"¿Tenía razón?", preguntó Tanner. "¿Estaba haciendo el amor?" "Tenías razón. No había nada de hacer el amor allí." "Dilo entonces. Dime qué fue." Odiaba la palabra. Follar. Era una palabra desagradable. Una palabra sin amor, respeto ni alegría. Era dura, brutal, aguda y animal, pero tenía razón. Describía a la perfección lo que acabábamos de hacer. Me había follado y me había gustado. No fue tan tierno y amoroso como nuestra primera vez, pero me hizo llegar al clímax dos veces. "Fue jodido", admití, todavía odiando la palabra. Poco sabía entonces lo familiarizado que me volvería con la palabra, el acto, de follar. Follar como animales. No extrayendo placer del cuerpo de otra persona, sino forzándolo, arrancándolo, sin importar lo que quisiera o deseara. Me familiarizaría mucho con el

