DAMIÁN
– Hermano.
– Zeus.
Mi cabeza giró hacia la voz que tan bien conocía. Rencor, ira, decepción, el sabor amargo de la traición. Veía a un Zeus joven, sin barba, pero con el cabello blanco y recogido en una cola alta, esos ojos dorados iguales a los míos, lo único en lo que nos parecíamos físicamente aparte de la altura. Su piel dorada contrastaba con la mía pálida, él no dudaba en mostrar su cuerpo esculpido, su túnica solo cubría parte de su hombro y pecho, nunca entendí sus ganas de mostrar piel. Aunque ciertamente los dos teníamos un cuerpo en “forma”, como decían los humanos, a mí no me gustaba mostrar mi piel, era más una cuestión por el decoro, debido a eso se esparcieron rumores en el Olimpo, rumores que por supuesto ignoré.
Me encontraba en medio de la sala real, mis hermanos y otros nuevos dioses de los que no sabía mucho también estaban presentes. Era un dios algo tímido, que no hablaba mucho, no me gustaba estar en medio de las confrontaciones no mucho menos en medio de las multitudes, pero ahora mi dolor y mi ira era mucho más fuerte que todo eso.
Zeus bajó de su trono e intentó tocarme, pero retrocedí. Vi dolor en los ojos de Zeus, pero realmente en ese momento no me importó mucho.
– Hermano yo no-
– Por qué lo hiciste, Zeus. Solo vine a escuchar una respuesta. Porque como sabrás, no se me permite estar mucho tiempo en el Olimpo.
Mis palabras sarcásticas hicieron que Zeus se tensara en el lugar, no esperaba que dijera esas cosas mordaces, pero ahora no me importaba mucho. Zeus, como siempre intentó defenderse.
– Solo vimos lo que era mejor para todos en la reunión. Era necesario hacerlo.
– ¿Y no pensaron en avisarme de esa dichosa reunión?
– Sabes que a ti no te gustan esas cosas.
– Te aseguro que las cosas cambian cuando se trata de mi estadía y bienestar.
Zeus, guardó silencio por un momento, me miraba avergonzado, casi arrepentido. Pero luego suspiro decidiendo ponerse a la defensiva.
– ¿Y qué querías? ¿te gusta el mar? ¿Hubieses preferido ocupar el lugar de Poseidón? O tal vez ¿quizá pensaste que podías usurpar el lugar que me pertenece por derecho? Como rey hice lo que creí mejor, te prometí reinar y lo estoy cumpliendo.
Mi corazón dolía, las palabras de Zeus me dolían. ¿Cómo era posible que mis propios hermanos hicieran eso? Apreté los puños bajo mi túnica negra y apreté los dientes con fuerza, me negaba a mostrar que la decisión unilateral de mis hermanos me había afectado más de lo que ellos pensaban. Los murmullos no se hicieron esperar, pero no volteé a mirar a nadie más que el rey traidor.
– Correcto. Ahora tengo claro cuál es nuestra relación cuál es mi lugar aquí, Oh gran rey Zeus.
Me incliné haciendo un ademán de reverencia. Zeus se tensó más e intentó acercarse, pero volví a retroceder.
– Hades, tal vez ahora no lo veas así, pero te aseguro que todo cambiará. Seguiremos visitándote en el inframundo y-
– No.
– ¿Qué?
– Así como ustedes hacen lo que creen que es mejor para su reino, yo como rey también debo hacer lo que es mejor para el mío.
– ¿Qué significa eso?
– Rey Zeus, desde hoy declaro que el mundo de los vivos no se mezclará más con el mundo de los muertos.
– Hades, para.
– Los dioses que viven en el inframundo no pueden permanecer mucho tiempo ni en el Olimpo ni en el mundo de los humanos, esa ley la dieron tu y Poseidón por mantener el orden de las cosas.
– Para, por favor.
– Yo, el nuevo gobernante del inframundo. Dictamino ahora mismo y frente a todos presentes aquí que, todos los dioses que no vivan en el inframundo tienen prohibido entrar a mi territorio. Si lo hacen deberán asumir las consecuencias de sus acciones porque les aseguro que ni el dios de todos podrá intervenir en mis decisiones.
– ¡Hades!
