El lunes siguiente, volví a la ciudad para encontrar un instalador de la caldera y reunirme con el agente inmobiliario. Durante todo el fin de semana intenté distraerme, evitar pensar en la discusión con Víctor y las advertencias de Mar. Pero, por más que intentaba enfocarme en otra cosa, esos pensamientos volvían a mi mente como un eco insistente que no podía silenciar. Aun así, tenía que seguir adelante con la venta del pazo. Era lo más sensato, ¿verdad? Pero al parecer este lugar había echado raíces en mí, sin que me diera cuenta. Con el corazón aún en conflicto, subí al coche y conduje a la ciudad, tratando de ignorar la creciente sensación de que algo no iba bien. Cuando llegué a la oficina del agente, me recibió con su sonrisa habitual: amable, pero con ese toque de condescendencia

