Aston estaba en un sueño intermitente, el último recuerdo que tenía había sido el de la mujer inyectándolo, la rabia brotó de él como la lava expulsada por la fiereza de un volcán.
«¡Maldita seas! ¡Solo tú eres el culpable! ¿Te atreviste a confiar en ella? ¡Eres un idiota! ¡Porque te cuesta entender que todas ellas son iguales! Solo unas zorras a quienes les importa solamente sus intereses. ¿Creíste que se compadecería de ti? Es tan perra como las otras, trataste de convencerme de que era diferente y a pesar de haberte dicho que era una fachada, que no podías importarle menos te empeñaste en que no le hiciera daño. Si lo hubiera hecho, seguramente ella no se habría atrevido a traicionarnos. Aunque no fue sorpresa para mí, sabía que no teníamos ningún vínculo y por eso ella sería capaz de
