Leila abrió los ojos y vio el blanco del techo, sabía dónde estaba, era consciente de todo; lo había perdido, su amigo, su esposo, el hombre que tanto amaba, pero de algo estaba segura, su amor solo moriría el día que ella dejara de respirar.
— Al fin despiertas, me tenías preocupado. — Leila giro su rostro al reconocer esa voz, tan profunda, tan familiar.
— ¿Farid? — dijo en un susurro cargado de sorpresa y confusión, mientras sus ojos se empañaban con las lágrimas, impidiéndole ver con claridad a aquel hombre que estaba de pie al lado de las ventanas.
— Aquí estoy amor, no sabes lo preocupado que me tenías. — Leila se sentó en la cama del hospital y con el dorso de su mano quitó las molestas lágrimas, ¿acaso la locura la había alcanzado?
— ¿Farid? — volvió a preguntar, pero ahora viendo fijamente al hombre que estaba un poco más cerca de su cama.
— Esposa, me estas preocupando, creo que llamare a los médicos, el golpe en tu cabeza fue muy fuerte.
Aquel hombre que tenía el rostro de su esposo salió a paso rápido de la habitación, y Leila no sabía que pensar, ¿en verdad su golpe fue tan grande que la llevo a delirar? Quería creer que sí, lo deseaba con toda su alma, con todo su corazón, sin embargo, algo le decía que todo lo que recordaba no era un sueño o mejor dicho una pesadilla, él la llamo amor, su Farid nunca le diría así, como tampoco la llamaría esposa sin evitar sonreír, ya que ambos sabían que por más que ante la ley eran marido y mujer, ese matrimonio nunca se había concretado, era su broma personal, es por eso por lo que ambos reían cada vez que se llamaban de esa forma.
La puerta se abrió una vez más y por ella ingresaron sus suegros, Marwan se veía muy mal, con una tristeza tan grande que a Leila le comenzó a faltar el aire, mientras que Zayane estaba aún peor, sus ojos hinchados y rojos dejaban a la vista que había llorado por horas.
— Querida Leila, que susto nos has dado, por suerte ya estas bien. — dijo con una sonrisa tensa Marwan y Leila no pudo evitar ver como Zayane ocultaba su rostro.
— Farid… mi Farid. — dijo la joven con voz temblorosa mientras las lágrimas se agolpaban en sus ojos y el aire quedaba estancado en su garganta.
— Aquí estoy amor mío. — intervino aquel hombre mientras tomaba sus manos y las besaba. Leila salto de la cama y se alejó de él, mientras su cuerpo temblaba de pies a cabeza.
— ¡¿Dónde está mi Farid?! ¿Qué le paso a mi esposo? — dijo casi gritando de la desesperación y clavando la vista en su suegra que a pesar de no poder ver su rostro su cuerpo temblaba demostrando que estaba llorando en silencio.
— Pero ¿qué es lo que te sucede Leila? aquí estoy amor. — intervino ese hombre… ¿Quién era ese hombre? Se pregunto la joven.
— Creo que el golpe te ha dejado confundida. — se limitó a decir Marwan, pero no le pudo mantener la mirada, con disimulo vio a otro lado, Leila observo a ese hombre tan parecido a su Farid, mismo cabello, mismos ojos, mismo cuerpo, pero no era él, no era el hombre que amaba.
— No me llames así, porque tú no eres mi esposo, tú no eres mi Farid.
— Hija, ¿Por qué dices eso? Él es tu esposo, Leila ¿qué es lo que te sucede? — repitió su suegro.
Leila llevo una de sus manos a su frente, aun podía sentir el beso de su Farid en ella, no importaba lo que dijera su suegro, ni quien era ese hombre, ella sabía muy bien que le había sucedido a su esposo, en silencio y con las lágrimas cayendo como ríos por sus ojos camino hasta estar frente a Zayane, quién estaba sentada en un sofá, con la cabeza gacha, tratando de no ver nada de lo que estaba sucediendo, Leila se arrodillo y en un arrebato que sorprendió a Zayane y Marwan, tomo las manos de su suegra.
— Por favor… se lo suplico, ¿dónde está mi esposo? Se que su corazón de madre no podrá ser engañado, porque el corazón de esta esposa sabe que ese hombre no es mi Farid, por favor, Madre se lo suplico, dígame que mi esposo está bien, dígame que mi Farid solo se está burlando de mí. — Zayane la vio con sorpresa y horror, además de dolor y pena, era imposible que ella los lograra diferenciar, nadie podía.
— Leila, ¿qué es lo que te sucede mujer? estoy aquí. — repitió el hombre intentando tomarla del brazo, pero la joven fue más rápida y se arrastró por el suelo lejos de él.
