65. DERROTA ILUSORIA

2463 Words
—¿Feliz porque dentro de poco serás padre? —dice Raquel, una de las enfermeras en turno. —No sé ni cómo sentirme, no es un bebé deseado o planeado, su progenitora lo odia y estoy seguro que se lo recuerda cada hora del día, pero igual lo sigo esperando. No tengo que contarle mi vida a nadie, pero de vez en cuando soltaba algunas cosas cuando la amargura me consumía y hoy era uno de esos días, lo bueno es que ella no era de entrometerse en la vida de los demás salvo que así lo quisiera la persona. —Ánimo, sé que serás un buen padre y ese niño te dará más de una alegría, confía en mí, ve que yo tengo tres terremotos esperando en casa y sé de lo que hablo —ambos sonreímos en lo que ella deja una caricia en mi mano. —Eres buena con las palabras, pero estas por sí solas no me levantarán el ánimo —digo seductor y ella muerde su labio dándome la señal que quería. —Bueno, tal vez yo necesite que me ayudes a levantar algunas cosas, si tú me ayudas, yo te ayudo ¿Qué dices? —responde sensual. —Muéstrame en qué necesitas ayuda y dalo por hecho. La seguí hasta una de las habitaciones que descansa el personal médico, aseguramos la puerta, se lanzó a mis brazos y la llevé cargada hasta la cama donde comenzamos a desnudarnos en lo que saboreaba su cuerpo. Debo admitir que para estar cerca de sus cuarenta, enloquece con sus caderas pronunciadas resultante de sus embarazos, unas tetas voluptuosas que me encantaba palmear y estrujar tanto como pudiese y su coño… joder, ese coño era una bendita tentación. Raquel no era una mujer que se acomplejara, esa etapa ya la había pasado y ahora disfrutaba de su cuerpo plenamente, tanto como yo me deleitaba cada que tenía la oportunidad, así como lo hago ahora. La acomodé en cuatro, puse el condón y arremetí contra ella con ímpetu, me encantaba que no me limitaba y era fascinante escucharla gemir hasta morder la almohada cuando aceleraba mis movimientos. Toda ella era deseo y encontrar una amante del sexo duro como ella es todo un reto, esa mujer era una reliquia que sabía aprovechar a la perfección. Después de satisfacerme con ese increíble trasero de ella, la vi acomodarse bocarriba, hizo una señal para que fuera hacia ella, retiró el condón e introdujo mi m*****o en su boca enloqueciéndome con un exquisito oral. De verdad era excelente con las palabras y esa lengua era la prueba de ello, incluso sus manos eran algo de locos. La tomé de su cabello y moví mi cadera profundizando la sensación, escuchaba sus arcadas extasiándome más y de pronto me dio una nalgada logrando introducirlo en su totalidad, generó una vibración en su garganta que enloqueció mi glande y con ello un magnífico orgasmo se desplazó desde mi cuerpo hasta su garganta. —Maldita sea, con razón tu esposo no te quiso dar el divorcio hace años —dije jadeante, ella reía. —Lo sé, soy increíble. —Y por eso nos entendemos tan bien, ahora abre esas piernas que quiero probarte. Ella obedeció y me acomodé para perderme en ese magnífico coño que ya estaba más que húmedo para mí. Succionaba su clítoris e introduje tres dedos en gancho incrementando su placer al tocar aquel punto que la enloquecía, ella me masturbaba y hacía nuevamente un oral magnífico. Noté que sus piernas se tensionaron y me acomodé frente a ella sin dejar de penetrarla con mis dedos, entonces nos organicé mejor y luego de levantar una pierna hasta mi hombro la penetré de un golpe con profundidad, me detuve y luego un segundo golpe con la misma intensidad, repetí el proceso una tercera vez y en su rostro vi la frustración por lo que hacía. —No me hagas esto Oz, estoy a nada de llegar. Retorcí sus pezones y repetí el proceso anterior, un gemido por metida, una tortura que parecía no tener fin. —Por favor Oz, te lo suplico. —Me encanta que supliques —dije victorioso. Arremetí con fuerza y profundidad en esa cavidad de fuego, dejaba varias palmadas en sus tetas y cuando sentí que estaba a punto de llegar fue cuando tomé su cuello con fuerza, mordí la pierna que yacía en mi hombro y los dos nos perdimos en un perfecto orgasmo. Mil corrientes y espasmos pasaban por nuestros sudorosos cuerpos, sonreímos jadeantes llenos de placer y bajé su pierna haciendo presión en distintos niveles que provocaban más esa risa en ella, una que le salía siempre al tener un orgasmo y que me encantaba escuchar, no hacía más que incrementar mi ego. Me acomodé mejor una vez deseché el segundo condón apoyándome en la pared