Orión Estaba sentado en mi estudio, un elegante rincón con paredes de color marfil y grandes ventanales que dejaban entrar la luz del sol de la tarde. Mi escritorio de caoba pulida ocupaba el centro de la habitación, donde papeles y documentos se apilaban en orden meticuloso. Sostenía el teléfono con una mano, observando fijamente la foto de Octavia que me había enviado aquel número desconocido. Los rayos de sol filtrados por las cortinas de seda dorada bañaban la imagen, resaltando su belleza sobrenatural. Tres días. Habían pasado tres interminables días desde que despertamos en ese callejón oscuro y sucio, en medio de un caos nocturno. No podía evitar sentir una oleada de frustración al recordar el encuentro. Mi mente aún retumbaba con el eco del golpe que Sam me había propinado, un l

