A la mañana siguiente, me desperté con un dolor de cabeza que me recordó por qué no debería beber tanto vino, especialmente cuando tomo decisiones tan radicales como regresar a ese pueblo perdido y, peor aún, plantearme la idea de montar un hotel boutique. "¿En qué estaba pensando?", me pregunté mientras me frotaba las sienes, tratando de despejar la vaga sensación de resaca que aún persistía. Miré a mi lado y vi a Sofía durmiendo plácidamente, como si no tuviéramos una preocupación en el mundo. Su rostro sereno y la manera en que abrazaba la almohada me hicieron sonreír. Las locas ideas de Sofía, al menos por un momento, me habían distraído de la nube oscura que colgaba sobre mi futuro. Con cuidado de no despertarla, me levanté y me dirigí a la cocina. El aroma del café recién hecho er

