Capítulo 9 Jardines venenosos

2023 Words
La semana se extendió ante mí como un desierto de días grises. Me propuse una férrea determinación: concentrarme en el trabajo, proteger a David y a la abuela de mi tormento interno, y mantener una fachada de normalidad. Pero las noches eran mi perdición. En la soledad de mi habitación, las lágrimas silenciosas empapaban la almohada, lavando la máscara de fortaleza que llevaba durante el día. Por las mañanas, reconstruía meticulosamente esa fachada, sonriendo en la oficina, sumergiéndome en informes y agendas. Sin embargo, Bastián, con su percepción exasperantemente aguda, notaba las grietas. —Alaïa, ¿estás segura de que estás bien? —preguntaba su voz, un suspiro de preocupación que se colaba entre el ruido de las teclas. —Estoy bien —mentía, enderezando la espalda y forzando una sonrisa que se sentía tan frágil como cristal—. Solo un poco de cansancio. Su mirada azul se posaba en mí un segundo de más, escéptica, pero no insistía. Yo volvía a mi pantalla, agradeciendo su discreción y maldiciendo mi incapacidad para ocultarme por completo. El viernes por la mañana, la energía en las oficinas de Kingship Holdings era un campo de batalla cargado de electricidad estática. Al entrar, el murmullo tenso y las miradas furtivas me alertaron de que algo grave ocurría. Sin pensarlo, crucé el vestíbulo y abrí la puerta de la oficina de Bastián sin llamar. —¡Quiero nombres! —su voz, un trueno contenido, resonó en la habitación—. Averígüenme quién filtró esa basura y destrúyanlo. No quiero excusas. Theo y varios miembros del equipo de crisis asentían con rostros serios. Bastián estaba de pie, de espaldas a la puerta, sus hombros, normalmente relajados, formaban una línea rígida de furia. Sus puños, apoyados en el escritorio de cristal, estaban blancos por la fuerza con la que se aferraba al borde. —Bastián —llamé suavemente, cerrando la puerta tras de mí—. ¿Qué sucede? Se giró lentamente. La ira en sus ojos era un océano embravecido. —Alaïa, justo a tiempo. Necesito que me ayudes a redactar el comunicado para la conferencia de prensa. —Por supuesto. Pero para hacerlo bien, necesito saber a qué nos enfrentamos. —Ashley Tomson —escupió el nombre como si tuviera un sabor amargo—. Han filtrado fotos viejas. Ella y yo. El nombre resonó en mi memoria, una modelo de alta costura conocida por su belleza glacial y sus tácticas publicitarias despiadadas. Un nudo de algo que no quise identificar —¿celos, protección?— se apretó en mi estómago. Esperé a que la oficina se vaciara, el zumbido de las llamadas y las órdenes dando paso a un silencio cargado. —Perdona mi ignorancia —dije, acercándome—. ¿Ashley Tomson? —Sí —suspiró, corriéndose una mano por el cabello—. Esa mujer… Fue hace dos años, cuando estaba en Kansas. La peor decisión de mi vida. —Una sonrisa amarga se dibujó en sus labios—. Salir con una modelo como ella es firmar un contrato para ser el accesorio de su vida. Yo esperaba compañía, apoyo en los juegos… pero su agenda siempre era más importante. Yo, sin embargo, recorría medio mundo para aparecer en sus galas, sonriendo como un idiota para las fotos. Cada palabra suya alimentaba una indignación creciente dentro de mí. Comenzaba a odiar a una mujer a la que nunca había conocido. —Seguro quiere recuperar tu atención ahora —observé, mi voz más fría de lo que pretendía. —Perdió contratos cuando se filtró que me era infiel. Yo no dije nada, solo pedí paz. Mi equipo se encargó de enterrar cualquier rumor. —Su mirada se perdió en la ciudad beyond el ventanal—. Luego me mudé a Seattle. Todo iba viento en popa, la cima estaba al alcance de la mano… y entonces, la lesión. ¿Crees que Ashley estuvo ahí? —Negué con la cabeza, sintiendo una punzada de dolor