Albana no podía creer su suerte. Había buscado el baño entre las miles de habitaciones, había logrado quitarse algo de maquillaje y se sentía un poco más presentable, pero cuando estaba dispuesta a regresar a la fiesta el mismo hombre de seguridad que la había observado con incredulidad al ingresar, la había llamado con disimulo.
-Señorita, hay un hombre que la busca, será mejor que salga usted, no podemos dejarlo entrar.- le había anunciado y ella totalmente desconcertada había seguido su brazo en la dirección contraria a la vez anterior para descubrir aquel auto odioso y sentir cómo sus sueños se quebraban antes de haber podido comenzar.
-¿Qué estás haciendo acá? ¿Cómo me encontraste?- le preguntó sin siquiera saludar a la única persona de su familia que no le caía nada bien.
-Hola, primita, ¿no vas a saludarme después de tanto tiempo?- le recriminó Edgardo, el hijo del hermano de su padre que lamentablemente ya no vivía.
Edgardo se había ido de Neuquén antes de cumplir los 18 años, sin poder terminar sus estudios, habiendo incursionado en las malas compañías y dándole más disgustos que alegría a su padre, quien luego de ser abandonado por su esposa, había hecho lo que había podido, resultando bastante poco a juzgar por la historia que ella conocía.
Luego de la muerte del padre de Edgardo, el padre de Albana había intentado recibirlo en su casa. Le había pedido que se quedara en Neuquén con ellos y Edgardo había estado apunto de aceptar, pero luego la vida lo había colocado en un lugar estratégico, ofreciéndole una oportunidad de dinero fácil, que si bien lo alejaba de su única familia, se volvió demasiado tentadora.
Con una información demasiado dolorosa, había obtenido dinero durante años. Otro de los injustos precios que su padre había tenido que pagar por aquella fatalidad, uno que no había tenido más opción que pagar hasta que misteriosamente, la cuenta parecía haber sido saldada.
Albana llevaba seis años sin saber de su primo y el miserable había escogido el día de su estreno para regresar a su vida.
-Me enteré que te volviste famosa, primita.- le dijo al no recibir respuesta.
-¿Qué queres? - preguntó Albana conteniendo los deseos de darle una bofetada por los años de extorsión que su padre había sufrido por su culpa.
-Lo que me corresponde.- respondió dejando el sarcasmo de lado para ir al grano, la pequeña Albana que había conocido había crecido, ya no era una adolescente manipulable, y si ella había decidido madurar, ahora debía enfrentar las consecuencias.
-No te corresponde nada, sos una basura, mi papá te abrió las puertas de su casa y vos lo traicionaste.- le respondió acercándose para no gritar, mientras apretaba sus dientes con furia y sus ojos se volvían más brillantes.
-Si tu papito no se hubiera portado mal no estarías en este embrollo, campanita.- le dijo alzando su mano para tocar una de las mariposas de su cabello.
Albana no quería pensar en el pasado, no quería recordar lo vivido, nunca había desconfiado de su padre aunque toda la evidencia estuviera en su contra y esta no iba a ser la primera vez.
-¿Cuánto queres?- le preguntó dispuesta a dar por finalizado el tema, aunque en ese momento no tuviera ni un peso para regresar a su casa.
-La mitad de lo que ganas cada mes, y no vayas a mentirme porque conozco tu contrato, sabes que puedo destruir tu carrera en un segundo si hablo, de hecho podría comenzar ahora.- dijo tomando su teléfono con intenciones de tomar una fotografía.
Albana comenzó a desesperar, no quería que la relacionaran con el, no le importaba su carrera, la dejaría de lado en un minuto si eso pudiera salvar a su padre, pero al parecer nada podía hacerlo, debía acceder, debía entregarle el dinero y pagar por su silencio.
Edgardo vio el instante en el que la había atrapado y no dudó darse por satisfecho, desistió de la fotografía y avanzó hacia su auto.
-Esperá, prometeme que no vas a decir nada. ¡Esperá!- le dijo conteniendo los deseos de gritarle mientras él se subía al auto.
-No tengo el dinero ahora, tenes que esperar a que me paguen.- agregó a través de la ventanilla que su primo no dudó en subir.
-No hagas ninguna boludes, Albita. Puedo destruirte con un solo click.- le dijo para luego acelerar y dejarla con el corazón en la boca y las manos temblorosas.
¿Por qué la vida tenía esa forma de demostrar su poder? ¿Por qué elegía el momento más feliz de su vida para enfrentarla a su mayor temor?
Con su cabeza hacia arriba secó sus lágrimas con el dorso de su mano y los brillos que se desplazaron por su piel le robaron una sonrisa. Definitivamente el no haberse tomado el tiempo para cambiarse había sido un grave error, pensó, justo cuando una motocicleta se detenía delante de ella.
-¿Necesitas que te saque de acá?- preguntó Gael, mirándola a través de la abertura del casco sin que ella pudiera descifrar si hablaba en serio o de nuevo intentaba reírse de ella.