27 de Junio de 1815, Somerset.
Su madre estaba desolada al igual que él, la noticia de que su hermano menor había desaparecido les cayó como un balde de agua fría. La sala se sentía gélida, tan fría como si estuviera el invierno en pleno apogeo y él se encontrase desnudo en medio de una planicie, pero no era así. Sólo era su alma la que se sentía desolada al escuchar aquellas palabras.
‒ Lo lamento mucho ‒ dijo el coronel Rogers con pesar ‒ hemos buscado en todas partes pero me temo que el cuerpo de su hermano no aparece. Tenemos tantas bajas que no podemos darnos el lujo de tener a una gran cantidad de nuestros hombres en la búsqueda de los desaparecidos.
‒ ¿Pero… seguirán buscando? ‒ preguntó su madre con los ojos abnegados en lágrimas pero sin querer derramarlas.
‒ Por supuesto, haremos lo posible. Lo lamento mucho, Lord Wrightwood, su hermano fue de mucha ayuda, demasiado valiente y temerario.
‒ Se lo agradezco, espero tener pronto noticias al respecto.
¿Qué más podía decir?
Su hermano menor estaba desaparecido.
Su vida dio un giro inimaginable.
Todos se despidieron con absoluta cordialidad y luego, tras la salida del coronel, la habitación se quedó en total silencio.
‒ ¡Oh, Edward! Tenemos que avisarle a Daphne, tu hermana necesita saberlo ‒ dijo su madre rompiendo el silencio que perduró lo que parecía una eternidad.
Su madre, con el cabello veteado de algunas hebras plateadas estaba totalmente recta en su asiento junto a la chimenea sin tocar el respaldar, su mirada fija en sus manos inquietas sobre su regazo.
‒ Madre, necesitas descansar. No debemos perder las esperanzas ‒ tomando sus manos notó el cambio de temperatura, aunque hacia un día inigualable y el sol brillaba a través de la ventana, ella tenía las manos heladas. Se llevó las manos de su madre a los labios y depositó un largo beso. Su corazón estaba ya devastado por la noticia de la desaparición de su hermano, pero ver a su madre de esa manera le encogió un poco más el corazón.
Siempre quiso a su hermano, ellos hacían todas las cosas juntos durante la niñez. Incluso cuando fueron al colegio se llevaban de la mejor manera y se ayudaban mutuamente, pero al ser Edward quien heredó el título su hermano se sintió renegado y mantuvo firmemente su decisión de enlistarse en el ejército una vez que finalizaron el colegio.
Las diferencias entre ellos no fueron notorias hasta que entraron al colegio, por su parte él era el Marqués de Wrightwood mientras que Matthew era un simple caballero y «el simple hermano menor de un marqués», como muchas veces él mismo se definió. Por más que sólo se llevaran un año de diferencia y que Edward hiciera todo lo posible por no distanciarlo durante sus años en el colegio, pero sus amistades lo hacían, si se les puede llamar así a un grupo de jóvenes pomposos que sólo se interesaban en la posición social, quienes hacían todo lo posible por mantener a los caballeros poseedores de títulos o herederos de estos cerca. Se consideraban un grupo exclusivo y era reducido ya que muchas familias tenían más de un hijo varón, decían ser los mejores y por consiguiente los demás lo creían.
Edward lo quería, era su hermano y cuando regresaban a casa para las vacaciones todo era como antes, cabalgaban juntos todas las mañanas, iban de pesca, cuidaban de su hermana menor y de su madre con todo el cariño del mundo. Su distanciamiento quedaba estrictamente en el colegio, fue una especie de acuerdo tácito entre ellos.
Matthew le contó que debía hacerlo, que el ejército era su única opción, ya que no quería ser una carga para él y no sentía que tuviera la capacidad para optar por una carrera de abogado, científico o algo similar, ni sentía afinidad por la vida religiosa. Así que sin más le pidió a Edward que le comprara su entrada al ejército, prometiéndole que jamás le pasaría nada, que todo saldría bien y que le pagaría con intereses. Él se negaba a aceptar, no tenía nada que ver con el dinero, era su hermano, su compañero y amigo. No tenía intención de dejarlo marchar a secas, no podía, no quería, era el único que lo había apoyado en la decisión que tomó hace cinco años, tan descabellada y cobarde.
Ahora estaba muerto.
Desaparecido, según la explicación del Coronel Rogers. No debía perder la esperanza, no debía olvidarlo. No se daría por vencido, pero tampoco es que pudiera hacer mucho al respecto.
