Froto mi m*****o de arriba abajo, mientras la observo temblar como una gelatina. Es preciosa, no me cabe ninguna duda de ello, pero, por lo demás, no hay ningún atractivo en ella que me interesa más que lo que esconde entre sus piernas.
―¿A qué esperas?
Ruedo los ojos. No me gusta esperar y odio tener que rogar por atención. Nunca lo he hecho y tampoco será ahora. El cuándo y el cómo los determino yo.
―No… No puedo hacer esto… ―menciona balbuceante―. No soy ese tipo de chica.
¿No es ese tipo de chica? ¿Qué estupidez está diciendo? Me levanto del sillón y me acerco a ella.
―¿No tienes coño? ¿Eres una loba disfrazada de humana? ¿Una extraterrestre? ―¿quién dijo que no podía tener un poco de diversión? Sus ojos se desorbitan y me mira como si me hubiera vuelto loco―. Al menos que seas alguna de ellas, no veo otro problema aquí para que acates mis órdenes y hagas lo que se te ha pedido.
Aprieta los brazos alrededor de sus pechos para ocultarlos de mí.
―¡No soy una mujerzuela! ―grita escandalizada!―. El reverendo Graham dijo que una mujer debe preservarse integra para el hombre al que Dios escoja para ser su compañero ―¿en serio?―. Esto es un pecado, una vergüenza antes los ojos de Dios.
¿De qué clase de basura le han estado llenando la cabeza a esta chica?
―¿En qué época te imaginas que estamos? ―se me queda mirando con esos preciosos ojos color violeta que me nublan los sentidos―. Te has perdido de tanto, chiquilla ―elevo la mano y acaricio la parte alta de su brazo con el dorso de mis dedos, lo que le provoca escalofríos por toda su piel―. Has privado a tu cuerpo de tantos placeres inimaginables ―me inclino y beso su hombro desnudo―. Hay tantas cosas que podría enseñarte y que resultarían más placenteras e interesantes que pasarte todo el día escuchando la sarta de mentiras de ese fulano reverendo ―elevo los brazos y aparto sus manos de sus pechos para que deje de privar mi vista de ellos―. Déjame mostrarte todo aquello de lo que te has estado perdiendo ―menciono con la voz ronca. Acerco una de mis manos y repaso la cima de sus preciosos pechos con la yema de mi dedo índice―. Te prometo que no te vas a arrepentir de esto.
El suave y bajo gemido que sale de su boca vuelve a ponerme duro. Me relamo los labios al fijar la mirada sobre sus dos preciosos argumentos. Sería un gran pecado impedir que un hambriento pueda comer de la única fuente que puede proveerlo de alimento, así que estoy más que decidido a convertir ese hermoso par en el plato principal de este festín que voy a darme.
Al comprobar que mis caricias surten su efecto, que incito su deseo y su lujuria, ahueco las manos sobre sus pechos. Un ramalazo de electricidad recorre mi cuerpo e influye directamente sobre mi m*****o. Para mi mayor sorpresa, al estrujarlos con esmero por encima del ordinario y nada seductor sujetador, percibo un súbito temblor en todo su cuerpo. Pero esta vez no lo hace por miedo, sino porque me desea. La miro a los ojos y noto que sus pupilas están completamente dilatadas. Aparto las manos y me inclino para besar sobre uno de ellos.
―Déjame ofrecerte tu primer orgasmo ―susurro sobre la cima de sus pechos con un tono de voz grave―, permíteme que libere tu cuerpo dándole lo que tanto necesita ―elevo la mirada y, al fijarla sobre la suya, noto con satisfacción que sus gestos son tan parecidos a los que ves en la cara de un adicto que espera recibir la dosis que tanto necesita para sofocar su adicción. Sonrío sobre su cálida piel de manera triunfante, al mismo tiempo que meto la mano en una de sus copas y la deslizo hacia abajo para descubrir su pezón rozado y erizado―. Es toda una preciosura.
Comento con la saliva hecha agua.
―Déjame ir, por…
Antes de que se eche para atrás o vuelva a poner los pies sobre la tierra, lo meto en mi boca y succiono como un maldito famélico. Descubro su otro pecho y procedo a lamer chupar y morder, repitiendo el proceso sobre ambos senos hasta que siento que sus piernas se debilitan. Mierda, está cerca. La tomo por los muslos y, con uno de sus pezones dentro de mi boca, envuelvo sus piernas alrededor de mis caderas y me dirijo hacia el sillón en el que estuve sentado hasta hace poco.
Sentada a horcajadas sobre mi regazo, aferro las manos a sus caderas y hago que nuestros sexos coincidan. Gruño como una bestia al pie de su oreja cuando siento que su coño virginal se restriega sobre mi m*****o erecto. Gime, se retuerce, jadea y grita como gatita en celo. Por Dios, esos sonidos que salen de su boca son adorables. Contrario a lo que pensaba, esta mojigata me tiene a punto de venirme dentro de los pantalones. Controlo cada movimiento, calculando que mi v***a haga presión en el punto más sensible de su cuerpo.
―Muévete, cariño, solo así podrás conseguir lo que tanto necesitas.
Muerdo su seno con fuerza dejando marcados mis dientes en su piel. Ese pequeño acto basta para que chille y grite un poderoso orgasmo que la sacude interminablemente. Juro por Dios que si fuera un maldito inexperto ya hubiera eyaculado dentro de los pantalones. Pero es el siguiente paso en esta deliciosa experiencia que, sin duda alguna, culminará cuando reclame su virginidad.
Sin embargo, cuando estoy a punto de bajar el cierre de mi pantalón para sacar mi polla del interior y enterrarme con fuerza dentro de su v****a virginal, la puerta se abre repentinamente. El grito de Victoria hace que la nebulosa de placer en la que ambos estamos inmersos, nos devuelva de golpe a la realidad y termine de un tajo con la diversión. Maldigo por lo bajo. Me jode que alguien aparezca a interrumpir lo que pudo ser una magnifica noche.
―¿Qué carajos estás haciendo, Lud? ¡Aparta tus asquerosas manos de Rachel!