La puerta del despacho fue tocada tres veces. Metí la cadena en el bolsillo de mi pantalón mientras daba autorización para que entraran. La puerta se abrió lentamente y, sin previo aviso, mi hermana entró al despacho. Su expresión era la de un muerto viviente. Había ojeras profundas bajo sus ojos, y su rostro, que solía estar lleno de luz, se veía apagado, casi como si la felicidad que había encontrado por fin al reencontrarse con su mate se hubiera esfumado por completo. Me dio la impresión de que, en este momento, su alma había sido drenada, como si todo lo que la hacía sonreír se hubiera esfumado en un instante. Un pesado silencio llenó la habitación, y yo me quedé allí, observándola, esperando que hablara. Sentí cómo mi pecho se comprimía a medida que ella se acercaba, pero no podía d

