3. El Encuentro Prohibido

1034 Words
Aelion Nightera, Guardián Supremo de la Pureza de Silvantis, no se movía simplemente hacia el sur; se internaba en una violación activa de su código ontológico. La frontera de Silvantis no era un muro, sino un límite filosófico, y cruzarlo era una forma de apostasía silenciosa. El aire de Oakhaven no solo estaba contaminado, sino que era una agresión sensorial. Él intentó invocar las técnicas de filtrado mental enseñadas en el Coro de Cristal, diseñadas para aislar la mente élfica del ruido cósmico y la distracción temporal. Fallaron. Su cerebro élfico, acostumbrado a procesar datos sensoriales filtrados a través de miles de años de estasis, estaba bajo un asedio caótico. Sintió el impacto de la física del desorden: Olor: Una sinfonía nauseabunda de materia orgánica en constante flujo. El sudor rancio mezclado con el olor dulce y metálico de la sangre fresca, la grasa quemada de los asadores públicos, el tufo ácido de la fermentación (cerveza agria, vinagre), el hedor de las aguas residuales mal gestionadas y, sobre todo, la omnipresente firma química del miedo y la adrenalina humana, un olor que Aelion identificaba con una claridad aterradora. Ruido: Un muro acústico de urgencia. Gritos de niños, martillazos disonantes, regateos estridentes, el rebuzno de animales y el constante zumbido de la vida que se esfuerza por no ser aplastada. Era la antítesis del silencio controlado de Aethel-Glaed. Temperatura: Una sensación pegajosa y caliente, una humedad profana que se adhería a la ropa élfica, diseñada para repeler el clima extremo, no la suciedad orgánica. Aelion experimentó una alegría química, puramente física, ante esta incomodidad extrema: era la prueba innegable de que su cuerpo y su mente estaban reaccionando a un estímulo con significado real y peligroso. Su indiferencia había muerto. La encontró en el centro del tumulto, en un círculo de curiosos: Seraphina Vane, arrodillada y enfocada, una figura de orden impuesto en el desorden brutal. Ella estaba tratando la fractura expuesta de un leñador, una herida que mostraba la vulnerabilidad biológica que su r**a había trascendido. El escenario era una representación visceral de la finitud. La sangre cubría sus manos fuertes y hábiles. Aelion percibió su enfoque no como bondad, sino como una eficiencia brutal y dedicada. Su concentración era una forma de flujo absoluto que detenía el tiempo solo para ella. Aelion, observándola, sufrió un cataclismo interior que reorganizó quinientos años de pensamiento. Su vida era una galería de arte hermosa, pero silenciosa. Seraphina era la explosión de la vida misma. Su mente élfica, realizando cálculos existenciales a una velocidad aterradora, determinó que la vida de Seraphina, en sus breves décadas, contenía más entropía positiva —más experiencia y significado— que milenios de su propia existencia contemplativa. Lo que no sabía él era que ella se valoraba menos que el sucio en sus zapatos. Lo que lo golpeó no fue el deseo físico —una trivialidad que habría rechazado—, sino un deseo posesivo existencial tan violento que amenazaba con desmembrar su ser. No la quería por placer, sino por la esencia misma de su mortalidad vibrante. Él anhelaba tocar ese fuego, no para extinguirla, sino para descongelar su propia alma y robar la intensidad que su r**a había prohibido. Él quería la prueba de que la intensidad y el significado podían coexistir, estos seres efímeros tenía una vida corta, sí, pero estaban más vivos que el en su larga existencia. El leñador lanzó un gemido final de alivio, y Seraphina levantó la vista, limpiándose una gota de sudor de la sien. Sus ojos, profundos y llenos de la intensidad de la vida, se clavaron accidentalmente en Aelion. Ella vio la criatura de mármol, incomprensiblemente bella, un espectro de luz fría. Sus miradas se fusionaron en un instante de asombro mutuo, una conexión que rompió la barrera de las especies, la moral y los siglos. El tiempo, para Aelion, se pulverizó. Se suponía que los elfos nunca cruzaban a esta parte de las tierras y los humanos en su defecto no podían cruzar a las tierras del bosque. Su corazón élfico, que había latido a un ritmo casi imperceptible, experimentó un paro seguido de un salto violento, doloroso y real. Era el primer latido cargado de propósito de su vida. El dolor físico de este despertar fue tan agudo que Aelion tuvo que apoyarse contra el muro de ladrillo húmedo para no caer. La sensación era una mezcla de terror y éxtasis, la prueba de que el vacío había sido reemplazado por la existencia. Aelion, descompuesto, se retiró a la oscuridad. El Guardián de la Pureza había sido irrevocablemente manchado, y el conocimiento de esa mancha era la primera cosa real que sentía en siglos. Oculto en la sombra, Aelion cayó en una introspección agonizante que se extendió por horas. Su mente élfica se había convertido en un campo de batalla. Él razonó que la brevedad de la vida de Seraphina era su máxima expresión de valor: el conocimiento del final forzaba el significado en cada momento. Su propia eternidad, en cambio, había diluido el significado de cada acción. Su vida era un paisaje hermoso, pero estéril, sin un ápice de vida ni color. Su miedo se transformó en una necesidad desesperada. Se dio cuenta de que si no actuaba, su alma moriría de inanición emocional, y Seraphina se extinguiría, llevándose consigo la única oportunidad que él había tenido de sentir, aunque fuera por poco tiempo él quiera poseer esa llama. Se juró que ella no se extinguiría. Él se haría con el fuego y lo preservaría. Esta no era la lógica del amor, sino la de una supervivencia emocional brutal. Él usaría su inmortalidad y su poder para rodear su llama, para congelar ese instante de intensidad y poseerlo para siempre. La Mancha no debía ser eliminada; debía ser adquirida e integrada. Esto implicaba una herejía monumental: la inmortalidad debía servir a la mortalidad. El plan ya no era proteger su reino, sino robar una vida para salvar su propia alma del vacío eterno. La única forma de proteger la pureza de Silvantis era sacrificarla por su propio Guardián. Pero al parecer Aelion no sabía que la vida humana no puede contenerse es tan frágil como una flor en invierno.
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