El sol de la mañana se filtraba a través de las persianas, bañando la oficina de Floria en una luz cálida y dorada. Ella estaba sentada en su escritorio, con la cabeza inclinada sobre un montón de documentos que necesitaban su firma. Los movimientos de su pluma eran mecánicos, como si su mente estuviera en piloto automático, atrapada en pensamientos que la mantenían al borde de la ansiedad. Desde el desayuno con Alessandro, no había podido sacarse de la cabeza la información que él le había proporcionado. Aunque intentaba centrarse en el trabajo, la realidad de su situación personal seguía apretando su pecho, haciéndole difícil concentrarse. Estaba sumida en estos pensamientos cuando la puerta de su oficina se abrió de golpe, y Alicia, su amiga de toda la vida, entró con una sonrisa radia

