Capítulo 2

1499 Words
RUBÍ 11 meses atrás. Casero de mierda. Deuda de mierda. Vida de mierda. Mientras corría para alejar el mal humor que traía desde la mañana, venían a mi mente las palabras del estúpido casero. – Rubí, entiendo que estés pasando por dificultades, pero si no me pagas no podré asegurar tu seguridad. Si me entiendes a lo que me refiero. Sabía que no debía meterme en asuntos que no eran míos. Técnicamente no era mi asunto. Al parecer mi hermana, la única hermana que tenía y que me daba dolores de cabeza constantemente, había hecho un préstamo para un “emprendimiento” a nadie más que a mi casero, la persona de la que todos decían pertenecía a un grupo muy cuestionable. Desde que nuestros padres murieron en un accidente cuando cumplí los 18 y mi hermana 16, yo, como hermana mayor tuve que hacerme cargo de todo. Sin más familia que se haga cargo de nosotras, yo tomé las riendas de todo lo relacionado con la administración de nuestro hogar. Dejé de estudiar para empezar a trabajar. Aunque mis padres nos dejaron tan abruptamente, mi madre nos dejó una floristería, su propia floristería que nos ayudaba a mantener a nuestra familia. Constantemente la ayudaba porque sentía un amor hacia las plantas y flores así que, en su honor, mantuve ese negocio. Y mi padre, quien trabajó en una fábrica, nos dejó una cómoda suma para para poder vivir bien en lo que mi hermana y yo nos adaptábamos a una vida sin ellos. Los cuatro primeros años nos fue bien, o eso creía. Mientras yo intentaba salir a flote, mi hermana pequeña se encontraba encantada con los juegos y apuestas. El primer año pensé que solo estaba intentando llenar la pérdida de nuestros padres así que la dejé ser, pero el segundo, tercer y cuarto año ya era algo para preocuparse. Ya no solo eran juegos y apuestas pequeñas, las apuestas eran cada vez más altas, tanto que la casa que nos dejaron nuestros padres y en la que vivíamos juntos fue llevada para pagar las apuestas que mi hermana perdió. Me enteré de eso cuando ya era imposible recuperar esa casa. Estuve tan enojada e indignada que cuando terminó todo ese alboroto, me fui y me quedé con la floristería que dejó mi madre. Dejé claro a mi hermana que si no se trataba esa floristería era mía ya que con sus decisiones estúpidas había perdido la casa en la que vivíamos, no le tocaba nada más de nuestros padres. Mi hermana, la tonta Bárbara, pataleó, gritó, incluso lloró, pero ya había tomado una decisión. Al final, Bárbara no quiso tomar terapia así que yo no quise ayudarla más. Alquilé un pequeño departamento cerca de mi floristería, que anteriormente me encargué de poner a mi nombre, y empecé a vivir mi propia vida. Todo estuvo bien durante cinco años, aunque era difícil a veces, aunque trabajaba muy duro y a veces dormía muy tarde, la vida era buena y me gustaba lo que hacía. Pero Bárbara tenía otros planes. Un día vino llorando para que la ayudara con una gran deuda y que le prestara una suma que no tenía, y así tuviera esa suma definitivamente no se lo daría. Me negué y ella se fue enojada, pensé que era todo, pero grande fue mi sorpresa al saber que la idiota de Bárbara había hecho un préstamo absurdo con mi casero a mi nombre. Cuando quise contactar a Bárbara, ella se esfumó como si nunca existiera. También dejé claro al casero que esa deuda no era mía, que no era responsable, pero evidentemente a mi casero no le importaba mucho aquello. Aunque no dijo nada, tenía el presentimiento que tampoco dejaría eso pasar. Y aquí estaba yo intentando sobrevivir mientras trabajaba y era acosada por mi casero, incluso estaba pensando en mudarme, pero ya sabían dónde tenía mi floristería. Así que, aquí estaba yo, corriendo para deshacerme de mi ira, pero al recordar todo lo ocurrido, esa ira que estaba esfumándose volvía nuevamente. No sabía cuánto tiempo estaba corriendo, mis piernas me temblaban, pero no podía parar, necesitaba sacar toda esa ira, ese era mi combustible. ------------------------------------------------------------ 4 meses atrás. – Ugh, malditos idiotas. Les daré una lección a todos. La ira nuevamente burbujeó en mi interior. Ya habían pasado siete meses desde que me negué a ser el aval de mi hermana desaparecida. Las primeras semanas pensé que el