El vuelo hacia Italia había sido largo, pero cómodo, como todo lo que Alessandro organizaba. Desde el primer momento en que decidí acompañarlo, me había tratado de una manera que casi me hacía sentir como una reina. Sin embargo, algo en su forma de ser me desconcertaba. Era atento, cuidadoso, pero al mismo tiempo, esa actitud posesiva y la seriedad con la que se manejaba a veces me ponían nerviosa. Era como si siempre estuviera controlando cada movimiento mío y de quienes nos rodeaban. A pesar de mis reservas, había algo innegable entre nosotros. Esa atracción constante que a veces me hacía olvidar todo lo demás. La conexión que habíamos compartido antes de llegar a Italia solo se intensificaba a medida que estábamos juntos. Pero sabía que debía mantener el foco en el trabajo, no dejar qu

