Capítulo 4

5418 Words
    Se escuchó un estruendo y al mirar hacia atrás, para ver que sucedía, se dio cuenta de que estaba, nada más y nada menos que, el marqués tendido en el suelo casi junto a ella. Cassandra agrandó los ojos por la sorpresa  y las ganas irrefrenables de reír comenzaron a burbujear en su garganta, cosa que no pudo evitar cuando su futuro esposo levantó la cabeza y ella observó las manchas de barro que tenía en las mejillas y el mentón. Se desternilló de risa, incapaz de controlarse, sabía que debía guardar la compostura y mantenerse serena, después de todo ella estaba en una situación inusual y exactamente igual a la del marqués, pero le fue imposible, él ya debió haberse dado cuenta de lo imprudente que ella era. Para su enorme alivio y sorpresa, escuchó la cálida risa del marqués. Algo verdaderamente inesperado, el sonido de su risa le llegó a lo más profundo, sintió una felicidad extraña que la llenó.     Su hermana le había advertido que el marqués era un hombre adusto y muy serio, que sólo se preocupaba por hablar de manera inteligente, pero no se había comportado así con ella, hasta ahora se había reído de su desliz con el té, había aceptado su juego, corrido tras ella por la propiedad hasta alcanzarla, guiñado un ojo con aire de triunfo, y ahora estaban  allí, tendidos en el suelo llenos de barro con la ropa sucia y riéndose a carcajadas.     Cassandra se sentía extraña, pero de buena gana, era uno de los días más lindos que había pasado, considerando que estaba en compañía de un desconocido eso era sorprendente. Estiró el brazo, sin dejar de reír, hasta rozar con sus dedos el mechón castaño de cabello que le había caído al marqués en la frente para devolverlo a su lugar.  Sus miradas se encontraron y dejaron de reír, dejaron de sonreír, el aire a su alrededor se tensó y Cassandra no había apartado su mano del cabello del marqués, quería hacerlo, debía hacerlo, pero no lograba realizar la fácil tarea que en ese momento no parecía tan sencilla, no debía tomarse tantas libertades, él la tomaría por una fresca y descocada como seguro pensaba de su hermana.     ‒ Discúlpeme, milord. No era mi intención ‒ desvío la mirada y atrajo su mano de nuevo hacia sí.     ‒ No tiene de que disculparse ‒ él tomó su mano antes de que ella la hubiera colocado de nuevo en el suelo ‒  déjeme ayudarla a levantarse.     Soltó su mano y Cassandra de inmediato sintió su ausencia. Él se levantó con una elegancia indescriptible, tan elegante como puede verse un hombre con las ropas llenas de barro, ¿por qué no pudo caer sobre una pila de hojas? ¿Por qué justamente tenía que tropezar con una raíz cerca de un charco?     Cassandra consiguió enderezarse poco a poco, le dolían los costados y gimió de dolor. Al instante llegó el marqués a su lado, la agarró con sus manos grandes y fuertes por el codo y el antebrazo, ella apoyaba ambos pies en la tierra mientras el marqués la levantaba pero sentía un dolor intenso en el pie derecho, no esperaba ese dolor y resbaló de nuevo. Pero esta vez no tocó el suelo, el marqués la rodeó por la cintura y la atrajo a su cuerpo evitando su caída.     ¡Dios mío! Sabía que sus miedos de hacer el ridículo frente al marqués eran comprensibles, pues en su vestido estaba la prueba, al igual que en la ya no elegante ropa de su acompañante, su chaqueta blanca estaba irreconocible. Lo había arruinado ¡Y de qué manera!     «Bien hecho, Cassandra» se burló esa vocecilla fastidiosa que hacia acto de presencia cuando menos lo necesitaba.     ‒ ¿Se encuentra bien? ‒ el marqués parecía realmente preocupado. Se encontraban demasiado cerca.     ‒ Sí, sí... sí. Estoy bien ‒ Cassandra intentó apoyarse en ambos pies y una vez más no pudo soportar el dolor. Gimió.     ‒ No puede caminar en ese estado. Es probable que se haya torcido el tobillo ‒ suspiró el marqués, un suspiro profundo, como si no quisiera dejar ningún soplo dentro de su cuerpo.     