Los sonidos húmedos llenaban la habitación, Rayan tenía su mano derecha presionando hacia abajo contra la columna de Dan, mientras sacaba y enteraba los nudillos en el interior de Dan. El beta, que solía refunfuñar por todo, se había quedado quieto, solo gimiendo por cada toque. Rayan creyó por un segundo que se volvería loco. Sus feromonas se habían descontrolado y no las podía controlar, sentía que toda la circulación de su sangre corría a kilómetros por minutos. —Haaa… Joder, Dani, si sigues gimiendo así, no puedo aguantarme. Dan tenía una sonrisa blanda en sus labios. Sentía tanto ardor en su interior que era fastidioso. Rayan lo torturaba, sabía cuál era esos lugares que Dan disfrutaba. Dan se debatió: “¿Lo dejo seguir o lo detengo?” Con la mente nublada, Dan abrió los labios

