—Dime, ¿don Adolfo siempre fue el encargado aquí? —pregunté a Mar, extendiendo los brazos para abarcar el lugar. —Sí, o mejor dicho, no conocí a ningún otro antes de él —respondió Mar, encogiéndose de hombros. —¿Estás segura de que no tenía familia? —No lo sé con certeza. Desde que tengo memoria, siempre vivió solo. Solo un año antes de morir, cuando estuvo muy enfermo, Romina vivió aquí para cuidarlo. —¿Romina? —pregunté, intrigada. —Sí. Ella vino desde Uruguay hace unos seis años. Don Adolfo la acogió, y después, cuando enfermó, ella lo cuidó hasta el final. Incluso ahora, siempre mantiene limpia su tumba —explicó Mar—. ¿Por qué te interesa tanto? —Verás, según entendí por una carta de mi abuela, ella dejó a su hija, es decir, la hija de Eduardo Alvear, con su padre porque estaba e