Lo estaba incomodando. La tomaría por una niña estúpida que es demasiado frágil como para cuidarse por sí misma. Ya no se sentía tan alegre.     ‒ Deberíamos regresar a la casa...     ‒ Por supuesto ‒ lo cortó Cassandra, bajo la mirada a su pie derecho, que tenía levantado unos centímetros del suelo, calzado con sus botines favoritos que ahora estaban arruinados debido al barro.     ‒ No tengo otra opción ‒ comentó para sí mismo el marqués, quizá no se dio cuenta de que había pronunciado las palabras.     ‒ Le agradecería mucho, milord, que me llevase hasta aquella raíz ‒ señaló a un árbol no muy lejano que no tenía rastros de tierra mojada a sus alrededores ‒, así podré esperar mientras usted va a la mansión y avisa a mis padres para que envíen a un lacayo que me ayude a regresar ‒ intentando aparentar la confianza que no poseía, levantó la cara y miró fijamente esas hermosas profundidades esmeraldas. Vislumbró la confusión del marqués, éste tenía el entrecejo fruncido pero no era ira lo que demostraba.     ‒ Perdón, pero no entiendo lo que quiere decir.     Cassandra intentó zafarse de aquel abrazo, pero el marqués no se lo permitió. Decidida a no causarle más quebraderos de cabeza, ya tenía suficiente con lo que había hecho en una sola tarde, no insistió.     ‒ Es muy simple, esperaré aquí a que vaya por ayuda. Usted tiene razón, milord, no puedo dar ni un paso por mí misma. Un lacayo será suficiente, no se preocupe.     ‒ Disculpe si me tomo demasiadas libertades...     ‒ Si lo dice por el abrazo ‒ lo cortó rápidamente ‒, no se atormente con eso, me salvó de otra caída.      De un momento a otro el marqués se agachó y Cassandra abrió los ojos como platos por la sorpresa que le causó percibir el aroma de sus cabellos castaños, sándalo y tierra mojada, le dieron ganas de reír al recordar el altercado que sufrieron, que era la razón de que su cabello tuviera esa mezcla de aromas.     Su sonrisa se desvaneció cuando sintió las manos del marqués en otros lugares de su cuerpo que no eran exactamente su cintura. Estaba en el aire, en brazos del marqués, la había alzado y como no lo esperaba sintió la sensación de caer por lo cual le rodeó el cuello con ambos brazos y cerró los ojos con fuerza. Respiró profundamente para calmarse un poco. Abrió los ojos y sus rostros estaban a escasos centímetros de distancia. Giró la cabeza de inmediato por dos razones: la vergüenza, desde esa distancia el marqués vería sus mejillas encendidas sin ningún problema, y para verificar que no estaba rozando el suelo húmedo.     ‒ ¿Qué se supone que está haciendo? ‒ preguntó alterada.     ‒ No pienso dejarla aquí sola esperando a uno de sus sirvientes, cuando muy bien puedo yo llevarla. Cualquier cosa le podría suceder mientras espera y no soy dado a dejar a las damas cuando necesitan ayuda.  Tampoco permitiré que otro hombre la alce en brazos, cuando yo soy totalmente capaz de realizar la tarea. También ya se está haciendo tarde, sus padres se preguntaran dónde hemos ido... ‒ su voz denotaba autoridad ‒ y ya le pedí disculpas por tomarme demasiadas libertades.‒ finalizó con un carraspeo, eso decía que ella no era la única que se sentía incómoda con la situación. ¡Pues qué bueno!     ‒ Es verdaderamente alto ‒ comentó luego de un silencio que se alargó por varios segundos.     ‒ O usted es verdaderamente baja. ‒ la obsequió con una amplia sonrisa y Cassandra sintió como se derretía su corazón.     ‒ Creo que un poco de ambas. ‒ sonrió también, y ya no sentía la situación para nada incómoda ni inusual.     El marqués comenzó a caminar y ella disfrutó el momento, no todos los días un marqués alza en brazos a una joven. Ese mechón rebelde volvió a colocarse en la frente del marqués y Cassandra una vez más tuvo el deseo de apartarlo, y así lo hizo. Deslizó su mano derecha sobre el cabello sedoso del marqués, y su mano continuó el camino hacia su hombro rozando su oreja.     ‒ Gracias, no importa lo que haga, mi cabello siempre regresa a esa posición.     ‒ ¿Y por qué no lo corta?     ‒ No dije que no me gustará, me gusta mi corte aunque sea un poco largo... cambiando de tema: ¿me revelará su edad? ‒ preguntó con una sonrisa, ya casi estaban llegando a la casa. No les quedaba mucho tiempo.     ‒ Ninguno de los dos llegó al centro del laberinto. Por consiguiente no hay derecho a reclamar el premio.     ‒ ¿Y por salvarla no obtengo nada a cambio?     El atardecer estaba comenzando, y el entorno cambió de color, era increíble observar el cambio de tonos en el cielo, pero está vez Cassandra no sentía deseos de mirar como nacía la noche. Los ojos del marqués se posaron en los suyos, su mirada esmeralda la hipnotizaba de una manera indescriptible, sentía deseos de acercarse más a él. El marqués bajo la mirada a sus labios y Cassandra no pudo evitar sonrojarse, jamás la habían besado, no sabía cómo era, pero tenía fuertes sospechas de que el marqués deseaba besarla, allí, en ese preciso instante. Él devolvió la mirada a sus ojos, ella se sentía en un trance, un maravilloso y hermoso trance.     ‒ Cassandra ¿qué ha pasado? ‒ era la voz inconfundible de su padre.     El marqués levantó la mirada y Cassandra al voltear observó cómo sus padres se acercaban con paso apurado desde la escalinata principal. La magia se esfumó.     ‒ Lady Cassandra necesita que la examine un médico ‒ comentó el marqués con preocupación.     ‒ Enviaré a un lacayo ya mismo a buscar al doctor ‒ su madre dio media vuelta y entró apresurada a la mansión.     ‒ No te preocupes, papá. Estoy bien, fue una caída sin importancia y el marqués se ofreció a traerme porque…     ‒ Será mejor que entremos ‒ dijo su padre con el semblante serio.     Una vez acomodada en el sofá beige que había compartido anteriormente con el marqués, apoyando el pie sobre uno de los mullidos cojines, logró respirar profundamente, su corazón comenzó a desacelerarse. No había notado que estaba tan agitada hasta que el marqués la dejó con delicadeza y la ayudó a elevar su adolorido pie.     Su padre carraspeó y Cassandra borró de su rostro la sonrisa que hasta ahora no sabía que estaba esbozando. Miró a su padre y vio que estaba horrorizado mirando del marqués, que estaba de pie a su lado, a ella y de regreso.     ‒ ¿Pero que les ha pasado?     ‒ Lord Hughes, ambos tropezamos en el bosque y caímos en un charco.     ‒ Eso se nota, ¿por qué tropezaron? Me parece inconcebible que...     ‒ Papá, es que estaba corriendo y... ‒ su padre estaba rojo de furia y Cassandra se silenció de inmediato, las cosas no iban por buen camino. Ya suficiente tenía con arruinar las cosas con el marqués para que ahora su padre pensase que ella lo hizo a propósito como una especie de complot para no realizar la boda.     ‒ Cassandra, ¿cómo has podido...?     ‒ No fue su culpa, milord, ‒ el marqués intentó rescatarla una vez más ‒ decidimos realizar una pequeña carrera, sin embargo no medí los peligros. Fui desconsiderado. Le pido mis más sinceras disculpas.     ‒ Está bien. ‒ dijo su padre pasándose la mano por la cara ‒ Bueno Lord Wrightwood, será mejor que se retire. Yo me encargaré de que Cassandra sea atendida por el médico. ‒ dijo de forma adusta, se notaba que no le gustaba ni un ápice la situación.     ‒ Por supuesto, milord... Lady Cassandra, le pido disculpas a usted también por mi comportamiento. Vendré a visitarla para saber de su recuperación. Buenas tardes ‒ se inclinó en una venia ante ambos y se marchó de la sala.     Toda la familia se encontraba en la sala cuando el doctor comunicó el diagnóstico, luego de inspeccionar con cuidado su pie derecho, aunque eso no apaciguó el dolor que ella sentía. Había sufrido un esguince de tobillo. El doctor dio estrictas indicaciones que debían ser realizadas al pie de la letra. Cassandra debía descansar y no apoyar el pie bajo ninguna circunstancia, al menos durante tres días. Le indicó que debía tomar varías dosis de láudano para aliviar el dolor. La hinchazón desaparecería en poco tiempo y que como máximo estaría unos cuatro días de reposo. Debía mantener el pie en alto y comprimirlo con un vendaje suave, cada cuatro horas su doncella tendría que colocar hielo durante unos veinte minutos.     