La voz de Lucas resonó en mi mente mientras conducía hacia mi siguiente parada. Había sido un día especialmente pesado, y el cansancio se sentía como un peso adicional sobre mis hombros, agobiándome en cada giro que tomaba. El tráfico era un caos, y cada luz roja se sentía como una eternidad de espera y frustración.
Las calles estaban llenas de personas que se apresuraban hacia sus rutinas, mientras yo observaba todo a través del cristal empañado por el sudor. La sensación de monotonía me envolvía; era un ciclo interminable de recoger pasajeros, escuchar quejas y lidiar con el estrés de la carretera. El agotamiento acumulado en mi cuerpo y mi mente hacía que cada carrera se sintiera más pesada que la anterior.
Finalmente, el semáforo se puso en verde, pero ni siquiera eso logró aliviar mi fatiga. Al detenerme en una parada, dejé salir a un cliente que se despidió sin mirar atrás. La falta de gratitud de algunos pasajeros a veces daba paso a una tristeza silenciosa que se guiaba por mi corazón. Esto no era lo que había soñado realizar con mi vida. La realidad de mi día a día apenas podía ser compensada con las monedas que recogía.
Cuando llegué a la siguiente parada, un grupo de jóvenes subió al taxi, riendo y charlando animadamente. Su energía era contagiosa, pero en lugar de alegrarme, solo me hizo sentir más cansada. A veces, me preguntaba si alguna vez había tenido esa alegría en mí misma. Sin embargo, el eco de sus risas pronto se desvaneció, siendo rápidamente sustituido por la monotonía de mi propia existencia.
En medio del flujo del día, mi teléfono vibró en el soporte del tablero. Era Lucas. No hablábamos mucho últimamente, y su mensaje me sorprendió. Sin embargo, había una extraña sensación de que esta llamada traería consigo un propósito importante y, quizás, un motivo de preocupación.
—Hola, Alejandra —dijo su voz al otro lado de la línea, destacando la seriedad en su tono.
—Hola, Lucas. ¿Qué sucede? —pregunté, sintiendo una punzada de ansiedad mientras maniobraba el taxi por el tráfico.
—Quería saber cómo te ha ido con tu papá y si has considerado lo que hablamos la última vez.
—Es complicado —respondí. —Él sigue débil y cada día es más difícil. Si tan solo tuviera algo más de dinero, podríamos cubrir mejor sus necesidades.
—Lo sé. Justo por eso pensé en ti. Hay una oportunidad que podría interesarte. Algo que no te demandará tanto tiempo, pero que pagarían bien.
El aire se tornó tenso a medida que escuchaba sus palabras. —¿De qué tipo de oportunidad estamos hablando? —pregunté, sintiendo un ligero temor y curiosidad al mismo tiempo.
—Transporte, pero no de lo que piensas normalmente. Te prometo que no es ilegal. Solo es... un poco arriesgado —me explicó, su tono se volvía más cauteloso.
Fruncí el ceño mientras intentaba absorber su propuesta. —Lucas, ¿estás hablando de algo peligroso? Sabes que no estoy en condiciones de asumir riesgos, especialmente ahora.
—No, no es peligroso, te lo aseguro. Mira, hay personas dispuestas a pagar bien por alguien que pueda ayudarles a mover cosas de forma confidencial. Y confío en que tú podrías manejarlo —insistió, su voz subía de intensidad.
La idea de ganar dinero rápido era tentadora, pero mis instintos comenzaron a gritar. La angustia de no tener suficiente dinero se sentía como un monstruo en la oscuridad, acechando, lista para devorarnos.
—Mira, hablemos de esto en otro momento, ¿sí? —dije, tratando de mantener la calma mientras el tráfico comenzaba a fluir de nuevo. —Ya estoy trabajando en esto y no quiero complicar las cosas más de lo que ya están.
—Tienes razón. Pero ten en cuenta que podría ser una gran oportunidad. Te explicaré más cuando tengamos tiempo —respondió Lucas, su voz todavía firme, aunque comprendía mi posición.
Mientras continuaba conduciendo, mis pensamientos se envolvían en una maraña de incertidumbre. Cuando recogí a un pasajero más, su olor a café y su rostro cansado fueron un recordatorio de la lucha cotidiana de todos. Mientras conducía, me sentí atrapada en un laberinto sin salida, donde cada decisión podía llevarme a un abismo del que podría no regresar.
El resto de mi día se deslizó entre carreras, infortunios personales y pequeños logros. Por fin, al llegar a casa, una sensación de pesadez se apoderó de mí. La atmósfera estaba cargada de preocupación, y el silencio envolvía el lugar como un manto. La luz de la sala estaba apagada, y solo el tenue resplandor de la cocina iluminaba el camino.
—Papá, estoy en casa —anuncié, pero no obtuve respuesta. Caminé hacia su cuarto y le encontré allí, frágil en su cama. La máquina de oxígeno emitía un suave zumbido, marcando un ritmo melancólico que me recordaba cada segundo que se me escapaba.
—Hola, hija —dijo él, forzando una sonrisa que delataba su cansancio.
—¿Cómo te sientes? —pregunté mientras tomaba su mano, sintiendo su debilidad.
—Un día a la vez, cariño. No te preocupes por mí, estoy bien —respondió, pero yo podía ver en sus ojos la fatiga que intentaba ocultar.
Me dolió ver a mi padre tan quebrado. Cada día que pasaba, la desesperación se apoderaba de mí, un recordatorio constante de que no tenía control sobre nuestra situación. Sin embargo, allí estaba el eco de la oferta de Lucas, llamándome desde las sombras.
Esa noche, Lucas llegó puntual, con su sonrisa amplia y su energía despreocupada. Pero mientras hablaba, no podía evitar preguntarme si me arriesgaría a perder lo poco que tenía por la promesa de dinero rápido.
—Alejandra, ¿has pensado en lo que hablamos? —me preguntó, buscando alguna señal de mi decisión.
—Sí, lo he estado considerando —respondí con la voz entrecortada, sintiendo cómo la ansiedad me subía por la garganta.
Lucas dio un paso más cerca, y su tono se volvió más grave: —Mira, esto puede ser una oportunidad para ti. Si te unes a mí, podrías ganar suficiente para ayudar a tu padre. He visto lo que cobra una transportista como tú en este negocio. Puede cambiar las cosas.
Las palabras de Lucas resonaban en el aire, lanzando sombras sobre mi corazón. ¿Iba a arriesgar todo lo que tenía por un poco de dinero? La lucha interna se intensificaba, y comprendí que estaba frente a una decisión monumental. Todo lo que quería era salvar a mi padre, pero no sabía si estaba dispuesta a poner en riesgo mi propia vida para lograrlo.