— ¡No lo eres! puedes tener su rostro, su cuerpo, ¡pero tú no eres Farid! —grito con desespero, porque lo que más deseaba en el mundo era que ese desconocido si fuera su marido y que todo fuera una pesadilla.
— ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes que no es tu esposo? — indago Zayane viéndola directo a los ojos.
— Porque conozco el alma de mi esposo, la dulzura en su voz, porque por más que quisiera engañarme, el dolor que tengo en mi corazón me dice que mi Farid me dejó, rompió su promesa, él vivía para mí y yo vivía por él, pero me dejo y no entiendo ¿Por qué? ¿por qué no me llevo madre?
El dolor en los ojos color caramelo de Leila era tanto que Zayane no lo soporto, la mujer a la cual los años y las tradiciones la habían obligado a congelar su corazón se estaba desmoronando, camino hasta donde Leila se encontraba y se arrodillo frente a ella, con un cariño único, como el que solo se le tiene a los hijos, tomo las manos de la joven, las cuales temblaban sin poder evitarlo y con suavidad las beso, provocando que el corazón de Leila temblara.
— Hija mía, ¿Cómo podría nuestro Farid ser tan egoísta y llevarse a la alegría de nuestro hogar?
Leila lloro aún más fuerte, lo sabía, ella lo vio morir, recibió su ultimo beso, sus últimas palabras, sabía que ese no era su esposo, pero aun así esperaba un milagro, uno aún más grande que el que obtuvo cuando fue esa tarde al acantilado, buscando la muerte y encontrando el amor.
Zayane y Leila lloraron abrazadas, hasta que se quedaron sin lágrimas, Marwan y el hombre que era igual a Farid las ayudaron a sentarse en el sofá, en silencio dejaron que las mujeres lloraran un poco más, Zayane hizo que Leila se recostara y apoyara la cabeza en su regazo, como si realmente fuera su hija, acaricio la larga cabellera de la joven, quien poco a poco se fue calmando.
— Leila, no nos culpes por querer engañarte. — Marwan hablo lleno de vergüenza, mientras Leila se sentaba derecha y veía una vez más a su suegro.
— No podría culparlos, fue mi error, yo falle como esposa, sabía que nunca usaba el cinturón de seguridad, debía decirle que lo use, debí de darme cuenta antes, pero estaba tan alegre hablando del bebé, que solo no me di cuenta, hasta que fue tarde. — la voz de Leila sonaba con tanto anhelo que por un momento el Jeque creyó que al fin habría un nuevo Khattab.
— ¿Estas embarazada Leila? — consultó con desespero, debía llamar al médico si ese era el caso, pero Leila negó de inmediato.
— Farid quería que sea especial, por eso era el viaje. — Leila jamás lo tuvo, Farid nunca fue de ella y no le importaba, se conformaba con despertar cada día a su lado, oler su perfume y besar sus manos, pero ahora no tendría ni eso.
— Hija, sé que estas dolida, todos lo estamos, pero hay algo que debes saber, este, es Hafid, el hermano gemelo de Farid. — Leila lo vio con desprecio y odio, su cuñado se había convertido en un enemigo aun sin quererlo.
— Hola Leila. — dijo el hombre con un asentamiento de cabeza y el rostro cargado de seriedad.
— ¿Cómo te atreves a hablarme? ¿Cómo te atreves a hacerte pasar por mi esposo? — furia, eso era lo que Leila sentía, furia del destino que le había quitado a su amor, debía sacar toda aquella ira que sentía.
— Si lo hice no fue por gusto. — escupió el hombre apretando sus puños.
— Silencio Hafid. — Marwan sentía que los años y secretos le pesaban más cada día. — Leila, no es culpa de Hafid, yo se lo ordene. — Leila veía a su suegro y no comprendía ¿por qué había hecho eso? — Leila, los únicos que saben de Hafid, somos Zayane, yo y ahora tú, ni siquiera Farid sabía que tenía un hermano gemelo.
— ¿Por qué? — dijo la joven viendo con lastima a Hafid y sintiendo pena por Farid, tantas veces le había dicho que deseo por años tener un hermano o hermana.
— No podíamos arriesgarnos a que en un futuro alguien se aproveche de ellos y los pongan en contra, solo podía haber un solo jeque, eran gemelos idénticos, la tribu, los demás jeques, no podíamos confiar en nadie, pero ahora Farid ya no está, necesitamos a un jeque. — Leila lo veía en silencio y Marwan sabía que ella no estaba entendiendo aquello.
— Leila… nadie debe saber que Farid murió. — el cuerpo de la joven fue atravesado por una corriente que la obligo a levantarse del sofá, pero no encontraba su voz para quejarse. — Debe ser así Leila, tu esposo ahora es Hafid.
— No, nunca. — dijo mientras sus manos se cerraban y temblaban con furia, tanta como jamás había sentido.
