Capitulo 1

1668 Words
Si me hubieran preguntado al principio de mi último año en el instituto Regan Hills qué era lo que más ansiaba, les habría dicho: el final. Sé que a mucha gente le gusta hablar de que el instituto es uno de los mejores años de nuestras vidas y que debemos aprovecharlo al máximo porque lo extrañaremos cuando seamos mayores. No sé cómo empezó esa historia, pero sé que es una puta mentira. El instituto es miseria y tortura psicológica disfrazada de educación, y eso si tienes la suerte de ser popular. Si te encuentras unos cuantos peldaños más abajo en la escalera de la popularidad, te encontrarás con un caos desde el primer día hasta la graduación. ¿Te encuentras al final de esa escalera? Sí, me alegra conocerte. Pasé la mayor parte de mi tiempo en el instituto un peldaño por encima de ese fondo, no era precisamente el chico más odiado del instituto, pero desde luego tampoco era nadie que valiera la pena. Nadie veía al desgarbado y flacucho Ryan Collins, de pelo castaño corto y gafas, como algo más que un friki de poca monta en el mejor de los casos, y un simple elemento secundario en el peor. Tenía amigos, sin duda, una mezcla de marginados de baja estofa, y también tuve mi cuota de abusadores que querían hacerme la vida imposible, pero no tantos como a otros chicos. Lo único por lo que podría haber sido conocido no era precisamente algo de lo que presumiera (hablaré más sobre eso más adelante), lo que me dejó en un punto de casi anonimato que me vino bastante bien al empezar el último año. Me conformaba con dejar pasar el año, con la cabeza baja y esperando que la universidad fuera mi momento de brillar. Estaba muy feliz de dejar atrás la preparatoria y no tener que mirar atrás. Probablemente también podría haberlo logrado, si alguna fuerza superior no pareciera tener otros planes para mí en esa primera semana de escuela, incluso si no lo sabía completamente en ese momento. *** "Ryan, ¿puedo pedirte que te quedes un momento?", me preguntó la Sra. Lynn mientras la clase salía a almorzar. Hubo algunas risas y risitas entre mis compañeros, pero la mayoría estaban demasiado concentrados en el almuerzo como para prestarme mucha atención. Se me hizo un nudo en la garganta. Solo había pasado una semana, no era tiempo suficiente para meterme en líos, pero nunca es agradable que me pidan que me quede. Especialmente por la Sra. Lynn. La Sra. Brenda Lynn habría sido mi profesora favorita incluso si no fuera la más guapa de la escuela, pero el hecho de que lo fuera tampoco le vino mal. Con treinta y tantos años y tan novata en la docencia que el trabajo no la había destruido por completo, era una de las pocas profesoras que conocía que realmente entendía lo emocionante que era la historia y encontraba maneras de darle vida a la clase. Además, era una de las pocas personas que siempre ha sido amable conmigo. La tuve por primera vez en Historia Universal el año pasado, y al verme un día, me preguntó por qué, y yo estaba tan de mal humor que me derrumbé y le conté lo de los capullos que me habían estado acosando durante el almuerzo. En lugar de delatarme o montar una escena, simplemente me abría su habitación cada vez que necesitaba un lugar donde esconderme. Almorzar con la Sra. Lynn se convirtió en algo habitual cuando no podía con mi mejor amiga, Tori, y creo que eso fue lo principal que me ayudó a sobrevivir el penúltimo año. Ella era compasiva, divertida e inteligente y, bueno, mencioné que era ridículamente sexy, ¿verdad? Sí, esa es probablemente la razón principal por la que todos los chicos de la escuela y unas cuantas chicas le prestaban atención. Con el pelo rubio corto y corto, una cara bonita y una sonrisa de labios carnosos que iluminaba cualquier habitación, sus gafas le daban un aire de bibliotecaria traviesa que te ponía cachondo a primera vista. Fíjate en su cuerpo, sus pechos grandes, su trasero respingón y su cintura estrecha, y entenderás por qué corren los rumores de que era estrella porno antes de dedicarse a la docencia. No lo era, por si sirve de algo. Sí, no voy a decir que era demasiado bueno como para no intentar buscarla. Me gustaban las chicas con facilidad, y la posibilidad de que circularan fotos de alguna desnuda para poder usarlas era demasiado buena como para dejarla pasar. Sin embargo, descubrir que no había ninguna no me decepcionó tanto como esperaba, sino que me hizo sentir culpable. Ahí estaba yo, intentando encontrar fotos desnudas de alguien a quien respetaba y apreciaba de verdad, y que me había ayudado cuando me sentía fatal. Me costaba mirarla a los ojos, porque podría jurar que parecía que lo sabía. No sé cómo, pero lo sabía, y salvo una sonrisa divertida, no dijo nada. No, debí estar dándole