Mira que eres linda

2298 Words
Antes de comenzar, me gustaría dejar una nota: Esta historia es un borrador, por lo que es muy posible que se presenten fe de erratas, las cuales se irán corrigiendo conforme se lleven a cabo las correcciones. Para saber más sobre mis historias, te invito a unirte al grupo "Novelas de Carmen Solís". *********************** Existen vivencias que quedan marcadas en tu vida, como hierro al rojo vivo que quema el corazón, eso lo tengo muy claro. Esta es la historia de un amor que dejó su cicatriz en mí desde que inició hasta el día de hoy. Recuerdo bien cómo empezó todo. Corría el año de 1947. Yo tenía diecinueve años recién cumplidos y había regresado a mi pueblito por las vacaciones de verano. Estudiaba en la capital de uno de los estados más tradicionalistas de la República Mexicana. Eran ocho horas de camino y solo se podía llegar primero en carreta hasta llegar al ferrocarril porque no pasaba otro medio de transporte ni contábamos con automóvil. Así que solo visitaba a mi familia durante las vacaciones. Mi hermano, Sebastián, era un año menor que yo y mi madre insistió en que lo acompañara a un baile apenas al segundo día de llegar. Él era muy distinto a mí, siempre fue considerado como el que tenía mejor porte de los siete hermanos varones, el que conquistaba corazones y luego éramos los demás los que limpiábamos sus tropezones. Cuando yo todavía vivía en casa vi llegar a más de una muchacha a la puerta en pleno llanto porque él las había dejado sin más explicaciones. Descansé de esos desplantes cuando por fin me mudé. Ese día Sebastián tenía una cita con una joven. Yo la conocía muy poco. Vivía al final de la calle Laureles y era la hija del alcalde, la mayor de seis hermanos y solo sabía que era una niña muy alegre, pero no me la había topado en casi tres años porque no me gustaba salir tanto. En ese momento pensé que mi hermano estaba buscándose problemas grandes porque su padre era famoso por tener la mecha corta. Debo decir que lo que pasó en esa salida jamás lo imaginé. Llegué después para que no se viera tan obvio que lo cuidaba, o, mejor dicho, que cuidaba a la joven que pretendía. Apenas iba entrando a la cancha, que era donde se llevaba a cabo el baile, y los vi a lo lejos. Elegí mantener distancia para no incomodar. Decidí comprar una tlayuda cuando, sin imaginarlo, la vi caminar hasta la puerta principal. Reconocí su ropa enseguida: un bonito vestido n***o con bordado a mano, el cual era de los caros; pero eso no me sorprendió porque sabía que de dinero no carecían. Por la manera en la que daba las pisadas supe que iba furiosa. ¿Quién lo diría? ¡La cita fue todo un fracaso! Yo tenía muy claro que mi hermano era un patán y pensé que ella tuvo la suficiente dignidad como para rechazar algún ofrecimiento indecente que seguro le hizo. La jovencita ni siquiera dudó y se atrevió a dejarlo e irse sola a casa. Estaba por iniciar el baile, el grupo ya se encontraba listo. No llevé cita porque iba de chaperón, y también porque me costaba trabajo conseguir una. Por un momento me quedé bloqueado, ¡aquello no me lo esperaba! Su casa se ubicaba a más de cinco cuadras y por esos tiempos la iluminación era muy poca. ¡Sebastián no la siguió!, cosa que me pareció una gran falta de respeto. Nuestros padres me insistieron en no dejarlo hacer groserías, así que me tocaba intervenir. Mi padre le daría una buena lección si se le ocurría faltarle al respeto a esa niña. Y seguro me la daría a mí si no ayudaba a medio arreglar lo que acababa de pasar. Me impresionó que no le diera miedo caminar sola por la calle vacía y fui detrás de ella. —Señorita Amalia —grité cuando la tuve a pocos metros y vi que ella se dio la vuelta para conocer al dueño de la voz. Si alguna vez llegué a cuestionar la veracidad del tan anhelado “amor a primera vista”, con solo voltear, todas las dudas se esfumaron. Allí estaba la prueba y mis ojos se encargaron de retratar con sumo detalle su figura completa. ¿Cuándo creció tanto?, «me pregunté al sentir mi corazón latir con más fuerza». ¿Por qué no atrajo mi atención antes? Si siendo un pueblo tan pequeño nos conocíamos casi todos. —Dígame —exclamó con poco interés. Parecía que intentaba recordar mi cara, pero creo que no tuvo éxito. —¿Se acuerda de mí? —solté nervioso, acercándome y extendiéndole la mano. Allí la vi acercarse también. ¡Ese caminar! ¡Dios! ¡Ese caminar fue el que terminó por meterla en mi mente por completo!