Estaba sentada en uno de los sillones de la habitación, con las piernas cruzadas, el sol de la tarde iluminaba suavemente la habitación a través de las enormes ventanas. Tenía un libro infantil en las manos, uno de esos que la hermana pequeña de Alessandro me había prestado para ayudarme a practicar italiano. Era un libro sencillo de palabras, con ilustraciones coloridas de animales y objetos cotidianos, perfecto para alguien que recién comenzaba a familiarizarse con el idioma. Con una sonrisa, pronunciaba en voz baja las palabras que estaban escritas, tratando de imitar los sonidos con la mayor precisión posible. Me divertía hacerlo, aunque sabía que mi acento aún no era el mejor. La pequeña había sido una excelente maestra, y gracias a ella, ya podía entender algunas frases simples. Al