Eso era lo que ganaba con sus arrebatos, pensó algo molesta, salir lastimada y para colmo dejó que el marqués se echara la culpa de lo acontecido.     Estaba completamente apenada, no pudo dormir esa noche debido al dolor, el láudano no hacia tanto efecto como ella esperaba, sólo la atontaba y la hacía sentir mareada, y su doncella debía colocarle hielo a las horas acordadas. Unas cuantas veces dormitó unos momentos, pero al día siguiente parecía un c*****r, la falta de sueño había dejado señales claras en su rostro pálido, que ahora estaba ojeroso y tan blanco como un fantasma. No quería estar en esa posición, mantener el pie elevado apoyado en una pareja de cojines no era cómodo al cabo de unas cuantas horas. Pero su dolor corporal se asemejaba a la desgracia que sentía en su interior, en sus pensamientos se alternaban el dolor que sentía, la incomodidad, la mala noche que pasó y el marqués.     ¡Oh, el Marqués de Wrightwood!     Si estuviera en sus manos, Cassandra anularía el contrato, dejaría que el marqués fuera libre para elegir una esposa adecuada. Era evidente que ella no era lo que él esperaba ni mucho menos lo que necesitaba. Él era tan amable, la salvó de la ira de su padre, a quien le explicó, luego de que el marqués se marchara, como habían sido las cosas, no con lujo de detalles pero si lo más relevante. Su padre le ordenó que no volviera a hacerlo, que ella tenía que comprometerse a mantener una conducta intachable, que luego de la boda tal vez podría ser ella misma.     «Vendré a visitarla para saber de su recuperación»     Había dicho el marqués la tarde anterior, no había dicho cuando iría ni a qué hora. Era muy temprano para hacer una visita y tal vez era uno de esos lores que dormían hasta mediodía. Cassandra estaba afligida, quería verle y pedirle mil veces que la disculpara, que lo liberaba de ese sórdido acuerdo, y prometerle que ella haría lo que estaba en sus manos para que su padre no tomara represalias en su contra.     Edward se sentía frustrado, estuvo a punto de besar a la pequeña jovencita, de no haber llegado el conde en ese preciso momento estaba seguro de que lo hubiese hecho. La idea no debería sorprenderlo tanto, se supone que eso era bueno, teniendo en cuenta que pronto estaría casado con la damita en cuestión. Pero aun no sabía su edad y eso lo mortificaba en gran medida.     Jamás tuvo intención de besar a la antigua Lady Caroline, quien poseía una belleza deslumbrante, cualquiera que quisiera ensalzar su belleza diría que Lady Caroline brillaba como el sol… pero no era cálida, y eso para Edward era un problema, así que no tenía intenciones de besarla. Nunca. Con ella se comportaba de la manera más honorable que podía, todo era muy correcto durante los paseos que compartían. Con Lady Cassandra, en cambio, todo era muy diferente, ella era alegre y risueña, y un poco de alegría en su vida era más que bienvenida. Así que sí, admitía con total franqueza que tuvo todas las intenciones de besarla, mientras ella yacía en sus brazos. Por unos instante sintió perderse en esos ojos color miel tan exquisitos, en esos labios sonrosados y carnosos…     Sacudió la cabeza de un lado a otro para quitar esas imágenes de su mente, y regresó al presente, se dio cuenta de que no había probado bocado de su desayuno. Debía sentirse apenado y no rememorar ese momento con tanto afán. La noche le había resultado verdaderamente larga, su preocupación por ella no le permitió dormir durante toda la noche y lo hizo levantar temprano esa mañana.     ‒ Milord ‒ escuchó decir a su mayordomo y giró la cabeza por inercia para mirarlo sin realmente estar haciéndolo ‒, Lord Matthew Campbell ha llegado.     