Han pasado muchas cosas desde que esta idea surgió y se materializó. Entre ellas, debo mencionar que algunas de esas cosas han sido para mejorar, por ejemplo, mis clases de francés y mi adaptación al país va amentando significativamente mi autoestima. Llegar a un país desconocido, con una lengua extrajera y no conocer a nadie más que a tu familia, podría ser en extremo abrumador. Pero si ahora le sumas que solo a cuatro meses de llegar a Francia, sentí que finalmente tendría el valor de divorciarme y terminar lo que por años fue un intento fallido de convencerme de algo, algo que jamás estuvo o que cuando estuvo no fue reciproco y ahora, era menos que eso. Con ese coctel maravilloso de malos presagios en mano, puedo decir que no todo está mal y que por lo menos, como les he comentado ya, el francés y mi integración al país, parece estar marchando.
Entonces, puedo concentrarme en la razón-día nueve, en este proceso que, al parecer también dará sus frutos y lograré mi cometido.
Creo que toda enseñanza debe reforzarse con un ejemplo, uno que permita asociar teoría con práctica. En mi vida, cuando alguien me pregunta acerca de mi color favorito, menciono que es el marrón o el naranja, ahora que lo recuerdo creo que lo asocie a un comentario de mis tías donde decían que ese color me favorecía o me hacía ver más delgada, en esa edad tan frágil de los trece a los quince años, donde más que nunca tu apariencia y lo que digan de ti, son determinantes imprescindibles para tu autoestima. Con esto en mente, entonces siempre hablé de esos colores como mis favoritos, pero no era así, los asocie como cercanos solo por que me daban la impresión de ser más delgada y resaltar mejor mi belleza, a cualquier otro color que pudiera en realidad gustarme.
Luego de mi divorcio, en muchas ocasiones tuve oportunidad de comprar cosas que tal vez en ese momento no me hubiera tomado el tiempo de elegir, solo para no dar explicaciones o no parecer demasiado femenina frente a quien fue mi pareja por tantos años, bueno ya saben que esa llamada energía femenina, en algunos casos se ha escondido para que la energía masculina nos permita obviar deseos y podamos resolver situaciones o necesidades que en algún momento de la humanidad, fueron responsabilidad exclusiva del hombre... me fui por las ramas, lo sé, pero también sé que me entenderán, por que aquellos que se tomen el tiempo de leer este libro, han navegado en el espeso mar de las dudas y son conocedores ya de muchas respuestas entorno a las mieles de las relaciones amorosas y por que no, de los fracasos. También pueden escribirme si no lo entienden, es posible que suceda y yo puedo intentar esclarecer un poco el enredo.
En fin, luego de ser libre como Frozen, empecé a comprar accesorios, ropa, vasos, cuadernos, con una tendencia algo particular en el tema del color pero que yo misma ni siquiera notaba, solo veía eso que me gustaba y sin ser derrochadora, en ocasiones solo compraba por el gusto de saber que podría elegirlo sin juicios. Entre los colores predestinados por mis tías y las limitantes marcadas por mi ex pareja, se había perdido como en un abismo, las elecciones autónomas de una mujer y con ellas, se fueron también sus ilusiones y su autoestima.
Un día de primavera, cuando llegué al trabajo, una de mis compañeras me invitó por un café, antes de iniciar la jornada y solo por que contábamos con el tiempo adecuado para hacerlo. Caminamos solo un par de minutos, nos sentamos en las afueras de una cafetería y dejé sobre la mesa el móvil, mi botella de agua, las llaves con el llavero y en la silla reposé la mochila. Ella fue por el pedido y al dejarlo sobre la mesa sonrío.
- Expreso para ti, con leche para mi, espero no equivocarme.
- Así tal cual, está perfecto.
- ¿Que buscas? - Inquirió cuando removía cosas de mi mochila, buscando el estuche de lentes que creí olvidar en casa, eran nuevos y los usaba solo en el trabajo para no dejar pasar nada.
- Los lentes, pero seguramente los he dejado en el apartamento, con eso de la mudanza, todo está desastrozo.
- ¡Cierto! - Demasiado emocionada - Estás estrenando apartamento.
- Bueno no tanto como estrenar, es en alquiler, pero un poco más grande que el anterior y eso ya es ganancia.
- ¿Con baño privado?
- Si...- Suspiré aliviada, no por las gafas, si no por la mención del baño - Los meses en que tuve que compartirlo fue algo muy complejo para mi. Pero estoy agradecida.
- Lo sé, lo lamento y espero que en este nuevo lugar las cosas mejoren.
Lorena era una compañera de mi nuevo trabajo y con ella conecte desde que iniciamos, justo las dos, el mismo día. Su nacionalidad era peruana pero al ser latinas, casi somos todos de la misma familia.
- Se nota que es tu color favorito - Mencionó antes de dejar el vaso sobre la mesa habiendo terminado su café.
- ¿El que? - Pregunté revisando las cosas que antes deje a la vista.
- El rosa, no es obvio... todo en ti es rosa. Se nota que es tu favorito y además te sienta muy bien.
Se levantó y yo le seguí mientras guardaba las cosas en la mochila. La hora del café había terminado y el día laboral iniciaba en pocos minutos, pero en mi cabeza no quedó más espacio, solo para girar entorno a su comentario. No lo había notado y eso fue lo que más me dolió, yo misma no había notado que el color rosa estaba presente en mi nueva vida después de la separación. Ni siquiera me había percatado de lo mucho que me llama la atención algo, solo por que es rosa.
Pero ¿Por que no lo había notado?
Sería tal vez por que en mi mente se programo la idea del naranja y el marrón como anuladores de mi peso o por que al lado de mi ex pareja, siempre me sentí obligada a seleccionar lo que a él si le pareciera y yo solo me anulé. El rosa me hacía feliz pero yo no lo había notado, solo hasta ahora, que una persona ajena a mi vida, pudo casi golpearme con la realidad. A pesar del tiempo y el dolor por dejarme anular, sentí que por fin estaba entendiendo quién era yo y conociéndome y eso me gustó.