Aquella mañana me dirigía a la empresa con la cabeza llena de pensamientos dispersos. No podía dejar de pensar en lo que Alessandro y yo habíamos compartido la noche anterior. Era como si cada vez que me alejaba de él, mi mente se inundara de dudas, pero cada vez que estaba cerca, esas dudas se desvanecían por completo, reemplazadas por una atracción innegable que me tenía completamente atrapada. Caminé con paso firme hacia la entrada del edificio cuando una sombra se interpuso en mi camino. Al principio, no le presté demasiada atención, pensando que era alguien que simplemente iba en dirección contraria, pero luego lo vi. Lo reconocí de inmediato. Era Marcelo. Una sensación desagradable recorrió mi columna vertebral. La última vez que lo había visto, había intentado matarme asfixiándome

