Date prisa, Brooke. Te están esperando.
Tomé la camisa que me había puesto esta mañana, secándome las lágrimas, la baba y el semen de la cara, con la esperanza de no mancharme demasiado el maquillaje. Volví a ponerme la camisa, cerré la puerta lateral con llave, abrí la puerta de entrada y miré a mi padre, que esperaba con impaciencia.
—Has estado llorando —dijo—. ¿Qué te pasa?
Lágrimas de alegría, papi. He esperado este momento toda mi vida. Por eso tardé tanto en responder. Tuve que recomponerme. Ya estoy bien. ¿Me veo bien?
Me miró con recelo. "Salvo por el ceño fruncido y los ojos hinchados, te ves bien. Sonríe, cariño. Se supone que este es un día de bendición, de alegría. Pareces como si alguien acabara de matar a tu cachorro".
Lo hice. Sonreí de oreja a oreja, paralizada. Cerré