—. Soy Esteban, hermano de Sebastián. Quiero suponer que la ha incomodado y usted ha tenido el valor de ponerlo en su lugar. Me sentí afortunado de que no respondiera la pregunta sobre mi identidad porque me habría causado vergüenza. —Lo siento. —Aceptó mi saludo con algo de desconfianza—. Perdóneme, caballero, pero no suelo permitir que me falten al respeto. Su mano era tan suave que tuve que hacer un tremendo esfuerzo para soltarla. —Hizo bien. Dígame, ¿ya se iba? De pronto me regaló una sonrisa tan bella, una tan natural que logró que me gustara todavía más —Sí. —Permítame acompañarla a su casa. No es bueno que una señorita camine sola a estas horas de la noche. —No se moleste. Ella trató de irse, pero no podía dejarla ir por dos motivos: mi compromiso de hacerla llegar sana y salva a su casa, y porque intentaría conocerla mejor, por lo que me interpuse en su camino con la mejor educación posible. —Debo insistir ya que he venido con el único objeto de ser su protector… —¡Tenía que ser yo y mi estupidez!—, chaperón, quise decir chaperón. Es vergonzoso, pero me lo han dejado encargado. Creo que la consideran una joven de casa y conocen a mi hermano. Le pido una disculpa por los inconvenientes. —Está bien, pero solo voy a permitirle que me acompañe hasta la esquina. No quiero que me vean saliendo con uno y regresando con otro. Con eso me di por bien servido. En ese momento pensé que serían las cuatro cuadras más emocionantes de toda mi vida. —Creo que ya te recuerdo. Eres el ingeniero —atinó a decir, señalándome. Yo sonreí como un tonto. —Todavía no lo soy, pero lo seré. —Debe ser emocionante poder decidir sobre qué quieres hacer de tu vida. Luego de esa frase su mirada pareció triste. —¿Lo dice por? —Lo digo porque me es imposible seguir estudiando… —Movió la cabeza de lado a lado, como reprochándose—. Pero eso es algo que no debería contarle a un desconocido. Su franqueza a cualquiera le hubiera parecido demasiado, pero en mi caso pensé que la volvía fascinante. Siempre me decían que yo era un hombre de pocas palabras y también un engreído porque convivía poco con los jóvenes de mi calle y de la escuela, pero en realidad el conocer personas no era mi fuerte. —No soy un desconocido, ya nos hemos presentado. —Lo peor de todo es que esta era la primera vez que me dejaron salir con un hombre y se van a reír de mí cuando me vean regresar media hora después. Ya tengo quince años y todavía se espantan de que salga —en su tono de voz se notó la frustración. —De verdad que lamento lo sucedido. Me siento en la obligación de disculparme otra vez. —No tiene por qué, usted no cometió ninguna falta. Además, también yo fui una ilusa, ¡si ya me habían advertido de su mala fama! Chavelita me dijo varias veces que no aceptara, pero ahí voy de terca a decirle que sí. Pensé que al menos cenaríamos, y con el hambre que tengo. —Si gusta podemos compartir —le ofrecí de mi tlayuda y la vi sonreír de nuevo. Respiré cuando me di cuenta de que era una sonrisa de aprobación y no una de burla. Era mi padre quien insistía en que buscara al menos una prometida si todavía no pensaba casarme. Mi familia no quería que me enredara con una foránea, no les gustaba la idea de que eligiera a una “mujer vivida”, como les decían a las damas de la capital o de ciudades más grandes que se influenciaban por las modas extranjeras. Pero mi éxito en esa búsqueda era inexistente, además de que mucho empeño no ponía. Por esos tiempos solo quería dedicarme a mis estudios para poder ganar el dinero suficiente y así hacer yo mismo la casa que tanto soñaba. Si quería llamar la atención de la estrella que acababa de conocer, o mejor dicho reconocer, tenía que sacar valor y atreverme a iniciar una conversación que pudiera dar pie a una cita