Weasley cuando cayó en el Sauce Boxeador. —Toma asiento —me indicó el señor Larsson, con amabilidad renovada—. Aquí dice que estudiaste Administración. Lo miré sorprendida. ¿En serio íbamos a seguir con la entrevista después de todo ese desastre? Tal vez mi suerte no estaba tan arruinada como creía. Aunque tener que verle la odiosa cara a ese sujeto todos los días sí sería una maldición. —Sí, señor —respondí—. Estudié Administración, aunque no he podido ejercer aún. No he tenido suerte para encontrar un trabajo relacionado con mi carrera. —Sin embargo, te graduaste con honores —dijo revisando los documentos—. Eso es bueno y suficiente para mí. Podría darte el contrato de inmediato, pero antes debes conocer algunos detalles. —Por supuesto —asentí, con el corazón latiendo fuerte de emoción. —Alexa, el puesto vacante es para ser asistente de mi hijo. Sentí que el alma se me caía al suelo. Fue como una patada directa en la cara. —¿Qué? —alcancé a murmurar mentalmente—. ¡No, jodidamente no! ¿Por qué me tenían que pasar todas las desgracias en un solo día? ¡Joder! Prefería terminar barriendo calles antes que trabajar para ese prepotente idiota. —En ese caso… muchas gracias por su tiempo, señor Larsson. Creo que debo retirarme —dije, haciendo el ademán de levantarme. —Tranquila, espera un momento —me detuvo él con una sonrisa amable—. Sé que no debe ser agradable para ti tener que trabajar justamente con el hombre que… bueno —hizo una mueca—, que te empapó. Pero sinceramente creo que no hay nadie mejor que tú para ese puesto. No pude evitar soltar una risa incrédula. —Está bastante equivocado. No podría trabajar con un hombre que se cree el ombligo del mundo. El señor Larsson —Enrique, como lo había llamado su hijo— suspiró. —Sé que Marcus no es la persona más agradable. A veces se porta como un… —Imbécil —murmuré sin pensar, y quise morderme la lengua de inmediato. A veces mi boca tenía vida propia. Para mi sorpresa, él sonrió. —Sí, a veces lo es. Pero lo necesito aquí. Estoy pensando en retirarme y dejarle el manejo de la compañía. "Con la actitud de ese, estarán en la quiebra en menos de un año", pensé. O al menos eso creí que había pensado, hasta que vi la expresión divertida del señor Larsson. Genial, lo había dicho en voz alta. —Eres franca. Eso me gusta —comentó él, sin molestarse lo más mínimo—. Marcus es brillante y muy bueno para los negocios, sin embargo… aunque para dirigir esta empresa se necesita carácter, me temo que él tiende a ser demasiado arrogante, y eso puede traer problemas. Arrogante era poco. Ese hombre era un completo desgraciado con traje caro. —Aún no entiendo por qué piensa que yo sería una buena asistente para su hijo —admití, cruzándome de brazos. —Eres la primera persona que he visto enfrentarlo de esa manera —respondió él con calma—. Marcus puede ser implacable. Suele intimidar a sus asistentes hasta que renuncian. En los últimos tres meses ha tenido cinco asistentes, y sinceramente, mi tiempo se está agotando. Necesito que su mano derecha sea alguien que lo ayude… pero también que lo mantenga con los pies en la tierra. —¿Cinco asistentes en tres meses? —repetí incrédula—. Jodido imbécil… —susurré entre dientes. —Entiendo tu punto —continuó el señor Larsson, ignorando mi comentario—, pero me gustaría que lo consideraras. Quiero que tengas un trabajo estable, y puedo garantizarte que lo será. Negué con la cabeza. —Con todo respeto, señor, me gustaría un trabajo que no me haga perder la salud mental. Y con su hijo eso sería imposible. Además, estoy segura de que él tampoco querría trabajar conmigo. Él no pareció inmutarse. —Pongámoslo de esta manera —dijo mientras comenzaba a teclear en su computadora—: tú no trabajarás directamente para él. Yo seré tu contratante, yo pagaré tu sueldo, y tendrás autoridad para ponerlo en su sitio cuando sea necesario. Marcus no podrá despedirte. Arqueé una ceja. Okay… eso no me lo esperaba. El señor Larsson dejó de escribir, se levantó y fue a tomar unos documentos recién impresos. —Me retiraré dentro de seis meses. Este contrato es por ese periodo. Si al final de esos seis meses no lograste adaptarte a trabajar con mi hijo, puedes renunciar sin problema. Me entregó las hojas, y aunque en mi cabeza estaba cien por ciento segura de que no aceptaría ni en un millón de años ese maldito trabajo, me tomé el tiempo de leerlas. Y entonces lo vi. La cifra del sueldo. Se me abrieron los ojos de par en par. —Señor Larsson… creo que añadió unos ceros de más al salario. —No —respondió con total calma—. Sé exactamente la cifra que puse. Soportar a Marcus merece una buena paga. Tragué saliva. La jodida tentación empezó a deslizarse en mi mente. Con ese sueldo podría pagar mis deudas, saldar los meses atrasados de la renta, mudarme a un lugar mejor, comprarle lo que sea a Piki y hasta ayudar a mamá. Mierda. No iba a encontrar otro trabajo que pagara tanto. Pero también tendría que aguantar al idiota de Marcus durante seis largos meses. El señor Larsson me observó con una sonrisa astuta. —¿Qué dices, Alexa?
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