La luz del día se filtraba a través de las cortinas, creando patrones en el suelo de la sala. Estaba en casa, pero la sensación de normalidad se mezclaba con la incertidumbre que había acompañado cada uno de mis pasos en el puerto. El eco de las olas aún resonaba en mis oídos, en contraste con el silencio casi abrumador de mi hogar. Aquí, en este lugar donde todo parecía ser lo que había conocido toda mi vida, era difícil desligarme de la realidad alterna en la que había comenzado a sumergirme.
Mi padre se encontraba en la cocina, sirviendo café. La fragancia intensa y cálida del café recién hecho me envolvió como un abrazo familiar, una sombra de consuelo en un día que se avecinaba complejo. Mientras lo observaba, su expresión marcada por la preocupación me hizo recordar lo mucho que había arriesgado al salir de su lado. La culpabilidad se aferraba a mí como una sombra, un recordatorio constante de mis decisiones.
—¿Cómo te fue en el trabajo, hija? —preguntó él, girándose hacia mí con un vaso en mano. La calidez en su voz contrastaba con la tormenta de pensamientos que giraba en mi mente.
—Bien, creo. Aprendí mucho —respondí mientras me acomodaba en una silla y miraba por la ventana hacia el jardín. Las flores que una vez se habían visto vibrantes ahora parecían influenciadas por mi estado de ánimo; marchitas a la luz de una realidad que se sentía distante.
Recordé la conversación que había tenido con Lucas sobre las conexiones y los desafíos que enfrentaba en el puerto. Cada palabra, cada momento de tensión, había sido una lección dura, pero también reveladora. Sin embargo, ahora, aquí en casa, el mundo al que había accedido parecía estar desvaneciéndose detrás de una fina cortina de nostalgia.
Mi padre se sentó enfrente, su mirada sincera penetrando en mí. Siempre había sido mi roca, una fuente de fortaleza en tiempos difíciles, pero sabía que, en el fondo, también se sentía impotente al no poder protegerme de los peligros que acechaban allá afuera.
—¿Te sientes bien? —preguntó, su voz suave y preocupada.
—Sí, solo... he estado pensando —dije, mis palabras atrapadas en una maraña de emociones. Pensando sobre lo que había dejado atrás y sobre lo que estaba descubriendo. Pensando sobre lo que había arriesgado y la lucha interna que ahora enfrentaba.
—A veces, es bueno pensar. Pero no te sientas atrapada en esos pensamientos, Alejandra. La vida es mucho más que lo que apenas vemos.
Sus palabras resonaron en mí, como un eco de su sabiduría. Las enseñanzas de mi padre siempre habían sido profundas, entrelazadas con sus propias experiencias de vida. En este momento, sin saberlo, me recordaba que la vida no solo se mide en decisiones incluso en las más difíciles. Era un tejido de momentos, de conexiones, y de oportunidades.
La idea de regresar al puerto, volver a enfrentar la oscuridad y los desafíos me hacía sentir como si hubiera perdido una parte de mí. En el fondo, sabía que no podía evitarlo. Había descubierto un nuevo mundo, y aunque estaba plagado de riesgos, también estaba lleno de posibilidades. Todo lo que había aprendido junto a Lucas despertaba en mí la necesidad de seguir adelante.
—Papá, hay algo que debo contarte —dije, sintiendo que debía abrirme a él, que debía compartir lo que había estado sucediendo a pesar del miedo a su reacción.
Él me miró con una mezcla de curiosidad y miedo. Podía ver en sus ojos cómo la preocupación por su hija había sido parte de su vida, como si cada día que pasara sin saber estuviera destinado a hacer que su corazón se acelerara.
—He estado trabajando con un grupo un poco diferente, y… las cosas no son siempre lo que parecen —confesé, luchando con las palabras que nunca pensé que diría.
Mi padre miró hacia abajo, pensativo, y luego reprodujo una expresión seria. La mente de un padre siempre busca proteger a sus hijos, y sabía que mi confesión también traería dolor y preocupación.
—Alejandra, entiendo que quieras explorar y aprender. Pero no quiero que te involucres en algo peligroso. La vida no siempre es como la imaginamos en un juego o una película.
Su preocupación resonó profundamente. Como un hombre que había enfrentado sus propias batallas, sabía que el mundo podía ser traicionero y que nunca podía haber un verdadero refugio. Pero era precisamente ese duelo entre mi deseo de independencia y su instinto protector lo que creaba un océano de tensión entre nosotros.
—Lo sé, papá —respondí, la voz más suave, afirmando mi propia convicción—. Pero, al mismo tiempo, siento que no puedo quedarme aquí solo porque es seguro. Quiero ser parte de algo, quiero entender.
La habitación parecía respirar con cada tensión en el aire. Sabía que era un tema delicado y que necesitaba tiempo para convencerlo de que había un potencial en este nuevo camino.
—Te prometo que seré cuidadosa —agregué, tocando suavemente su mano—. Estaré alerta y no dejaré que me arrastren a algo malo.
Él suspiró, y una parte de mí supo que había un largo camino por recorrer antes de que pudiera aceptar por completo este nuevo capítulo de mi vida. La mirada en sus ojos mostraba tanto amor como preocupación, y aunque sabía que no podía detenerme, deseaba que pudiera verlo, que pudiera compartir esta experiencia conmigo.
—Siempre estaré aquí para ti, no importa la distancia —dijo finalmente, su voz llena de ese amor incondicional que solo un padre puede dar. Con esa afirmación, una parte de mí se sintió un poco más ligera y, al mismo tiempo, más pesada. La lucha entre querer seguir adelante y querer mantenerme conectada a lo que conocía se volvía cada vez más compleja.
Mientras nos sentábamos ahí, en el cálido refugio de nuestro hogar, supe que el camino que había elegido estaba lleno de incertidumbres, pero también de oportunidades de crecimiento, tanto para mí como para la relación con mi padre.
Había mucho que aprender sobre el mundo y sobre mí misma, y aunque había una sombra de dolor en esa transformación, también había esperanza. Y con esperanza vinieron nuevos comienzos, incluso si esos comienzos venían con el precio de dejar atrás lo que una vez conocí.