Capítulo 2. ¡No acepto!

1277 Words
Patricia por más que trató no pudo contener el leve sollozo que salió de sus labios, porque a pesar de que su padre en algunas oportunidades fue duro con ella, igual nunca la abandonó, aun cuando pudo hacerlo, siempre procuró lo mejor para ella, cuando el hombre la escuchó sollozar le tomó una mano y le habló con dulzura. —No quiero que estés triste, te lo dije fue para que supieras por qué acepté este trato, no fue tanto por las empresas, o el dinero, es porque quiero dejarte protegida y Aston es un buen hombre, sé que tú lograrás apaciguar su carácter, lo único que lamento, es que Patricia sea tan rebelde y cabeza dura, me habría gustado poder dejarla en manos de un buen hombre; por eso tú debes protegerla, aunque ella es independiente, no se sabe cuando te pueda necesitar, es una salvaje, aunque tiene un buen corazón. —Aurora, no llores, porque se te correrá el maquillaje y serás el hazmerreír de la sociedad de Villa Dorada —expresó la esposa de su padre con tranquilidad, como si la confesión de su padre de hace un momento no significara nada para ella. Apretó sus puños, la postura de su cuerpo, dejó ver claramente su molestia, su padre le habló apaciguando su molestia. —Tu madre tiene razón, hoy es motivo de tristeza, si no de felicidad. Mi pequeña Aurora, no te desanimes, estás bien, tú eres mi pequeña tenaz, siempre he disfrutado tu compañía cuando estamos juntos, aquí entre nosotros no se lo digas a Pato, pero tú siempre has sido mi hija preferida —el hombre hizo una pausa y le lagrimearon los ojos—. Eres mi orgullo, mi ilusión en esta vida, me has dado mis más grandes alegrías y satisfacciones, siempre has sido obediente, nunca me has dado motivo para molestarme. Te quiero mucho, siempre te he querido y no me importa morir, pero no antes de poder verte por última vez, feliz, casada y con un buen hombre, eres mi luz, entiende eso. —el hombre le sonrió a su hija, la chica solo asintió con la cabeza—. Te quiero mucho hija… —las palabras del hombre eran conmovedoras y Patricia, se sentía a punto de ahogarse por el llanto. —Ya hombre, deja de hacer llorar a la niña, que es su boda y debe lucir radiante —expresó la mujer— ¿Dónde está el ramo? ¡Niña como vienes a dejarlo! —la reprendió en tono de molestia, entró a la habitación, lo recogió y se lo puso en las manos. —¡Ahora si estás perfecta! —exclamó la mujer con evidente orgullo, no era para menos, en solo unos pocos minutos se convertiría en la suegra del hombre más poderoso del país. El estado de ánimo de Patricia no era el más adecuado, desde esa confesión sintió su corazón encogerse en su pecho, aunque su padre no la amara como amaba a su hermana, igual ella lo quería. El nudo en su garganta ni siquiera la dejaba respirar, dio un profundo suspiro tratando de quitarse esa opresión, más era en vano. Descendieron las escaleras hasta llegar al estacionamiento delantero de la casa, su madrastra se fue en un auto normal y su padre se fue en una limusina blanca con ella, ninguno dijo nada durante el recorrido permanecieron en completo silencio. Ella se quedó observando la ciudad a través de la ventanilla con nostalgia, elevó una mirada al cielo y se dio cuenta de que se había puesto gris, quizás presagiando el futuro que la esperaba. Veinte minutos después llegaron a la iglesia, su padre la ayudó a bajar e hicieron el recorrido lentamente. La novia lucia radiante, vestida con un vestido de seda blanco mientras caminaba como si estuviera en el aire, la cola de su vestido se arrastraba detrás de ella por las escaleras. La seda del vestido rozaba su piel y era fresca al tacto, movió un poco su nariz al sentir el olor a incienso de la iglesia, el humo llenaba el santuario, colmando las narices de todos los asistentes. Sus ojos fijos al frente enfocados en el altar, los nervios la hicieron ignorar todos a su alrededor, tenía miedo que la gente se diera cuenta de su identidad. Los vitrales de la iglesia proyectaban un arcoíris sobre su piel, para su alivio, el velo le cubría todo el rostro y nadie puede verla. El perfume de la novia, las flores de su ramo, el perfume de su vestido, la música del órgano y el coro llenaban la sala, los invitados se ponían de pie a su paso y aplaudían entre vítores para recibirlos, mientras cruzaba la nave central de la iglesia, escuchaba el eco de la música del órgano como a lo lejos, al mismo tiempo tiene la impresión que se va a desmayar en cualquier momento, sus pies estaban pesados y por primera vez desde que le dijo a su hermana que huyera, le provocaba salir corriendo, y le pesaba esa decisión. «¿Qué hiciste Aurora? No debiste haber ido tan lejos, debiste avisarles en la casa ¿Cómo vas a humillar a este hombre delante de todo el mundo?», se recriminó mentalmente y sus nervios se acrecentaron al ver el hombre ante el altar. Era de más de un metro noventa de alto, ella sería como una pulga ante su presencia, sus cabellos tan negros como el carbón y sus ojos eran de un azul celeste, como un cielo despejado en un día de verano sin nubes, su rostro de estilo cuadrado, nariz recta, labios rosados y mandíbula cuadrada y la mirada como un halcón, su cuerpo musculoso envuelto en un esmoquin n***o, emanaba peligro, dinero y poder, su expresión era seria, se veía implacable, no pudo evitar el estremecimiento de su cuerpo. Otra vez sintió miedo, nunca se arrepentía de sus actos, pero al verlo, supo que fue un error quedarse, sin darse cuenta su padre la entregó al novio, sintió su fuerte mano tomarla y un cosquilleó recorrió su cuerpo, el clérigo comenzó la ceremonia y ella no se atrevía a decir la verdad, hasta que hicieron la pregunta. —Aurora del Carmen Villalta, ¿Acepta usted a Aston Bugg como su marido, para amarlo, respetarlo, cuidarlo y hacerlo feliz durante toda la vida hasta que la muerte los separe? —¡No! —El sacerdote se asombró sobremanera, mientras el murmullo de los invitados no se hizo esperar, no le había pasado nada parecido en toda su vida, sin embargo, al ver la expresión en el rostro del hombre, repitió la pregunta. —¿Aceptas usted a Aston Bugg? —¿Usted es sordo padre? No me hice escuchar la primera vez, ¡No lo acepto como esposo! —el rostro de Bugg, parecía de piedra, apretó su mandíbula y rechinó los dientes. —¿No acepta…? ¿Qué pasa? ¿Qué dice? —habló el sacerdote tocándose el cuello porque creía que se iba a asfixiar por la falta de aire. —No lo acepto, porque no soy Aurora del Carmen Villalta, soy Patricia Alejandra Villalta, la hermana —al mismo tiempo que se quitaba el velo de novio, dejando al descubierto su verdadera identidad. Sus palabras provocaron un murmullo en todos los presentes, hasta que la voz firme y gruesa del hombre los hizo callar. Tomó a la chica del brazo y la sacudió con fuerza sin ninguna consideración. —Tienes un minuto para explicarme y para que me des las razones por las cuales no deba machacarte como una asquerosa cucaracha —pronunció de forma despectiva.
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