Edward frunció el ceño, ¿su hermano? Él no había comentado nada de venir a visitarlo en sus cartas, se supone que estaba en alguna parte con el ejercicito del Rey, defendiendo su patria.     ‒ ¡Vamos, querido hermano! Quita esa expresión de tu rostro ¿No te alegras de ver a tu hermanito? ‒ dijo Matthew de manera alegre mientras irrumpía en el comedor con los brazos extendidos.     ‒ ¡Por supuesto que me alegro! ‒ respondió levantándose de su asiento ‒ Creía que estabas en pleno campo de batalla ‒ la sonrisa no desapareció del rostro de ninguno y se abrazaron fuertemente.     ‒ No me perdería tu boda por nada del mundo.     ‒ Toma asiento, desayunemos. Yo aún no he comenzado ‒ ambos se sentaron y Matthew se sirvió buena cantidad de todo lo que había en la mesa: jamón ahumado, huevos cocidos, tocino, salchichas y emparedados.     ‒ ¿Qué se siente estar tan cerca de que te coloquen los grilletes del matrimonio, eh? ‒ comentó su hermano con jocosidad untando mermelada en un pan tostado, siempre de buen humor, así era Matthew, encantador y divertido.     ‒ Una situación bastante extraña la que estoy atravesando, pero lo toleraré, no te preocupes ‒ ambos estallaron en sonoras carcajadas, pues sabían que Edward estaba preparado para ser un esposo modelo.     Terminando de desayunar, Edward divisó el reloj que se encontraba en una de las paredes del comedor para comprobar la hora, nueve de la mañana, una hora temprana para realizar una visita pero no verdaderamente escandalosa. Se levantó de su asiento y se disculpó con su hermano. Subió a su habitación para comprobar su vestimenta, debía estar presentable, pues él siempre procuraba estarlo, la imagen era muy importante para los Campbell. Bajo las escaleras con presteza y allí, en el vestíbulo, estaba su hermano, se había cambiado la ropa con algo más elegante, pues antes llevaba un simple atuendo de viaje.     ‒ Voy a la casa del conde, ayer Lady Cassandra tuvo un accidente y quiero comprobar que se encuentra bien ‒ comentó Edward tomando sus guantes y su sombrero.     ‒ ¿Puedo acompañarte? Me encantaría ver a Lady Cassandra después de tanto tiempo ‒ a Edward el comentario lo tomó desprevenido, pero no le dio mucha importancia. La compañía de Matthew haría que todo fuese absolutamente intachable.     Unos lacayos vestidos con sus habituales libreas trajeron a sus caballos y rápidamente marcharon hacia la casa de los Hughes.     ‒ ¿Lady Cassandra sigue tan encantadora como siempre? Desde que tengo uso de razón ha sido una niña esplendida ‒ comentó su hermano ensimismado en sus palabras, con la mirada fija en el camino.     ‒ Sí, es una joven muy alegre. Estoy muy apenado, debo decir, por no haber podido salvarla ayer.     ‒ ¿Tuviste algo que ver con su accidente? ‒ esta vez Matthew clavó la mirada en Edward y lo hizo estremecerse.     ‒ Sí, estábamos corriendo por el…     ‒ ¿No deberías estar cortejando a Lady Caroline en vez de estar corriendo con Lady Cassandra? ‒ preguntó Matthew con una expresión de verdadera confusión.     ‒ Pues te diré que hay una historia bastante irónica que debo confesarte ‒ resopló Edward con humor.     Estaban llegando a la entrada principal de la casa del conde, vislumbraron una figura que estaba en la puerta. Era la madre de Lady Cassandra, Lady Hughes, quien los saludaba con bastante entusiasmo.     ‒ Me alegro de verlos está mañana, señores ‒ comentó sin que desapareciera la sonrisa de su rostro.     ‒ Buenos días, Lady Hughes ‒ Matthew bajó de su caballo y tomó la mano de la señora, a continuación se inclinó de manera galante.     ‒ Lord Matthew Campbell, que sorpresa tan maravillosa. Creí que no lo vería en la boda de su hermano con mi dulce Ca…     ‒ Buenos días, señora ‒ Edward llegó junto a ellos y se quitó el sombrero para realizar una reverencia. ‒ He venido… hemos venido ‒ dijo incluyendo a Matthew con un movimiento de cabeza ‒ a visitar a Lady Cassandra, ¿Se encuentra ella bien? ‒ preguntó con preocupación, esperaba que no fuera nada grave el dolor que sentía ayer por la tarde.     Minutos después los abandonaron en una sala diferente a la que Edward había estado ayer, esta era más amplia, decorada en tonos verdes, dorados y blancos, con unas puertas-ventanas que daban al jardín, con más sillones, sofás y butacas, que la otra sala, exquisitamente decorados con una tela estampada que hacia juego con todo lo que en ella había. La luz del sol entraba abundantemente e iluminaba todo de una manera encantadora.     ‒ ¿Por qué no dijiste que venias también por Lady Caroline? Se va a sentir decepcionada si sólo vienes por su hermana. Y no es para nada bueno que se sienta de esa manera. ¡Por Dios, Edward, te vas a casar con ella! Demuestra un poco más de interés, aunque sea fingido ‒ a veces su hermano podía hablar demasiado, y eso irritaba a Edward, no era el mejor momento para decirle la verdad, y quería ver su cara de sorpresa cuando se enterase de que estaba cortejando a otra persona que no era precisamente Lady Caroline. ‒ Sé que su matrimonio es premeditado, pero eso no quiere decir que no debas hacer el intento de llevarte bien con ella, aunque es algo frívola si me lo preguntas… Edward, ¿me estas escuchando siquiera? ‒ Matthew parecía molesto.     ‒ Sí, te escucho perfectamente Matthew, pero si no pregunté por Lady Caroline es porque…     ‒ Buenos días ‒ se escuchó una dulce voz desde la puerta y ambos caballeros voltearon de inmediato.     Lady Cassandra estaba apoyada de una criada a su derecha y de su doncella a la izquierda, quienes con algo de dificultad intentaban trasladarla hasta uno de los asientos. Estaba algo pálida, se mostraba frágil y debilitada.     ‒ Permítame ayudarla, Lady Cassandra ‒ se ofreció Matthew con una sonrisa antes de que Edward saliera de su estupor.     Su hermano la tomó por la cintura y la invitó a que le rodeara los hombros con su brazo izquierdo, con gran facilidad depósito a la joven en el amplio sofá. Edward se apresuró en coger un par de cojines de otro asiento y los llevó hasta ella, levantó un poco su pie derecho para luego dejarlo caer suavemente sobre los cojines. Ambos hermanos Campbell se sentaron en el sofá frente a la dama.     ‒ Está usted encantadora, Lady Cassandra ‒ dijo Matthew al tomar asiento.     ‒ ¡Oh! Muchas gracias, milord. No esperaba verlo por aquí. ‒ su sonrisa apareció y fue deslumbrante.     ‒ No me perdería por nada la boda de mi hermano con su…     ‒ ¿Se encuentra bien? ‒ Edward se había sentado en la orilla del sofá, alargó el brazo y acto seguido tomó la mano de la joven entre sus dedos.     ‒ Sí… sí, muy bien ‒ se ruborizó como solamente las jovencitas pueden hacerlo ‒ el doctor dijo que fue un esguince, que con reposo se curará pronto. No se preocupe, milord ‒ ella desvió la mirada desde sus manos sujetas hasta Matthew. Edward se giró y casi se echa a reír allí mismo por la expresión de sorpresa que tenía su hermano estampada en el rostro.     ‒ ¿Y su hermana Lady Caroline? ¿Dónde se encuentra? ‒ preguntó Matthew intentando ocultar su sorpresa, se recostó más del sofá y cruzo sus piernas colocando el tobillo derecho sobre su rodilla izquierda.     ‒ Supongo que de luna de miel, no estoy segura de que venga a la boda, pues no perdió tiempo y se fue con Sir Peter a Cornualles ‒ la cara de Matthew palideció y comenzó a toser de manera descontrolada. ‒ ¿Se encuentra bien, milord? ‒ preguntó la joven con preocupación, soltó la mano de Edward para intentar levantarse.     ‒ Perfectamente, no se preocupe ‒ levantó una mano, su hermano respiró hondamente y recuperó la compostura ‒ No tenía idea de que su hermana se hubiera… ido.     ‒ ¿Recuerdas que una historia que confesarte? ‒ preguntó Edward divertido, tomarle el pelo a Matthew era entretenido, y esta vez la expresión de su cara había sido extraordinaria.     ‒ Sí, también dijiste que era bastante irónica ‒ respondió su hermano de manera tajante.     «Touché» Eso le pasaba a Edward por querer divertirse a costa de su hermano. Apenado, giró la mirada hacia Lady Cassandra, pero ésta estaba mirando al suelo, y había entrelazado sus manos fuertemente sobre su regazo, como para que Edward no se atreviera a tomarle alguna.     De un momento a otro llegó una criada junto con el mayordomo, traían en una bandeja de plata el té y unos cuantos aperitivos. Aunque Edward se sentía satisfecho por el desayuno que había tomado en casa, decidió probar alguna de las delicias que había en la bandeja, quería tener un poco de tiempo para manejar mejor la situación.     ‒ Así que Lady Caroline se ha casado con un baronet ‒ comentó Matthew luego de que Lady Cassandra le contara la historia en un breve resumen ‒ ¡que sorprendente! Siempre llegue a pensar que ella verdaderamente quería ser marquesa.     ‒ Sí… ‒ la voz de Lady Cassandra se fue apagando ‒ me dijo que tenía que seguir a su corazón, esa noche por más que yo… ‒ se detuvo al notar la expresión de horror que había en el rostro de Edward.     ‒ ¿Lady Cassandra, estaba usted presente cuando ella se escapó? ‒ preguntó él incrédulo.     ‒ ¡No!... quiero decir, sí, pero le aseguro que…     ‒ Tranquilícese Lady Cassandra, nadie la acusa de nada ‒ comentó Matthew trayendo un poco de cordura a la conversación.     ‒ Por supuesto. Usted no es culpable de los actos de su hermana ‒ Edward debía controlarse, no debía molestarse con ella, era quien menos tenía culpa en todo esto.      ‒ De verdad que intenté detenerla, pero no me escuchó, yo no supe qué hacer y solamente regresé derrotada cuando ella me abandonó, allí, en la oscuridad ‒ su mirada fija en el suelo, su voz tenía un deje de tristeza inequívoco.     ‒ No se preocupe, eso ya pasó. Ahora la situación es otra ‒ Edward procuró animarla, no quería verla así, y de todas formas no había nada que hacer con el pasado. Sonrió.     ‒ Sí, ahora ustedes dos son los novios. ¡Muchas felicidades! ‒ Edward sabía que su hermano lo decía con la mejor de las intenciones, pero ese era un tema que aún no había tocado con Lady Cassandra. Edward carraspeó y se revolvió incomodo en su asiento ‒ Creo que es hora de marcharnos, ¿No es así, hermano?     ‒ Sí, tengo que reunirme con mi administrador para resolver unos asuntos ‒ respondió Edward agradeciendo el cambio de tema ‒ Sólo quería ver cómo se encontraba, milady ‒ tomó una de sus manos, aunque seguía teniéndolas entrelazadas, ella se dejó tocar ‒ nos veremos pronto ‒ depositó un beso suave en los nudillos de la joven.     ‒ Ha sido un placer volverla a ver, Lady Cassandra ‒ se despidió Matthew con una reverencia.     Ambos se marcharon.     ‒ ¿No pensabas decirme que cambiaste de novia? ‒ preguntó Matthew malhumorado cuando montaron sus caballos.     ‒ No tuve tiempo, sucedió apenas cuatro días atrás y tú expresión fue tal que no me arrepiento de no habértelo comentado antes ‒ Edward lo estaba disfrutando, mucho.     ‒ Debo decirte, Edward, que yo vine por dos razones. La primera para venir a tu boda, pues eres mi hermano y quería acompañarte en tu gran día ‒ se silenció por un momento, pensando con cuidado como iba a proseguir.     ‒ ¿Y la segunda? ‒ Edward lo alentó a continuar.     ‒ Iba a realizar una proposición de matrimonio ‒ rio sin humor, con amargura.     ‒ ¿Hay alguna dama con quien desees casarte? Pensé que aún no tenías ni idea si llegarías a casarte algún día… ‒ Y entonces, Edward entendió todo de sopetón, como si le hubiesen acertado un golpe en el estómago. Detuvo el caballo con brusquedad ‒ ¿Quieres casarte con Lady Cassandra? ‒ preguntó temiendo la respuesta. Matthew también se detuvo.     ‒ Esa era mi intensión. Sí. Ya que tú te casarías con su hermana y Lady Cassandra me ha parecido desde que éramos niños una persona alegre y vivaz. No le vi ningún problema, es más, me pareció lo más idóneo.     ‒ No lo puedo creer. ‒ Edward se sentía aturdido, mareado.     ‒ Claro, que tenía planeado sólo hacerle una proposición, pues iba a esperar a que tuviera la edad    adecuada…     ‒ ¿Tú sabes qué edad tiene? ‒ preguntó desconcertado.     ‒ Sí, aun es una jovencita, no es consciente de ciertos… deberes que vienen con el matrimonio. Tú me entiendes ¿no? ‒ dijo de manera picara. Cuando Edward no respondió desapareció esa expresión ‒ Un momento… ¿Tú no sabes qué edad tiene? ‒ Matthew lo miraba como si le hubiera salido una segunda cabeza y tuviera un cuerno en ella.     ‒ No, según el contrato estoy obligado a casarme con ella este año. El conde no me dijo su edad y yo tampoco le pregunté ‒ Edward ahora era más consciente de la angustia que sentía por saber, de inmediato, la edad de la muchacha ‒ ¿Qué edad tiene Lady Cassandra, Matthew? ‒ miró fijamente el rostro de su hermano, tan parecido al suyo, a excepción de los ojos, Matthew tenía una tonalidad de verde ligeramente más claro ‒ Por favor, dime que mis cálculos están errados ‒ dijo como un quejido.     ‒ ¿Y cuáles son tus cálculos? ‒ preguntó Matthew serenándose.     ‒ Dime que Lady Cassandra no tiene doce o trece años, por favor ‒ respondió de manera suplicante, estaba cansado de tanta intriga, de tanta angustia, quería saber para estar preparado a lo que se avecinaba.     ‒ No ‒ y se echó a reír, una sonora carcajada salió de la boca de su hermano ‒ ¡Por dios, Edward!‒ azuzó a su caballo y se alejó rápidamente de Edward dejando una estela de polvo sin dejar de reír, poseía una risa estruendosa que se escuchaba a dos kilómetros a la redonda.     Edward molesto, emprendió la marcha lo más pronto posible para alcanzar a su hermano, quería estrangularlo por burlase de esa manera de él, ¿Es que no veía la angustia que sentía?     ‒ ¡Matthew, detente inmediatamente! ‒ gritó a viva voz, pero su hermano no le hizo caso.     Llegaron pronto a la impresionante mansión, que pertenecía a la familia Campbell desde el primer Marqués de Wrightwood, era una de las propiedades vinculadas al título y donde ellos se habían criado. Simplemente majestuosa y extraordinaria. De piedra gris con tres niveles y un ático, un enorme jardín, un lago artificial donde su padre les enseño a Edward y a sus hermanos la destreza del nado, un establo lleno de caballos de diferente pedigrí, un cobertizo para albergar al menos unos quince carruajes, y un invernadero lleno de distinguidas flores exóticas.     ‒ Matthew, exijo que me digas ya mismo la edad de Lady Cassandra ‒ dijo eufórico atravesando a zancadas el vestíbulo para encontrase de frente con su hermano.     ‒ ¿Y si no lo hago qué pasaría? ‒ preguntó burlón, se estaba divirtiendo a su costa, en otro momento a    Edward no le importaría en lo absoluto, solían bromear entre ellos siempre que fuera posible, pero ahora no era el mejor momento para querer bromear con él.     ‒ ¡No juegues conmigo, Matthew! Te lo advierto ‒ dándose cuenta de que se había salido de sus cabales trató de recuperar la compostura. Nunca había sido cruel con su familia, había sido estricto, sí, desde que era el cabeza de familia pero nunca cruel. Inhaló profundamente ‒ Dime, por favor, que edad tiene Lady Cassandra.     ‒ Tiene quince años. ¿Ya puedes dejar de mortificarte?‒ Matthew no esperó que Edward contestara, subió las escaleras y desapareció de su vista.     Quince años, ¡Dios mío! ¡Lady Cassandra tiene quince años! No sabía si sentirse feliz o seguir angustiado, sólo faltaban tres años para que fuese presentada en sociedad.     «Bueno, por lo menos no tiene trece años» pensó pasándose la mano por el cabello y revolviéndolo bastante. Sólo se llevaban siete años, eso no era mucho ¿O sí? Edward decidió con una sonrisa no seguir preocupándose, era mejor lidiar con una joven de quince años que con una niña de trece.
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