Capítulo 7: “Arranque”

1056 Words
La noche avanzaba, y con cada caja que movía, sentía como aumentaba la pesadez de la incertidumbre sobre mí. Las luces parpadeantes del edificio formaban un ambiente casi surrealista; el sonido de risas y conversaciones llenaban el aire, creando una atmósfera llena de camaradería y tensión. Sin embargo, en el fondo, una parte de mí seguía advirtiendo que estaba jugando con fuego. Cuando terminamos de mover las cajas, los hombres se reunieron en un círculo, conversando animadamente sobre sus próximos movimientos y destinos. Esa proximidad me hacía sentir parte del grupo, pero las sombras de la duda aún brillaban en mi mente, recordándome que no estaba completamente incluida. Félix se acercó y dijo con tono firme: —Prepárate. La próxima entrega será diferente. Lo que transportaremos no es lo que parece. El nudo en mi estómago se apretó de inmediato. No era solo el peso físico de las cajas lo que me preocupaba; era la posibilidad de que esta vez las cosas pudieran salir mal. Pregunté: —¿Qué tipo de mercancía estamos transportando? —No te preocupes por eso hoy —respondió Félix con una mirada que escondía más de lo que decía—. Solo sigue mis órdenes y mantente alerta. Hay más en juego de lo que imaginas. Un susurro de preocupación reptó por mi columna; la última parte de su comentario me llenó de inquietud. Este no era solo un trabajo; era una danza entre el peligro y el alivio, donde cualquier error podría tener consecuencias serias. Lucas, notando mi inquietud, se inclinó hacia mí. —Te prometo que estaré a tu lado. Cada paso del camino. Asentí, sintiendo que su presencia era el ancla que me mantenía unida a la realidad. A pesar de la ansiedad que brotaba en mí, aún había un destello de determinación; había cruzado un umbral y no podía volver atrás. Además, debía pensar en mi padre. La situación en casa seguía igual de complicada, y la presión de la deuda se cernía como una nube oscura sobre mí. Una vez concluidas las primeras tareas, comenzamos a prepararnos para la siguiente entrega. Cuando finalmente nos pusimos en marcha, el sonido del motor resonó por encima del murmullo de la conversación. La carretera era una serpiente oscura que se retorcía hacia el horizonte, iluminada solo por los faros del vehículo. Las luces de la ciudad se desvanecieron rápidamente, y con cada kilómetro recorrido, una sensación de aislamiento comenzó a asomarse. Era el mismo tipo de soledad que enfrentaba siempre, aunque esta vez estaba en un contexto diferente. Durante el trayecto, Lucas y Félix intercambiaban información sobre la ruta mientras yo intentaba concentrarme en la carretera. Sin embargo, mis pensamientos no me dejaban en paz. Las imágenes de mi padre, sentado solo en casa, me acechaban. Podía imaginar su mirada preocupada cuando llegara tarde, su incapacidad para entender por qué había tomado este camino. Después de lo que pareció un parpadeo, llegamos a un sector más sombrío y alejado. El ambiente se sentía tangiblemente diferente, como si las sombras fueran más profundas y las luces se sintieran menos cálidas. En lugar de ser un entorno de camaradería, se convirtió en un laberinto de tensión y desconfianza. Las calles estaban mal iluminadas, con edificios abandonados que parecían cerrar el camino hacia cualquier salida. Un frío que no venía de la noche se apoderó de mí; una sensación de peligro que se respiraba en el aire, y mis instintos amplificaban esa sensación. Félix nos miró a los dos. —Vamos a tener que bajar las cajas de esta camioneta rápido. No queremos que nos atrapen. Mis manos temblaban ligeramente mientras empezamos a descargar la mercancía en un pasillo oscuro y despreciado, y mi respiración se hizo más corta a medida que mi ansiedad aumentaba. Era en esos momentos que la realidad de lo que estaba haciendo se volvió apabullante. Mientras sacábamos las cajas, algo inesperado ocurrió. Un sonido repentino de gritos resonó a lo lejos, y mi corazón se detuvo. La tensión se palpaba en el aire; era como si el tiempo se hubiera detenido, congelado en un instante de terror súbito. —¿Qué fue eso? —pregunté, girando hacia la dirección del sonido. Félix frunció el ceño, dejando caer una caja que iba a cargar. —Lo que sea, tenemos que irnos, ahora. Esto no es un buen lugar para estar. Sentí cómo el miedo se entrelazaba en mis venas, una corriente helada que corría por mi cuerpo. La adrenalina comenzó a bombear mientras el reloj de mi mente saltaba a la cuenta regresiva; el peligro ya no era una posibilidad, sino una realidad. Todo sucedió rápidamente; comenzamos a levantar las cajas con una urgencia desesperada. Mis manos, ahora firmes como el acero, me llevaron a actuar. A pesar del pánico, una parte de mí sabía que esto era un momento de prueba. Las luces de un auto se acercaron a gran velocidad, y la adrenalina empujó a mis piernas a correr. Las luces brillantes arrojaron sombras aterradoras y crearon formas fantasmagóricas en las paredes de los edificios. El rostro de Lucas estaba tenso, pero sus ojos reflejaban determinación. Sabía que este era el momento de superar nuestros límites. —¡Rápido! —gritó Lucas, y la sincronización de su voz junto a mi corazón acelerado creó un eco ensordecedor. Debía enfrentar este momento. Con el rugido del motor y el eco del griterío resonando detrás de nosotros, el sudor frío me perlaba la frente mientras corríamos con las cajas entre manos. Un grito desgarrador rebotó en la noche, y su resonancia se sentía en cada fibra de mi ser. Era la advertencia de un apuro que se cernía sobre nosotros como un huracán que arrastra casas. Corrí más rápido, cada paso era un desafío contra el miedo que me decía que debía volver, que debía abandonar este viaje. Pero las palabras de Lucas brillaban en mi mente: estaba a su lado, y ambos compartíamos el mismo destino. Finalmente logramos lanzar las últimas cajas hacia la parte trasera del camión justo cuando el carro pasó junto a nosotros, luces brillantes iluminando nuestros rostros casi al borde de la salvación. El motor rugió, y Lucas saltó al asiento del conductor, instándome a entrar. —¡Vamos! —me ordenó, y con una última mirada hacia la oscuridad que nos acechaba.
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