Kerem mantenía su cuerpo sobre los sofás de la sala de espera. Mantenía sus lentes de sol puestos mientras que su esposa le miraba esperando que dijera algo. Tenían diez minutos allí y cada treinta segundos miraba el reloj transmitiendo una ansiedad notoria. Movía su pie, la punta para ser exactos de arriba a abajo presa de sus impulsos. Ese era un tic que tenía, además de juguetear con sus dedos y tronarlos de vez en cuando. No le había dicho más de tres palabras. “Sube al auto”, eso fue lo único que dijo cuando ambos se toparon bajando las escaleras. No le había dicho a donde iban, tampoco el nombre del doctor, solo le indico que subiera. Arabelle miró por el ventanal durante todo el camino mientras que su marido se hundía en un sepulcral silencio abrumador. ¿Debía decir algo? No,