por él—. No. Se desvaneció como el humo. Y ahora, cuando estoy a punto de volver, cuando he construido algo con mis propias manos, resurge para montarse en mi éxito y crear la farsa de la 'pareja perfecta'. Una claridad repentina iluminó mi mente. Esto no era solo un rumor; era un ataque calculado. —Sé exactamente qué escribir —dije, la determinación endureciendo mi voz—. No vamos a pedir disculpas. Vamos a contraatacar. Una chispa de admiración cruzó por sus ojos antes de que la ira los nublara de nuevo. —Hazlo. Acaba con este circo de una vez por todas. Me llevó al último piso, a un jardín privado en las alturas que era un oasis secreto. Entre la vegetación y el silencio, le contó los detalles más sórdidos, los momentos en que se sintió usado, un trofeo más en la vitrina de Ashley. Cada confesión suya era un ladrillo más en el muro de mi resolución. De vuelta en mi escritorio, las palabras fluyeron con una precisión letal. El comunicado no era una negación; era una declaración de guerra. Cuando se lo entregué, Theo frunció el ceño al leerlo, pero luego una sonrisa lenta y admirativa se extendió por su rostro. —Esto es brillante —murmuró—. Despiadado y brillante. En la conferencia de prensa, Bastián fue un emperador caído. Su voz, clara y cortante, no dejó espacio para dudas. —Aclaro, de una vez por todas, que no existe ninguna relación con la señorita Tomson. Las fotografías fueron filtradas sin mi consentimiento, y mi equipo legal ya ha presentado una demanda por difamación e invasión a la privacidad. Ella conoce muy bien la verdad. No hay más que discutir. El silencio que siguió fue absoluto. Ningún periodista se atrevió a cuestionar al hombre que acababa de anunciar la ruina profesional de una supermodelo con la frialdad con la que se firma un contrato. Horas después, las llamadas desesperadas de la agencia de Ashley eran rechazadas una a una. La demanda era un monstruo diseñado para triturar su carrera. Mientras el equipo celebraba la victoria, un pensamiento oscuro y retorcido germinó en mi mente. Así era como se destruía una reputación. Con recursos, poder y una voluntad de acero. ¿Podría yo hacerle eso a Dylan? La idea era seductora, un veneno dulce que recorría mis venas. Buscar su punto débil, su talón de Aquiles, y hundirle la daga sin piedad. Pero la realidad era un balde de agua fría. Yo no era Bastián King. No tenía su ejército de abogados ni su influencia ilimitada. Solo tenía mi rabia y mi desesperación. Mi única arma era la resistencia. La paz se quebró con un correo electrónico de la asistente de Dylan. El recordatorio de mi condena de fin de semana. Pero mi sangre se heló al leer los detalles adjuntos: un menú. Yo debía cocinar. Crema de espárragos, Pato a la naranja con puré de patatas trufado y, de postre, una compota de frutos rojos. La lectura fue una sentencia de muerte culinaria. Yo era un desastre en la cocina. Lo único que podía preparar sin incendiar la casa eran unos fideos instantáneos. Dylan lo sabía. Esto no era una cena; era una trampa meticulosamente planeada para humillarme. La nota en rojo era la estocada final: "Preparación en solitario. Prohibida toda asistencia externa." —Estoy perdida —susurré para mí, sintiendo cómo el pánico me agarrotaba el estómago. —Parece que has recibido una declaración de guerra —la voz de Bastián a mi espalda me hizo saltar. Su tono era ligero, pero sus ojos no se perdieron el temblor de mis manos. —Es solo… Dylan. Me exige que prepare la cena de mañana y… —le mostré el menú en la pantalla. Él levantó una ceja, impresionado por la saña del requerimiento. —Recuerdo que tu hermano es chef, ¿no? —asentí—. Entonces, ¿por qué no vienen esta noche a mi casa? Que él te enseñe. Podemos preparar ese menú y otros