El color dorado del rostro de Zeus se esfumó, dando lugar a un color más pálido. Su desesperación era palpable. El murmullo de los demás dioses se hizo más fuerte, unos estaban sorprendidos, otros asustados, otros mantenían el silencio. No importó, no importaba nada de eso.
– Declaro al Inframundo como territorio independiente del Olimpo, las leyes de los olímpicos no se aplicarán en mi territorio. Quien desee entrar deberá estar muerto o rogar por una audiencia conmigo, cosa que no creo que haga porque estaré muy ocupado gobernando.
– ¡No puedes hacer eso!
– ¿Por qué?
– ¿Qué?
– ¿Por qué no puedo? Tú mismo dijiste que yo iba a reinar, estoy haciendo lo que un rey debe hacer, proteger lo que es mío. Y yo dictamino que ustedes son un peligro para el orden de mi reino.
Zeus abrió la boca y la cerró un par de veces, incapaz de decir palabra alguna. Finalmente, miré a todos los dioses que estaban presentes al rostro, muchos desviaron su mirada, otros me miraban con odio. Me dolió más ver la mirada de mis hermanos, Poseidón no me miraba, estaba avergonzado. Mis otras hermanas me miraban con recriminación, ¿solo había servido para liberarnos de nuestro padre y ahora me eliminaban? A lo lejos Themis me observó fijamente, su mirada transparente me golpeó. Ella no me miró con miedo, con vergüenza o con ira, era más bien ¿orgullo? Una leve sonrisa se asomaba en su rostro y me hizo preguntarme si ella esperaba eso, si estaba feliz porque yo al fin, alzara la voz en protesta ante mis hermanos.
No dije más solo giré mi cuerpo y me fui, mi cuerpo estaba comenzando a debilitarse mientras más tiempo pasaba fuera de mi reino.
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No sabía que te rebelaste con Zeus.
– ¿Qué? No sé de qué estás hablando.
No mientas, me mostraste un sueño. Tú le prohibías a todos la entrada al inframundo.
– …¿Qué?
Sentí claramente la sorpresa en la voz de Hades, ¿de verdad él no me había hecho soñar con su vida?
Apenas mi mente se despertó me contacté con Hades, aun sin abrir los ojos lo primero que pensé fue en entablar una conversación con mi dios. Pero al notarlo sorprendido no insistí. Mis ojos se abrieron lentamente, mi mirada fija en el techo ¿un recuerdo de Hades se filtró en mis sueños? Eso nunca había pasado hasta ahora.
Un suspiro llenó la habitación, mis ojos bajaron y la vi. Rubí estaba acurrucada a mí, su brazo rodeaba mi abdomen, su cabeza descansaba sobre mi hombro, estaba dormida aún ¿no sentía mi frialdad? Desde que descubrí que mi dios era el dios de la muerte mi temperatura había bajado. Incluso Adrián que antes me tocaba para molestarme se había alejado por el frío que desprendía, por eso dudaba en tocar a los demás o siquiera acercarme.
Pero con Rubí, con ella no parecía importarle mi temperatura. Miré fijamente su hermoso rostro, sus ojos cerrados, esas pestañas espesas y curvas, su nariz respingada llena de pequeñas pecas y esos labios que moría por probar ¿serían suaves? ¿sabrían bien? Otro suspiro, me acomodé de costado para poder verla. Rubí se acercó más a mí, subió su pierna alrededor de mi cadera y el deseo me invadió.
Ella se veía tan suave, tan indefensa y yo solo quería profanarla. Miles de imágenes donde ella era la protagonista me llenaron, Rubí en esa misma posición, pero sin ropa, recibiéndome muy dispuesta y gimiendo mi nombre. Rubí dándome la espalda, mostrándome ese hermoso trasero que quería tocar y nalguear mientras la penetraba. Rubí encima de mí cabalgándome salvajemente y con desesperación por querer llegar al orgasmo. Esas imágenes solo provocaron que mi m*****o creciera y doliera en mis pantalones.
Mis caderas se movieron para rozar las de Rubí, quien en sueños me buscaba o, eso quería pensar. Mi mano se quedó en la cadera de esta mujer, presionando un poco su piel. Un suave gemido salió de esos labios pecaminosos, yendo directamente hacia mi dolorida polla. ¿estaba mal aprovecharse de una persona dormida? Sí ¿esos eran motivos suficientes para detenerme? Claro que sí ¿Me iba a detener? Solo si ella se despertaba y me lo pedía.