— Lo siento Leila, pero conoces la tradición, si quedas viuda debes casarte con mi otro hijo, lo único distinto aquí es que nadie sabrá que Farid murió.
— No lo hare, no le hare eso a Farid, prefiero morir a manos de la tribu, prefiero…
— ¡Pero yo no puedo perder más hijos! Ya perdí a Farid, ¿crees que solo a ti te duele? ¿te crees con más derechos que yo que lo vi crecer? ¡¿Me crees tan despreciable como para que no me duela haber ocultado por 23 años a mi hijo Hafid y que ahora lo obligue a tomar el lugar de su hermano como si nada sucediera?!... ¿crees que podre matarte Leila? A mí también me atan las tradiciones, vi morir a mi hermana por ellas, no solo tendría que tomar tu vida si te reúsas a casarte con Hafid, también debería matar a mi hijo, ¿quieres acabar con los Khattab Leila? ¿quieres destruir lo que Farid y yo hicimos por la tribu? ¿por las mujeres que en ella viven?
Leila cayó al sofá en silencio, con las lágrimas corriendo una vez más por sus mejillas, si ella moría, también moriría la tribu Khattab y sea quien sea que tome el lugar de jeque, nada bueno resultaría para las mujeres de la tribu, Farid había soñado tanto con cambiar las leyes, poco a poco, como lo había hecho Marwan.
Leila levanto su rostro y vio a Zayane, su suegra, esa que no podría llorar a su hijo, porque para todos Farid seguiría con vida, giro el rostro y vio a su suegro, el mismo que le había pedido que no la obligara a matarla, le dolía, las tradiciones le pesaban al jeque, y luego observo a …su cuñado, ese que hasta Farid desconocía que existía, no lo quería, no podía quererlo.
— Piénsalo bien Leila Khattab. — la voz de Hafid la hizo dar un brinco, se oía como Farid, tan iguales. — No lo digo por temor a morir, ni que tu mueras, piensa que, si aceptas, todo lo que mi hermano deseo para la tribu podrá ser posible, pero para que el nombre de Farid viva por siempre, debes aceptar.
— Yo… necesito ver a Farid… por favor.
— Yo te llevare con él.
Hafid camino al lado de Leila, en el trayecto de la habitación hasta la morgue, ninguno de los dos hablo, y el hombre no le dedico ni una sola mirada, Hafid tenía sus propios problemas y pesares, durante 23 años vivió en las sombras, alejado de la tribu, pero aun así gobernado por sus leyes, esas misma que le impedían si quiera enamorarse, su sola existencia como también su posible descendencia era un peligro para la tribu, tantos años deseo que su hermano muriera, para así poder vivir, y al fin había sucedido, sin embargo, su corazón dolía, Farid nunca supo de él, pero él sabía todo de Farid, quienes eran sus amigos, lo que le gustaba comer, como vestía, y no solo porque su padre lo hubiera preparado para suplantar a su hermano si algo le sucedía a Farid, sino porque era la única forma que tenia de conocerlo, en el fondo lo amaba, como solo los hermanos lo pueden hacer, esta sería la última vez que lo vería, y no quería compartir ese momento con sus padres, siempre fueron ellos los que le llevaban fotos o grabaciones de su otra mitad, como Hafid le decía a su gemelo, estaba cansado de solo ver a sus padres, por lo menos en este momento no sería con ellos presentes con los que se despediría definitivamente de su hermano.
El encargado de la morgue se retiró para darles privacidad, dejando a Farid sobre una mesa de acero, cubierto con una manta, Hafid espero su turno, parado a pocos metros de la viuda de su hermano. Observo como la joven que se veía sumamente frágil, levanto su mano temblorosa y descubrió el rostro de Farid, un sollozo salió de sus labios, mientras su mano recorría el rostro frio de Farid.
— Me salvaste y te salve, ¿pero para que Farid? Dime, ¿Qué hare con todo el amor que te tengo? ¿Qué hare sin ti? Solo me queda morir, pero si lo hago… ¿quién salvara a las otras Leilas? Cuida mi corazón Farid, porque él se va contigo mi amor. — fue la primera vez que Leila dijo aquella palabra en voz alta y no le importo que Hafid estuviera allí, para Leila solo estaba su esposo y ella.
Acaricio una vez más su rostro, acomodo por última vez su cabello, luego tomo una de las frías manos de Farid y la llevó a su boca, dejando su último beso en ella y como acto final de despedida bajo su cabeza hasta que su frete toco los labios fríos del hombre que amo durante tres años.
— Adiós Farid, quizás en tu próxima vida puedas ser feliz, quizás en otra vida, vuelva a encontrarte.
Hafid veía un amor tan grande en esos ojos color caramelos, que sabía que jamás alguien había sido tan amado como lo fue su hermano.