Capítulo 16

1298 Words
RUBÍ – ¿Te ayudo con eso? – No, ya lo tengo yo. Me apoyé en mi mostrador observando cómo se movía Damián. Había pasado cuatro días desde que pasó aquello en mi habitación. Aún lo recordaba tan vívidamente que estos últimos días soñé con eso, todavía tenía una marca de los besos ardientes en mi cuello. No supe bien qué pasó o qué inició ese momento ardiente en mi cama, pero si recuerdo muy claro que apenas me di cuenta lo que estaba pasando, estuve muy dispuesta a continuarlo, pero sorprendentemente ese hombre con mirada hambrienta salió corriendo dejándome caliente y confundida. Los días siguientes pasaron como un torbellino, estuvimos ocupados empacando todas mis cosas de mi antiguo departamento. Después de ese percance con mi casero, me negaba a seguir ahí así que luego de una charla con los demás guerreros, se acordó que mientras tanto nos quedaríamos en la mansión de Caesar hasta que todo se calmara un poco. Eso me convenía de cierta forma porque seguía preocupada por Nora que se negaba a despertar, podría pasar un rato con ella y hablarle esperando que al escuchar mi voz pudiera tener alguna reacción. Mi rutina cambió un poco, pues antes de irme a trabajar pasaba un rato en la habitación de Nora, luego iba a ver al pequeño bebé y hablaba con Basil, quien se mostró educado sin involucrarse mucho conmigo, como sea, luego iba a mi floristería hasta que termine mi horario, regresaba a la mansión, comía algo, me aseaba y luego iba nuevamente a ver a Nora y a su bebé a desearles buenas noches. No era gran cosa, pero al menos era algo, a veces me encontraba con Caesar quien me miraba agradecido y cansado. Se podía ver claramente las manchas negras bajo su rostro lo que hacía preguntarme si él estaba todo el tiempo con ella. En mi mente comparé a Caesar que era más como un padre, alguien en quien puedes confiar y él estará feliz por ayudarte; y a Damián, alguien frío que solo se interesaba por las formalidades. En esos cuatro días descubrí que, si bien podíamos ignorarnos y estar bien mientras estuviéramos con otras personas, cuando estábamos como ahora, sin nadie más a excepción que nosotros, el ambiente se hacia incómodo. Él actuaba como siempre, desinteresado por fuera, atento por dentro, como si lo que pasó hace cuatro días no pasó. Si era sincera me dolía su actitud, yo esperaba una palabra, un “lamento lo que pasó, no quise hacerlo sin tu consentimiento”, un “Podemos volver a intentarlo si deseas”, incluso esperaba un “lo siento, lo que pasó no va a volver a suceder”, pero lo que obtuve fue el crudo y doloroso silencio. Yo sabía que se sentía arrepentido, no había necesidad de que lo diga porque él me lo decía indirectamente, en las miradas que me desviaba, en las veces que se alejaba cuando yo estaba cerca, en cómo estaba ahí sin estarlo realmente. Ese hombre estaba arrepentido, pero no estaba dispuesto a disculparse o tal vez no se atrevía y entonces yo, en mi orgullo herido, no estuve dispuesta a hablar del tema, al contrario. Cada que hablábamos buscaba mirarlo a los ojos, cada vez que tenía que entregarle o decirle algo me aseguraba de hacerlo sentir lo más incómodo posible, me acercaba adrede, rozaba mi piel con la suya “accidentalmente”. Si iba a fingir, yo también podría hacerlo muy bien. Sí, yo también ignoraba el elefante gigante en la habitación y no me avergonzaba admitirlo. Me aseguré de ver fijamente a Damián hasta que desapareció en la parte trasera de la tienda, sí, eso era para incomodarlo y no lo iba a negar. Cuando ese hombre desapareció volví mi vista a mi cuaderno de cuentas. En estos últimos días el negocio estaba yendo bien, después de la locura del destrozo de mi tienda estuve recuperándome poco a poco, podía que incluso a finales de año pudiera cubrir una parte del dinero que los guerreros usaron en mí. – ¿Disculpe? Levanté mi vista de mi cuaderno y frente a mí estaba un muchacho joven, evidentemente era una especie del chico de recados por el casco y el sobre junto a una hoja que traía en sus manos. – ¿Sí? Mi voz salió dudosa, no había hecho ni un solo pedido, no al menos uno que yo recordara y debo decir que mi memoria para esas cosas era buena. El chico puso el sobre y la hoja sobre mi mostrador, puso también un lapicero junto al papel. – ¿Es usted Rubí Hood? – La misma ¿Qué desea? – Vengo a entregar este sobre que es para usted, firme la línea de entregado, por favor. Firmé con un poco de duda. Apenas terminé de hacerlo el chico recogió el papel y el lapicero dispuesto a irse. – Oiga amigo, esto no tiene el remitente. – Lo siento, pero solo me mandan a entregar paquetes, señora. ¿Señora? ¿cómo se atrevía a llamarme señora? No dije más y me centré en el sobre sin remitente, lo abrí deseando que ese sobre fuera la cabeza de ese mocoso que me llamó señora. Nunca en mi vida me dijeron señora, evidentemente era una señorita, no tenía hijos, no estaba casada. Pero ya casi llegas a los 30. Esa vocecita en mi cabeza que a veces salía me irritó y también quise que se materializara para poder exterminarla. De mala gana saqué el papel que venía dentro del sobre y lo que vi me dejó helada. Esa letra, esa crueldad que salía de una hoja de papel. Reconocía esa letra y esa manera de manipular a todos incluso a través de cartas. Mi tonta hermana me había mandado una carta, no llamó, no me mandó algún mensaje, ni siquiera vino a dar la cara, creyó que era buena idea mandarme una carta escrita a mano. Rubí, querida hermana. Sé que tal vez no querrás saber de mí, tal vez sigas muy molesta conmigo por escaparme y tomar el dinero del viejo prestado. Pero lo necesitaba, necesitaba ese dinero para volver a empezar en otra ciudad, en otro país. La vida no me ha sonreído mucho y el dinero que tomé casi se acaba porque hice unas inversiones que salieron mal así que no puedo pagar al viejo ahora mismo. Tu lo entiendes ¿Verdad? Ayúdame esta vez, entre las dos debemos apoyarnos siempre después de todo somos familia y la familia está contigo en las buenas y malas. Eres mi hermana mayor, casi una figura materna, estoy segura que tu sabrás tomar la mejor decisión. Con amor Amber. Arrugué la carta poniendo toda mi furia en esa acción ¿cómo se atrevía a mandarme esto? Después de todo lo que sacrifiqué por ella, después de educarla y priorizarla, después de llegar incluso a interceder por ella ¿me mandaba este chiste de carta? Sí, hubo un tiempo en el que quizá me sacrificaría por ella, que me endeudaría y sacaría cara por mi hermana pues la imagen de esa chica rota y llorosa de 16 que acababa de perder a sus padres seguía presente en mi mente. Pero ahora era diferente, ahora no estaba dispuesta a seguir con sus intentos de manipulación. No iba a continuar con ese circulo de toxicidad, porque eso era. – ¿Todo bien? No supe en qué momento Damián estaba atrás. Fui demasiado lenta, ese guerrero silencioso tomó la bola de papel, la desdobló, leyó su contenido y luego la rompió. Ninguno de los dos habló mientras lo hacía. Él mirándome mientras las hojas se hacían cada vez más pequeñas, yo observando como poco a poco mi tensión disminuía.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD