Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras la frustración y el cansancio me envolvían como una pesada manta. La casa, fría y desolada, parecía amplificar la desdicha que sentía en mi interior. No podía evitar la sensación de que este lugar, con sus paredes deterioradas y un techo al borde del colapso, reflejaba a la perfección el caos en que se había convertido mi vida. Me había quedado sin el amor y la protección de mi padre, había perdido la casa en la que crecí, mi novio me dejó por otra en cuanto supo que estaba en bancarrota, me picaron las abejas, robaron las ruedas de mi coche, y para colmo, ni siquiera tenía una comida decente. ¿Qué más podía pasarme? ¿La muerte? Una parte de mí casi deseaba que algo más sucediera, como si el dolor pudiera convertirse en algo tangible que pudi