Pero eso sólo hacia doler su corazón aún más, la incertidumbre e impotencia que sentía eran tan insoportables que le costaba entender que ahora se había quedado sin su hermano y por consiguiente sin heredero, estaba únicamente en su poder que el título prevaleciera.
‒ Tienes que ir, Edward.
El comentario de su madre fue casi un suspiro, pero no pasó desapercibido. Su mirada penetrante se posó en él, sus ojos cristalizados estaban tercamente decididos a no derramar alguna lágrima frente a él.
Esas palabras suaves de su madre muy fácilmente podrían interpretarse de muchas maneras, pero él sabía exactamente y sin duda alguna a que se refería.
Debía volver a la ciudad de Bury St. Edmunds, en el condado de Suffolk.
Específicamente a Campbell Manor.
Con su esposa.
Ya no podía seguir evitándolo, llevaba cinco años haciéndolo, tendría que regresar. Aunque la idea no era de su agrado, el sentimiento de culpa lo atormentaba desde aquel día. Su mente no sabía hacia dónde dirigir sus pensamientos, tenía tantas complicaciones que se sentía débil, mareado e indispuesto. Y no tenía ni idea de cómo solucionar nada ¡Nada! Del embrollo en que se encontraba.
4 de julio de 1810, Herefordshire
‒ Deberá disculparme, Hughes pero ¿Me está diciendo que mi prometida escapó anoche con un terrateniente? ¿Alguien me lo iba a decir si no venía esta tarde?
No tenía ganas de ser amable, no tendía a ser una persona volátil pero su exasperación estaba al límite, su paciencia se agotaba mientras intentaba comprender la noticia que le daba el Conde Hughes. Éste era un gran amigo de su padre y sus propiedades colindaban con las suyas.
Había llegado esa tarde para su habitual visita a la casa del Conde Hughes, en la que pasaba una hora aproximadamente, primero tomaba el té con la familia y luego salía a pasear con su prometida.
¡Ah, pero no una prometida cualquiera!
Su cortejo no tenía nada de inesperado.
La dama en cuestión la había escogido su padre. El Conde Hughes y su padre, el difunto Marqués de Wrightwood, habían firmado un acuerdo, un contrato que se realizó cuando Lady Caroline tenía apenas un año y él contaba con cinco. Sus vidas estaban ligadas desde entonces y se casarían en el año de 1810, cuando ella fuera presentada en sociedad a los dieciocho años, como es costumbre.
Así que ahí estaba él, diecisiete años después, cortejando a su futura esposa, a quien no había visto luego de tener doce años, justo antes de ir al colegio Eton. Nunca se quejó por su compromiso premeditado, después de todo su padre era un buen hombre y quería lo mejor para él, y tras su muerte hace diez años decidió que ese era su destino y debía afrontarlo de la mejor manera, pero al parecer su flamante prometida tenía otros planes muy diferentes a los suyos.
‒ Mi hija no pensó con claridad, se dejó influenciar por un forastero que resultó ser un Baronet de Cornualles.
«¡No pensó en absoluto!» Pensó Edward pero no lo dijo, no debía ser tan descortés. Aunque ganas no le faltaban.
‒ Y usted señor, dejó que la influenciaran. Creí que su hija tenía un mejor sentido por el deber ‒ se levantó de su asiento emplazado en el despacho del conde, se sentía algo inquieto.
Quizás esto fuera bueno, él no tenía ninguna queja sobre la dama en cuestión pero no quería casarse con ella y menos con los recientes acontecimientos.
Quizá no fuera tan bueno, ¡sería un escándalo!: “La prometida del marqués de Wrightwood escapa de sus garras”. Ya podía imaginarse todos los anuncios en las revistas de señoras y la habitual columna de cotilleos en los periódicos. Y de tan sólo pensar en regresar a Londres se le erizaba la piel. La cantidad de madres casamenteras y sus hijas, recién presentadas en sociedad, que lo atormentarían no serían una cálida bienvenida, las había tenido a raya por su inminente compromiso, pero ahora no habría nada que las detuviese.
‒ Si, lo entiendo Lord Wrightwood. Mis hombres ya fueron en su búsqueda, pronto estará de regreso ‒ El Conde debía poseer la paciencia de un santo para tomar el asunto con tanta calma. No mostraba ninguna expresión que diera a conocer su interior. Tal vez, únicamente no quería alterar a Edward.
Pero ese era el punto.
¡Él ya estaba alterado!
¿Iba a traerla de vuelta? ¿Creía que él la aceptaría después de lo que había hecho? A estas alturas ya podría estar casada en alguna parte de Inglaterra.