demasiadas vueltas a esto, ¿verdad? Esperé a que el resto de la clase saliera antes de acercarme al escritorio de la Sra. Lynn. "¿Sí?" chillé. Ella se rió. "No estás en problemas, Ryan. Ni mucho menos. Quería pedirte un favor". Un favor. Bueno, eso fue prácticamente lo opuesto a estar en problemas. Podría vivir con eso. "¿Sí?" "Eres uno de los estudiantes más brillantes que he tenido y estoy muy feliz de que hayas podido entrar a mi clase de AP", dijo. "Gracias por sugerirlo. Para ser honesto, nunca había pensado en intentarlo", dije. "La ambición no es una palabra de cuatro letras, Ryan", dijo. —Lo sé, pero nunca lo había pensado. Así que, ¿gracias por eso? "De nada. Quedará genial en tus solicitudes para la universidad. Al igual que este favor que quiero pedirte", dijo. Eso me llamó la atención. Cualquier cosa que me ayudara a alejarme lo más posible de Regan Hills era bienvenida. "Estoy todo oídos", dije. "¡Bien!", respondió, pasando las páginas de su tableta. "Aunque sé que la historia y otras asignaturas se te dan bien, tengo varios alumnos de último año que están... rezagados. Sé que solo es la primera semana de clases, pero hay algunos que no les fue muy bien al final del año pasado. Algunos podrían tener problemas si esta tendencia continúa, y me gustaría asegurarme de que todos mis alumnos se gradúen con honores este año. Así que, me preguntaba... ¿te interesaría dar clases particulares fuera de horario?" La verdad es que no, no me interesaba dar clases particulares fuera del horario escolar. No me gustaban lo suficiente mis compañeros como para querer ayudarlos en horario escolar, y mucho menos en mi tiempo libre. "Te escribiré una carta de recomendación fantástica si dices que sí", dijo, dejando la tableta y juntando las manos en un gesto suplicante. "¿Y si digo que no?" pregunté, preocupada por lo que no decía. "Aun así te escribiría esa carta de recomendación tan genial, así que esto es más un favor personal que otra cosa. ¿Por favor? ¿Por favor? ¿Por favor con azúcar encima?", preguntó, pestañeando juguetonamente. Aunque me sentí aliviada, no ayudó en nada. Si éste hubiera sido cualquier otro profesor... "Está bien. Lo haré", dije. ¡Genial! Muchas gracias. Ya tengo una alumna en la lista. ¿Le doy tu número? "Seguro." "Excelente. Le pediré que se ponga en contacto contigo más tarde", dijo la Sra. Lynn, levantándose de detrás de su escritorio. Acortó la distancia entre nosotras, envolviéndome en un abrazo cálido y amistoso. No era la primera vez que la Sra. Lynn me abrazaba, ni la primera vez que la sensación de sus grandes pechos apretados contra mí me hacía sentir la necesidad de mover la mochila hacia mi entrepierna. "Gracias de nuevo. Vas a ayudar a mucha gente este año", dijo. "Será un placer", dije. Ojalá supiera cuán cierto es eso. *** Quienquiera que la Sra. Lynn quería que se comunicara conmigo no llamó ni envió un mensaje de texto al final del día, así que en lugar de quedarme en la biblioteca y esperar lo mejor, volví a casa en bicicleta y prometí disfrutar el resto de mi viernes. Papá no estaba en casa cuando llegué, lo cual no fue una gran sorpresa. Mamá falleció cuando yo estaba en el jardín de niños (un incendio inesperado en su oficina), y aunque el acuerdo y su seguro de vida fueron suficientes para asegurarnos una vida cómoda en el típico suburbio que era la pintoresca Regan Hills, California, creo que papá nunca lo superó del todo. Su trabajo en ventas industriales lo hacía trabajar mucho, demasiado, pienso a menudo, doce horas al día hasta seis días a la semana, con viajes cada dos meses que lo dejaban fuera hasta dos semanas seguidas. Lo hacía porque lo mantenía distraído, y aunque no me parecía saludable, lo quería y lo dejaba hacer lo que tenía que hacer. Cuando estaba cerca, era un padre estupendo, me animaba y me llevaba de aventuras, pero, bueno, eso significaba que tenía que estar cerca. Con el tiempo, me acostumbré a su horario. De pequeña, su horario implicaba que pasaba mucho tiempo con nuestros vecinos, los Martínez, pero desde los quince años, papá no tenía ningún problema con que estuviera sola en casa. Pensaba que no había quemado nada en las veces que estaba sola, así que ¿para qué molestar a los vecinos? Desde entonces, prácticamente éramos compañeros de piso; yo había aprendido a cocinar y a mantener la casa limpia mientras él se dejaba la piel para que pudiéramos vivir esta vida, y me daba espacio para dedicarme a mis propias aficiones. Como esas aficiones se reducían básicamente a videojuegos, cómics y porno, la verdad es que me alegro bastante de que papá me diera el espacio que me dio. Tener que explicárselo me parecía más trabajo de lo que valía.
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