Cuando Mar y yo salimos del Pazo, el aire fresco de la tarde nos envolvió de inmediato, trayendo consigo el aroma de la vegetación húmeda. Al cerrar la puerta detrás de nosotros, sentí una oleada de alivio, como si el peso de los recuerdos atrapados en esas paredes me hubiera dejado un instante para respirar. Sin embargo, no podía sacudirme la inquietante sensación de que algo, o alguien, nos estaba observando desde las sombras del viejo edificio. El sendero que tomamos estaba cubierto de maleza, y aunque aún era visible, se notaba que hacía mucho tiempo nadie lo cuidaba. Mar caminaba unos pasos por delante, guiándome por un terreno que conocía bien. Cada paso que daba parecía resonar con la memoria de lo que este lugar alguna vez fue. —Esto no siempre fue así —dijo de repente, sin girar