formal. Le di varias vueltas a la idea porque no quería que mi hermano se tomara a mal el “robo” de su conquista, pero casi podía asegurar que en esos momentos él ya bailaba con alguien más. Me sentía tan nervioso que mis manos temblaban y el camino estaba por dar fin. —Si… si le parece una buena idea…, po… podemos regresar al baile y la invito a cenar —le pedí, haciendo el ridículo al hablar tan mal. —No se moleste, tampoco fue tan grave la falta de su hermano. La esquina llegó y pecho me dolía. Me cuestioné si así se sentía cuando entraba el amor a tu cuerpo. Si es que se metía directo, entre el estómago y las costillas, y te oprimía completito. Fuera como fuera, de bonito no tenía nada. Si ya era un endeble estando lúcido, metido en los líos del corazón me volvería peor. —Supongo que aquí nos despedimos —comenté derrotado—. Tenga buena noche, señorita. La dulce Amalia, que no sé cómo la veían los demás hombres del pueblo, en tan pocos minutos se volvió para mí la mujer más bonita de todas. Con su piel trigueña y rasgos mestizos, unos ojos marrones tan expresivos, un largo cabello semiondulado y su voz de ángel; con esa cegadora luz de juventud… Me envolvió como la matlazihua[1] que dicen que se te aparece para robarte el alma. ¡Y sí que me la robó!, completita y sin más esfuerzo que su mera presencia. No sabía si iba a poder gozar de su aroma a flores una vez más y eso me hizo querer detenerla, pero no logré moverme. Sin que lo esperara, fue ella quien detuvo sus pasos y dio media vuelta, quedándose a un metro de distancia. El brillo de la noche la iluminaba y me observó directo. —¿A usted le gustan los boleros? —Sí, mucho. —El miércoles va a estar en el teatro del pueblo una cantante que admiro. Reconozco que demoré en comprender su frase, por poco y se me va la oportunidad, pero cuando entré en razón me apresuré a hacerle la pregunta. —¿Le… le gustaría que la acompañara? —Por supuesto. —Se veía de verdad complacida al escucharme y fue allí donde vi un hueco en el cual podía colarme para poder seguir conociéndola y saber si nuestros intereses eran similares. Conseguir sus afectos sería lo siguiente—. Solo debe pedir permiso a mis padres. —Mañana mismo vengo a hacer la debida petición. Va a sonar muy absurdo, pero en ese momento me imaginé yendo hasta su puerta con un ramo de rosas y una cara tiesa por los nervios a pedir su mano. Tenía la confianza de que no recibiría una negativa porque mi familia se consideraba respetable y con una estabilidad económica decente. Explicaría a sus padres sin dar detalles el motivo por el cual era yo, y no mi hermano, el que solicitaba el permiso de una cita con su hija. —Venga después de la seis. Lo estaré esperando. —Me sonrió de nuevo y se dio la vuelta. Esa acción, aun con mi muy limitado conocimiento, la consideré como un coqueteo. Si yo le hubiera parecido poco interesante o desagradable a la vista no me hubiera incitado a acompañarla al teatro. Empecé a soñar despierto y ella se despidió con un movimiento de mano. Si hubiera sido más listo, o menos temeroso, le hubiera podido besar la mejilla, ¡pero no! ¡Siempre con mis ensoñaciones impertinentes que me robaban oportunidades! Esperé paciente a que entrara a su casa. Su andar era tan refinado que me quedé embobado el tiempo que tardó en llegar. Regresé al baile enseguida, sintiéndome todo hipnotizado, y busqué a Sebastián para ver qué hacía. Él ya estaba medio borracho y sé que también se sentía enojado por el rechazo sufrido; algo que no le pasaba muy seguido. Casi puedo apostar que esa fue la primera vez. Ahí supe que se molestaría por mi atrevimiento, pero no me importó en absoluto. Ya tenía entre sus conquistas a varias mujeres y que le arrebatara una no sería una grave falta. ¡Si alguien se la iba a quedar, ese iba a ser yo! **************** [1]La Matlacihua es una mujer mestiza, de piel canela, con rasgos finos, ojos negros y mirada penetrante. Con sus sensuales movimientos, seduce y embruja a los hombres. Se cree que su afán es vengarse de los hombres borrachos y mujeriegos.
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