peores. —¡No! —exclamé, horrorizada—. No puedo aceptar eso. Es demasiado. —Alaïa —su voz suavizó—, a veces para vencer al enemigo, hay que aprender a jugar en su terreno, pero con tus propias armas. Piénsalo. Al final, la desesperación pudo más que el orgullo. Esa noche, en la cocina del restaurante donde trabajaba David, bajo la tutela del Chef Hugo, me transformé. Presté atención a cada corte, a cada punto de cocción, a cada reducción. El chef, un hombre grande y de corazón generoso, me guió con paciencia infinita. —El pato debe quedar con la piel crujiente como el cristal y la carne rosada, jugosa —explicaba mientras yo observaba, fascinada—. Así sabremos que el infierno fue el correcto. Tomaba notas febrilmente, convirtiendo la angustia en concentración. Cuando mi teléfono vibró con un mensaje de Bastián, una sonrisa inconsciente apareció en mis labios. Bastián: ¿Lista para la batalla de mañana? Alaïa: En pleno entrenamiento con el Chef Hugo. Todo bajo control. Su respuesta fue inmediata. Bastián: Voy para allá. Y fue así como, media hora después, Bastián King apareció en la cocina del restaurante, no como el CEO de un imperio, sino como un amigo. La sorpresa fue mayúscula cuando Hugo y él se fundieron en un abrazo de viejos camaradas. —¡Mira quién viene a honrarnos! —rugió Hugo—. Hacía siglos, muchacho. —La rehabilitación, ya sabes —respondió Bastián, y luego su mirada se posó en mí, en mi delantal manchado y mis mejillas sonrojadas por el calor de los fogones—. Y hoy, por fin, pude entrenar con el equipo. Volví a correr. La noticia me atravesó como un rayo de luz. Por eso se había ido temprano. Un peso que no sabía que cargaba se aligeró en mi pecho. La cena que preparé bajo su mirada atenta fue un triunfo silencioso. El sabor, la textura, la presentación… todo era perfecto. Los elogios de Hugo y la expresión genuinamente impresionada de Bastián fueron un bálsamo para mi alma maltratada. —Está delicioso —dijo Bastián, y su mano cubrió la mía sobre la mesa, un contacto cálido y fugaz que me electrizó—. Mis felicitaciones, chef. Más tarde, frente a mi edificio, dentro de la quietud acolchada del Rolls-Royce, la atmósfera se cargó de algo indefinible y peligroso. —Gracias, Bastián —susurré, mi mano aún hormigueando por su contacto. —El agradecido soy yo, por… —su voz se quebró, sus ojos buscando los míos en la penumbra. El momento se suspendió en el aire, frágil y prometedor. Hasta que un puño golpeó violentamente la ventana, haciendo que ambos nos separáramos de un salto. Dylan estaba afuera, su rostro una máscara de furia veteada por algo más oscuro: celos. —Me encanta ver cómo mi esposa se rebaja —escupió, cada palabra una cuchillada—. ¿Es este el precio de tu 'libertad', Alaïa? ¿Rebuscarte en cocinas ajenas? El hechizo se rompió. El miedo y la rabia me helaron la sangre. —Tengo que irme —dije a Bastián, evitando su mirada. Bajé del coche, enfrentando la tormenta en los ojos de Dylan. —¿Qué quieres? —pregunté, mi voz temblorosa a pesar de mí misma. —Toma tu maldita ropa —arrojó una bolsa a mis pies—. Vendrás conmigo. Ahora. —El trato es que voy mañana —repliqué, encontrando un hilo de firmeza—. No esta noche. Mañana. No esperé a su respuesta. Di media vuelta y entré en el edificio, corriendo hacia la seguridad de mi piso, rogando que no lo siguiera. La puerta se cerró tras de mí, y me desplomé contra ella, el corazón martilleándome el pecho. La batalla se intensificaba, y yo, atrapada entre el hombre que me ofrecía un refugio envenenado y el que me arrastraba a su infierno, ya no sabía en qué lado de la guerra quería estar. Solo sabía que el odio entre Dylan y yo era una mecha encendida, y alguien iba a terminar explotando.
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