Una muchacha de dieciocho años se escapa a través de la noche con un baronet proveniente de Cornualles, una muchacha que tenía la vida entrelazada a un marqués por un contrato firmado por su padre hace diecisiete años, una muchacha la cual estaba siendo cortejada y que disponía de dos semanas para presentarse en la iglesia y cumplir con su parte del trato.
‒ ¿Me está insinuando que la boda sigue en pie? No lo creo.
Listo, lo había dicho. Ya no tendría que casarse a la corta edad de veintidós años y no era su culpa, él ya había aceptado la realidad hace mucho tiempo atrás, pero esta dio un giro más que bienvenido. ¡Era libre!
‒ Veo que no ha leído el contrato con detenimiento ‒ contestó el conde elevando una poblada ceja.
‒ ¿Disculpe? ‒ esas no eran buenas noticias, por supuesto que había leído el contrato, es lo primero que le enseñan a un caballero junto con equitación y la manera correcta de disparar un arma.
El contrato estipula que el hijo de David Campbell, actual Marqués de Wrightwood, heredero al Marquesado de Wrightwood debía casarse con la hija de Daniel Hughes, actual Conde Hughes, así de simple, sin nombres, sólo títulos. De esta manera, si algo le sucedía a Edward, Matthew tomaría su lugar en las nupcias. Todo estaba estrictamente calculado, pero su hermano estaba luchando por el país mientras que él cortejaba a Lady Caroline desde hace dos meses.
‒ Como usted ya sabe, Lord Wrightwood, tengo otra hija, Cassandra ‒ adoptó una expresión adusta la cual decía que no aceptaría un no por respuesta.
‒ Lady Cassandra es su hija menor, es apenas una niña‒ contestó restándole importancia con un gesto de manos, como máximo la niña tenía unos trece años.
‒ El contrato estipula que usted debe casarse con mi hija, no dice con cuál de ellas, al igual que menciona que la boda debe celebrarse este año sin demora alguna.
¿Es que acaso tenían diferentes documentos o su mente había colapsado y olvidado cada cláusula del dichoso contrato? Jamás había tenido tantos problemas para resolver un asunto de negocios, porque eso es lo que era, un negocio que se estableció sin su consentimiento pero en el cual no podía hacer otra cosa que cumplirlo.
‒ ¡Esto es el colmo! Lo siento mucho, milord, pero me tengo que ir ‒ de esa manera abandonó el despacho del conde sin compañía, no la esperaba ni la necesitaba para salir por la entrada principal.
Tomó sus guantes y sombrero de manos del anciano mayordomo que siempre tenía cara de pocos amigos y se dirigió directo a su caballo, lo montó sin ninguna demora. Deseaba tanta distancia como pudiera entre su persona y esa casa.
¿Casarse con Lady Cassandra? ¡Madre del amor hermoso! ni siquiera creía que de verdad el conde lo fuera insinuado, aunque hizo mucho más que eso, no cabían dudas al respecto. Lo había ordenado, para hacer cumplir ese infernal contrato, pero ¡Eso no podía ser! Era una niña, además de que jamás la había visto mientras cortejaba a su hermana, por ser menor no la dejaban estar presente cuando tomaban el té y por supuesto que no iría con ellos mientras iban de paseo. Era tan sólo un infante la última vez que la vio.
Algo había que Edward pudiera hacer, pensaba evitar ese compromiso a toda costa, esos no eran sus planes. Ya encontraría una manera, siempre existe una posibilidad alterna para cualquier situación, y esa no sería la excepción.
3 de julio de 1810, Herefordshire: El día anterior.
Cassandra no tenía grandes expectativas para su futuro, sus padres evitaban Londres a toda costa, simplemente no les gustaba. Su padre, el Conde Hughes, iba exclusivamente para ocupar su puesto en la Cámara de los Lores y cumplir con su deber, y su madre se negaba a asistir porque prefería la vida apacible que tenían en el campo y nunca le habían gustado las frivolidades.
De esta manera, a su tierna edad, Cassandra sabía que no tendría una temporada social en Londres, al igual que no la había tenido su hermana esa primavera, la única y enorme diferencia que existía entre ellas, es que Caroline ya tenía la vida arreglada, se casaría con el Marqués de Wrightwood, el hermoso y varonil Marqués de Wrightwood, en dos semanas para ser más específicos. Mientras que ella esperaba que algún caballero que viviera en la zona o sus alrededores se enamorara profundamente de la hija menor del Conde Hughes.