y acariciando sus pliegues mientras ella sonreía divertida. Me encantaba esto, era la mejor terapia que tenía para todo en mi vida. De pronto alguien golpea la puerta sacándonos de ese placentero momento y una voz se escucha del otro lado. —Oz arréglate pronto, acaba de llamar Clyde diciendo que viene con Madison, al parecer tuvo un accidente y está sangrando, la ambulancia no tarda en llegar —solo eso bastó para levantarme en el acto. Más le vale a esa maldita que no se atreviera a hacerle nada a mi hijo o va a desear la muerte. Tomé una ducha rápido y me cambié, no quise perder tiempo con nada. Al cabo de quince minutos llegó la ambulancia con ellos, escuchaba a todos actuar de inmediato para atenderla y me enfoqué en pensar como uno más de ellos para evitar ahorcar a Madison. El sangrado aumentó y ella palideció hasta casi desmayarse, seguimos hacia el quirófano para atenderla, pero uno de ellos me detuvo diciendo que no podía ingresar, debía permanecer en la sala de espera pues no era un médico ni nada parecido, estaba a punto de responderle, pero Clyde me detuvo a tiempo. —Todo estará bien Oz, confía en ellos —dice Clyde tratando de calmarme, pero hasta él estaba nervioso. —¿Tú sabes lo que le pasó? —Solo recibí una llamada de ella, dijo que cayó de las escaleras y estaba sangrando, pero nada más. Sé que no es así, algo más debió pasar, pero también sé que él no está mintiendo, se ve muy nervioso y asustado por la situación. Por desgracia no puedo hacer nada más que esperar. Al cabo de unos minutos uno de los chicos salió buscándome, me pidió que ingresara con él al quirófano y así lo hice, en el camino me comentaba que ella estaba preguntando por mí, lo que se me hizo sumamente extraño, pero a raíz del estrés de la situación (puesto que el parto se había adelantado algunas semanas y esto generaba algunos problemas para el bebé), él decidió buscarme para tratar de tranquilizarla. Entramos al quirófano ya arreglados, en cuanto ella me vio estiró su mano para que la tomara, pero no lo hice, me limité a preguntar la condición de ella y del bebé en lo que veía los monitores, las cosas se veían bastante mal y lo que me decían no parecía muy alentador, pero agradecí hoy más que nunca haberme empapado de esta carrera desde que trabajaba en el otro hospital. Nos tomó un buen tiempo contener la hemorragia, increíblemente me dejaron actuar y daba algunas ideas para evitar que alguna de las dos vidas se perdiera en la sala. Una vez controlado todo decidimos hacer una cesárea evitando riesgos con ellos, pero Madison comenzó a gritarnos diciendo que no quería una cicatriz, la muy estúpida no tenía límites y estoy seguro que esto no era producto de ningún accidente… no tenía pruebas, pero tampoco dudas. Ignoré las palabras de ella y procedimos rápidamente con todo, iba siguiendo las instrucciones de los doctores, me quedé como auxiliar y debí contener a Madison quien estaba como loca para que no le hiciéramos nada, pero al verla, le hice entender con la mirada que esto pasaría sin importar lo que quisiera. —Por favor Oz —suplicó entre lágrimas. Negué en silencio con mi cabeza y di la señal para que la sedaran de inmediato. Se practicó la cesárea y en el momento en que sacaban al bebé me paralicé, todo pasó a cámara lenta, los vi sostenerlo, revisaban y limpiaban rápidamente, entonces dieron algunas palmadas hasta que su llanto inundó el lugar dándonos un momento único a mí y a mis voces. Una de las auxiliares lo tenía en sus brazos y el doctor me dio una mirada al estirar su mano, una que me decía si quería cortar el cordón, lo cual no dudé en hacer. Revisé que las pinzas estuvieran en su lugar y tomé las tijeras quirúrgicas, las acerqué al cordón y en cuanto hice el corte sentí que nos liberábamos de ese maldito calvario de mujer. Entonces me entregan al bebé, me alejo lo suficiente de ellos para que procedan con Madison en lo que yo termino de revisarlo y limpiarlo. Se siente tan extraño y a la vez tan fascinante, veía esos piececillos y sus manos tan pequeñas, conté uno a uno sus dedos sin dejar de sonreír, era la criatura más bella que había visto en mi vida, tan frágil, tan inocente, tan puro y era mi hijo. Ya más calmado me fui con una de las enfermeras para la sala donde le daría un baño, no quería tuviera el olor o rastro alguno de esa mujer sobre él, ya bastante era que corriera su sangre por sus venas como para dejarlo más sucio de ella. Pedí que me dejaran a solas con él, lo acomodé en una cuna, cambié mis prendas y lo tomé nuevamente en mis brazos, me sentía nervioso de dejarlo caer, pero sabía que lo hacía bien porque en ocasiones iba al área de maternidad para cargar a algunos y practicar. Escuchaba los suaves ruidos que hacía, me perdí en su pequeño cuerpo rosáceo, acercaba mis dedos para acariciar su rostro sintiendo la suavidad del mismo y su mano tomó mi dedo, fue tan extraño, todo esto lo era, pero él era perfecto. Sentí que pasaron horas en las que me perdí por completo en aquel panorama, no había nada que pudiera superar esta experiencia, absolutamente nada. De pronto una gota de agua cayó en su mano y me percaté que era una lágrima proveniente de mí, lloraba sin dejar de sonreír, incluso mis voces lo hacían, estaban tan felices como yo por primera vez en la vida. Creo que esta fue la mejor decisión que pude tomar. (…) En las siguientes horas se le practicaron varios exámenes para saber el estado de mi bebé, solicité que le hicieran también exámenes de sangre para descartar enfermedades y drogas, pues les dije que su madre las consumía y tenía relaciones con otros hombres, por suerte ellos ya habían visto el desinterés de Madison por el embarazo, así que accedieron a hacer todo sin problema y también pedí una prueba de paternidad para quitarme esa duda de encima cuanto antes. Me encontraba en un sillón sosteniendo a mi hijo entre mis brazos, no existía nada más increíble para mí que verlo vivir, le había dado su primer biberón y ahora me deleitaba en su piel, sus manos, su rostro, me preguntaba: ¿De qué color serían sus ojos? ¿Cómo sería su voz cuando hablara por primera vez? ¿A qué edad daría sus primeros pasos? Estaba demente, pero feliz. —Se te da perfecto la paternidad —levanto mi vista encontrando a Raquel muy sonriente. —No lo creo, pero este pequeño me tiene fascinado. —Oz, no quiero dañarte el momento, ¿pero te importaría dejarlo en su cuna y revisar esto? —fruncí el ceño al ver su semblante tan serio y preocupado. Me levanté para acomodar a mi hijo en la cuna y luego tomé la carpeta que tenía en sus manos, era el expediente con los resultados de los exámenes de mi hijo anexo al de Madison, leí todo al detalle y salí corriendo para buscar al doctor que atendió el parto, en cuanto me vio sabía lo que le preguntaría, así como también vi la confirmación en su rostro de esas palabras que yacían en la carpeta de mi mano. Otra avalancha de emociones me ahogó acabando con mi felicidad por completo, debí apoyarme en la pared y caí derrotado en el suelo al saber esa revelación, el doctor se acercó a mí junto a Raquel, quien había seguido mis pasos y apoyaron sus manos en mis hombros. —Lo siento mucho Oz, me hubiera gustado darte mejores noticias, pero si lo piensas bien no todo es tan malo, ese niño está en tus brazos y es lo único que importa. Si necesitas algo más no dudes en buscarme. Él se levantó para después perderse en el pasillo y Raquel tomó el expediente en lo que me ayudaba a levantarme. Le pedí que me dejara a solas y regresé a la sala de maternidad, al verlo dormir tan tranquilo sentí que mil navajas se clavaban en mi cuerpo, era tan pequeño, tan frágil, no llevaba un día de nacer y la realidad nos golpeaba a los dos intensa y crudamente. Lo levanté entre mis brazos con mucho cuidado de no despertarlo y me senté en un sofá con él, un par de lágrimas se derramaron en silencio, el dolor que sentía parecía superar la felicidad que tuve solo minutos atrás, Clyde y Livi ingresaron sentándose a cada lado de nosotros, no levanté mi vista, mas reconocí el aroma de ellos. —Raquel nos dijo lo que pasó —menciona Clyde. —ahora que sabes esto ¿qué piensas hacer con él? Suspiré pesadamente, negué lento con mi cabeza y busqué la fuerza de donde no la tenía para decir mis próximas palabras. —Ahora que lo veo con la verdad que nos rodea, sé perfectamente lo que haré, Livi ¿trajiste lo que te pedí? —Sí, está tal cual lo dejaste. —Gracias. —Oz, te lo dije una vez y te lo vuelvo a decir, cuentas con todo mi apoyo al igual que el de mi abuelo, toda la familia te ayudará en lo que necesites —la miré apreciando esa cálida sonrisa tan propia de ella. —Gracias nena, por eso eres la mejor —retorné mi vista a él y sonreí un poco triste. —Aquí estamos para ti Oz y no nos iremos de tu lado —menciona Clyde con fraternidad. —Gracias viejo, eso es todo lo que necesitamos en este momento.
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