**SERAPHINA** No lo creí. No quise creerlo. Mi mente racional se negaba a aceptar que Sterling pudiera ser tan cruel, tan calculador, de dejarme en el lujo a la espera de sus visitas mientras restauraba su matrimonio. Hasta que lo escuché. Dos días después, mi masoquismo le ganó la partida a la dignidad. Conduje hasta el vecindario de la mansión, como quien se acerca al borde de un abismo sabiendo que va a mirar. No me atreví a tocar el timbre ni a acercarme demasiado. Solo aparqué el coche a una distancia prudente, como si eso pudiera protegerme del golpe. Pero no. Desde una ventana abierta del segundo piso —la suite principal, claro— se coló una voz femenina, dulce, familiar, con ese tono que alguna vez me hizo sentir fuera de peligro. —Cariño, ¿vas a venir a cenar? El bacalao se enfr