¡Qué exasperante era su situación!, cualquier caballero en Londres se fijaría en ella con tan sólo saber que era la hija de un Conde y poseía una dote suficientemente buena, a eso había que añadirle que no era fea ni nada de eso, se consideraba guapa. Su posición social era perfecta para conseguir un buen partido, sin embargo no existían «buenos partidos» que no estuvieran ya reclamados en todo Herefordshire.
Ya había rechazado la idea de que algún día el hermano menor de su futuro cuñado se fijara en ella, se había enlistado en el ejército hace un año y jamás la tomó en cuenta, aparte sabía que ser esposa de un militar no era lo más apacible y cómodo del mundo. Así que allí se encontraba ella, mirando como el sol moría para darle vida a la luna, el atardecer desde su ventana era magnifico y uno de sus momentos favoritos del día. Pensar en su futuro a su corta edad no era la mejor forma de disfrutar su juventud, pero no tenía remedio, debía pensar en algo, ya que sus padres no se habían preocupado por ella de ninguna forma en ese aspecto.
Pero esa noche el mundo se puso patas arriba.
Solía ir a caminar bajo la luz de la luna simplemente para contemplar el paisaje, a veces llegaba hasta las orillas del lago o hasta un claro realmente encantador en la propiedad del marqués.
«¿Cómo podría no considerarse un buen partido si era la hija de un Conde y tendría a un marqués de cuñado? ¡Y a una marquesa por hermana!» Pensó más que exasperada mientras caminaba arrebujándose en su chal, la tenue brisa era fría para ser un día en el que no había llovido.
Era absurda su situación, pero Cassandra tenía un plan, una idea que se implantó en su mente cuando comenzó el cortejo del marqués hacia su hermana, quizá Caroline podría concretar su sueño y darle aunque sea una sola temporada.
¡Claro! ¿Por qué no?, le rogaría a su hermana si fuera necesario, acudiría al mismísimo marqués si se veía obligada, solamente pedía una temporada social en Londres, y eso no era mucho pedir. Si no lograba nada, si no conseguía las atenciones de ningún caballero, sería solamente su culpa y de nadie más, pero por lo menos habría tenido la oportunidad. Sí, se lo pediría a su hermana llegado el momento, aún faltaban algunos años para tener la edad suficiente de ser presentada en sociedad.
Felicitándose, por tan brillante plan, había llegado, sin darse cuenta, a una parte bastante alejada de su casa, calculó que casi estaría en la propiedad del marqués, pero no estaba sola, logró visualizar una figura a lo lejos.
‒ ¿Peter dónde estás? Necesito algo de ayuda.
¡Mi Dios! Pero si era Caroline.
«¿Peter? ¿Quién era Peter?» Y una pregunta más importante se introdujo en sus pensamientos « ¿Qué hacía Caroline en medio de la noche llamando a un tal Peter mientras arrastraba algo con ella?»
Lo peor, es que creía saber la respuesta, pero quería creer fervientemente que estaba equivocada.
Cerró los ojos negando con la cabeza.
‒ ¿Qué estás haciendo Caroline? ‒ no podía creer lo que su hermana estaba haciendo.
‒ Cassandra, me has dado un tremendo susto ‒ dijo aliviada, soltó la maleta y colocó los brazos en jarra ‒ No deberías andar por aquí, es tarde y estás demasiado lejos.
‒ ¿Para dónde vas? ¿Y quién es Peter? ‒ no le dio importancia a sus comentarios, ella podría estar lejos de casa pero no se encontraba a mitad de la noche llamando a un hombre del que su familia no tenía ningún conocimiento.
‒ Me voy a casar ‒ respondió como si la situación fuera muy obvia alzando la barbilla con petulancia.
‒ Por supuesto, con el Marqués de Wrightwood, dentro de dos semanas. Ven, vamos, regresemos juntas ‒ Intentó tomar la mano de su hermana, debía hacerla entrar en razón.
‒ ¡Ja! El Marqués de Wrightwood ‒ su desdén era casi palpable ‒ no conocí a un hombre más estirado en mis dieciocho años, es demasiado serio para ser tan joven. No, no me voy a casar con él, sería infeliz por el resto de mi vida, Cassandra. Simplemente no puedo y mi corazón está con Peter.
Caroline se estaba fugando.
No podía dejar que se fugara, aunque sonase egoísta ella era su única oportunidad para tener una temporada en Londres, y su familia no la dejaría ver a su hermana si esta se iba de esa manera y se casaba con un don nadie.
‒ ¿Te vas? ¿Me vas a abandonar? ‒ Lo menos que podía hacer era apelar por su lado sensible y el amor que le tenía.