casero había tomado mis palabras en cuenta, pero me equivoqué. Cada cierto tiempo algunos hombres que trabajaban para Bob, mi casero, venía y me molestaban o me acosaban. Algunas veces eran meras visitas intimidantes, otras me seguían y acosaban. Eso podía soportarlo al ignorarlos, pero pasados algunos meses las constantes visitas de esos hombres intimidantes me perjudicaban, la mayoría de mis clientes ya no volvieron. Como pude lo soporté, incluso intenté llamar a la policía, pero poco hicieron. Venían de vez en cuando para verificar que todo estaba bien. Podía soportar eso si la policía estaba de mi lado, o eso creí. Hace un mes el acoso subió más, ya no era un simple acoso, ahora cada que venían cuando la policía no estaba, rompían algo, o se llevaban algo. Aun podía soportarlo, sí podía soportarlo si reportaba a la policía. Hoy cuando vine a mi floristería, el infierno se desató. Las puertas y ventanas de vidrio estaban todas rotas. Los ramos tirados en el suelo, destrozados, macetas rotas. Mi corazón se rompió al ver el legado de mi madre. El precioso tesoro de mi madre estaba destruido y todo por culpa de las tontas decisiones de Bárbara. – Querida, pero ¿qué pasó aquí? Mi cabeza giró al escuchar una voz conocida. Ahí estaba mi casero con un rostro preocupado que no creía ni por un momento fuera sincera. Ese hombre mayor vestido de una sencilla camisa estampada con mangas cortas y una bermuda marrón. Las sandalias y el sombrero como accesorio. Cualquiera que lo vería y no lo conociera, pensaría que era un anciano indefenso, pero qué equivocados estaban. Este hombre era peligroso y todos en el vecindario lo sabían. Incluso los que alquilaban en su edificio, al igual que ella, solo pagaban el arriendo y no le dirigían la palabra más de obligatoriamente necesario. Y esa pregunta no era una simple pregunta, era más bien un “mira lo que hice, puedo hacer esto y fingir que no tengo nada que ver aquí” – Sí, parece. que unos vándalos me quisieron hacer una broma. Traducción “Eres un infantil por hacer esto, viejo.” Solté un suspiro aun mirando mi floristería, sin ganas de moverme, pero aun con shock. La mano de mi casero se posó en mi hombro, un escalofrío se apoderó de mi cuerpo, de la punta de mis pies hasta la punta de mi cabeza, pero no era un escalofrío agradable, se sentía asqueada y muy frustrada. – Tranquila, querida. Seguro todo pasará, por cierto ¿sabes algo de tu hermana? Ya sabes, me estoy inquietando cada día que pasa que no sé qué pueda hacer. “Lo siento, pero mientras no aparezca tu hermana, tú deberás asumir la responsabilidad de la deuda. Si no me pagan, no sé qué pueda hacer luego.” Esa era prácticamente la traducción de lo que el viejo casero quiso decir entre palabras. Una risa salió de sus labios como si hubiera dicho una broma super graciosa, que para mi no era para nada graciosa, era más que una simple broma, era una evidente advertencia. Pero ella no se dejaría amedrentar, no todavía. – Lo sé, debo hablar con la policía. Una patrulla suele venir y hacer rondas. Así que parece que debo hablar nuevamente con ellos. “Si siguen haciendo eso llamaré a la policía y lo denunciaré.” La risa del viejo casero esta vez fue genuina, como si yo hubiera contado un chiste muy gracioso. Mi confusión fue evidente porque el viejo me dio unas palmaditas en mi hombro antes de alejarse. – Tengo un amigo que es jefe de la comisaría. Si quieres puedo hablar con él. La traducción que me dejó fue contundente. “tengo contactos en la policía, tu esfuerzo es inútil”. No dije más y dejé que el casero se fuera. Mi mirada volvió a lo que quedaba de mi floristería. La policía evidentemente no iba a ayudarme, no tenía más familia para protegerme, la única persona de la que podría apoyarme estaba en Firebanks, Alaska y allá no podía hacer nada, estaba sola. Las lágrimas se agruparon en mis ojos y cayeron una tras otra. Ya no podía soportarlo más. No, no podía ser, ¿qué sería de mí? sin protección, sin familia, con una deuda que no era mía sobre mis hombros, con una floristería que estaba destruida y con clientes que debido al acoso ya no venían. Todo era demasiado, todo me superaba y yo no sabía qué hacer. Mierda. Necesitaba correr.
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