**SERAPHINA** Me sentía mal. No de ese malestar físico que se cura con una pastilla y una siesta, o con un té caliente y una manta. No. Esto era diferente. Era ese otro tipo de malestar, más profundo y visceral, que se instala en el pecho como un peso muerto y no te deja respirar correctamente, que convierte cada inhalación en un esfuerzo consciente. Lo que acababa de pasar con Thayer me dejó un sabor amargo en la boca, metálico y persistente, como si hubiera cruzado una línea invisible y ya no hubiera vuelta atrás. La expresión en su rostro cuando le pedí que saliera —esa mezcla de confusión, dolor y algo parecido a la traición— se había grabado en mi retina y no dejaba de reproducirse cada vez que cerraba los ojos. No podía seguir así. La revelación me golpeó con la fuerza de lo obvio