‒ No te preocupes ‒ Caroline colocó sus manos en sus hombros para mirarla fijamente a la cara ‒ Voy a estar bien y ya encontraré la manera de comunicarme contigo. Te quiero muchísimo, Cassandra, pero debo hacer esto, tienes que comprender ‒ Su mirada suplicante decía que sería desdichada si se quedaba.
‒ ¡Vas a dejar plantado al Marqués! ¡No le puedes dar calabazas a un Marqués! ¡Es el Marqués de Wrightwood! A papá le va a dar una apoplejía. Caroline, deberías reconsiderarlo, ¡será todo un bochorno!
‒ No ‒ besó a Cassandra en ambas mejillas ‒, lo lamento pero no puedo ‒ se alejó de ella para tomar nuevamente su maleta y se marchó.
‒ ¡Vas a arruinar mi futuro! nadie querrá casarse conmigo si se enteran que mi hermana se fugó y todo el mundo lo sabrá, no te quepa la menor duda. Te tomaran por una descarada ‒ gritó desesperada por querer hacerla reaccionar.
‒ Lo siento mucho, Cassandra ‒ contestó al darse la vuelta en la distancia ‒ pero debo hacer esto por mí. Tú vas a estar bien.
El regreso a la casa no fue agradable, la cabeza la daba vueltas y le faltaba el aire en los pulmones. Su hermana se fugó, dejando a su prometido plantado, ¡a un marqués nada menos! que no tenía la menor idea. Su padre se pondría colérico cuando se enterase.
¿Debería ella decir algo?
No, por supuesto que no.
Su hermana tenía derecho a ser feliz aunque no haya hecho las cosas de la manera más idónea.
La regañina que su papá le diría si llegaba a decir algo de lo que hizo Caroline, junto con el sermón de su madre sobre las muchas maneras en las que pudo haber evitado el escape de su hermana, no eran cosas que quisiera escuchar, ni ahora ni nunca, decidió.
Sin ninguna demora llegó a su habitación y se tendió en la cama, deseaba, con todo su ser, no haber dado un paseo esa noche. Se quitó el vestido sin ayuda de su doncella, odiaba los corsés y muy poco los usaba, por más que su madre insistiera en ello, así que no tenía que luchar con los lazos, simplemente se quitó el vestido y se colocó su camisón preferido, dormir en estos momentos le sentaría bien, mañana no sería un día tan encantador.
Un sonoro grito la despertó.
Bien, era la mañana del día siguiente y ya se habían dado cuenta de que Caroline no estaba, de eso estaba totalmente segura.
‒ ¡Caroline! ‒ gritó su madre al abrir la puerta de golpe.
‒ Madre, soy Cassandra ‒ dijo lo más serena que pudo al sentarse en la cama de golpe.
‒ Tu hermana ¿Dónde está? ‒ preguntó entrando a la habitación y escudriñando cada rincón de esta.
‒ Supongo que en su cuarto, hace años que no nos hacemos compañía en las noches ‒ se colocó de pie y fue a su vestidor, suspiró mientras se colocaba un sencillo vestido amarillo de flores‒ ¿Por qué tanto alboroto? De seguro está en el jardín, aunque a decir verdad, ella nunca se levanta antes de las diez de la mañana. Por cierto, ¿Qué hora es? ‒ salió del vestidor y no sólo estaba su madre, también se encontraba su padre con cara de pocos amigos. Eso, decididamente, no era bueno en absoluto.
‒ Son las ocho de la mañana y la voy a estrangular una vez sepa su paradero. ¿A dónde se fue, Cassandra? ‒ Su padre intentó contener su irá ‒ ¡ella te lo cuenta todo! ‒ más no lo logró, su cara estaba tan roja como un tomate.
‒ ¿Insinúas que se ha escapado? Pero si se va a casar en dos semanas ‒ intentó sonar lo más asombrada que pudo, no era una buena mentirosa, pero si mejor que Caroline ‒ un momento, ¿Insinúas que yo la ayude?
‒ Cassandra, sólo dinos si sabes algo de tu hermana. El marqués volverá a venir esta tarde ‒ su madre se mostraba alterada y nerviosa, como nunca la había visto.
¡Dios mío, el marqués! No había pensado con profundidad como le afectaría todo el asunto ¿Y si él estaba profundamente enamorado de Caroline? ¡Se le partiría el corazón en mil pedazos! Llevaba cortejándola dos meses, algún sentimiento debía albergar en su corazón por Caroline. Qué desconsiderada era su hermana. Sin embargo, no pensaba decirle a sus padres lo que había presenciado la noche anterior, sólo acarrearía más problemas para ella y ni loca pagaría por los actos de su descocada hermana. Lo hecho, hecho estaba.