Aquel carácter malhumorado pudo haberla asustado y hecho salir corriendo de allí pero no lo hizo. Se le quedó mirando mientras él permanecía en silencio observándola con esos ojos verdosos inyectados de un leve tono rojizo debido al agua. Tenía que salir de allí a menos que deseara coger un resfriado que le hiciera estar en cama. No era un hombre enfermizo, de hecho, durante su año de casados nunca le había visto enfermo o al menos nunca se había enterado. —No voy a irme hasta que salgas de la ducha para que pueda asegurarme de que no te has pasado de la raya con la herida del pie. Mira como sigue sangrando. —Si a mi no me preocupa la herida, no tiene por qué hacerlo contigo. Es a mí a quién me duele. A quién afecta. Arabelle suspiró y sintiéndose un poco friolenta por su cuerpo emp

