Cap. 1. El Mirasol

1179 Words
COLE El sonido insistente de la puerta ya me tiene harto. Es un golpeteo suave, pero constante, el tipo de ruido que se te mete en el cráneo y no te deja pensar. -Hijo, por favor... -La voz de Ruth se cuela por la rendija como una ráfaga de viento frío. No respondo. No quiero hacerlo. ¿Qué podría decirle? Que estoy bien, cuando no lo estoy. Que necesito espacio, cuando el silencio ya me está asfixiando. Ruth fue la mejor amiga de mi madre. Ella y Sofy eran inseparables. Hermanas sin la misma sangre. Mi madre sí se casó. Tuvo hijos. Formó una familia. Ruth, en cambio, se quedó sola... y se convirtió en nuestra tía de cariño, nuestra nana. Ella nos cuidó a Nico y a mí como si fuéramos suyos, como si en cada uno de nosotros viviera un pedacito de la vida que no pudo tener. -¡Estoy bien, tía Ruth! ¡Por favor, solo quiero estar solo! -grito desde dentro, más duro de lo que pretendía. Me duele gritarle. Pero más me duele no poder ser el hijo de antes. Por supuesto, ella no se rinde. Nunca lo hace. Hay una pausa, unos segundos donde espero escuchar sus pasos alejándose. Pero no. Vuelve a insistir, con esa voz rota de amor y terquedad. -Me iré, hijo... pero debes salir. Sabes que ella no quería verte así. Por favor, hijo, debes reponerte... y dejarla ir. Me quedo callado. Las palabras de Ruth... calan hondo. Como un golpe que no sangra, pero deja morado el alma. Y sí, tiene razón. Hace tres meses mamá se fue. Derrame cerebral súbito. Así, sin más. No hubo despedidas, ni palabras de consuelo. Un día estaba aquí, oliendo a perfume de lavanda y riéndose de mis anécdotas con las chicas... y al otro, ya no. Papá se quebró. Pero no de forma dramática, no. Se refugió en su oficina, en la empresa, en los papeles. Nico, mi hermano, prefirió fingir que todo estaba bien. Se hundió en fiestas, clases, relaciones vacías. ¿Y yo? Yo simplemente me apagué. No he salido de este apartamento en tres malditos meses. Bueno... sí, solo lo necesario. Ruth no vive conmigo, pero viene tres veces por semana a limpiar y, como reloj, siempre es la misma conversación. Estoy harto. Tomo el celular. Lo desbloqueo sin pensar y empiezo a deslizar fotos viejas. Mamá sonriendo en navidad, mamá con Nico y yo en la cocina, mamá con papá abrazados frente al lago. Y ahí está. Una foto que me hace tragar saliva. Ella. Joven. Sonriendo, despeinada, con las mejillas rojas del sol. A su lado, Ruth. Ambas sentadas en una vieja banca de madera, con una jarra de limonada entre ellas y el bosque detrás. "El Mirasol" La finca de mi familia materna. Una casa antigua rodeada de hectáreas de terreno y un bosque inmenso, salvaje. Ahí crecieron mamá y Ruth. Ahí pasábamos los veranos cuando éramos niños. Ahí todo olía a tierra mojada y pan casero. Nacho, mi labrador, llora. Golpea la puerta con la pata, pidiéndome que lo deje salir. Lo ignoro unos segundos, con la imagen de mamá grabada en la retina... pero entonces se me cruza una idea. Una loca, irracional, absurda, pero inevitable idea. "Ir al Mirasol". Volver a ese lugar. A la tierra donde todo comenzó. Tal vez ahí... pueda entender algo. Sanar algo. O simplemente respirar sin que duela. Abro la puerta para alimentar a Nacho, y en ese instante lo decido. Es la mañana siguiente. Empaco lo esencial: ropa, café, los recuerdos que no me caben en el pecho y el plato de Nacho, que mueve la cola como si supiera que por fin vamos a alguna parte. Cierro la maleta, la echo en la parte trasera de la camioneta, aseguro el transportín y me detengo un segundo con el celular en la mano. Le escribo a Ruth. -"Estaré fuera, tía. Gracias por preocuparte por mí." El viaje es largo. Las carreteras del norte de América se estiran como venas infinitas entre los bosques, los campos y los fantasmas del silencio. Doce horas desde Portland hasta Plains, Montana. Doce horas para dejar atrás el encierro, para encontrar aire nuevo... o para enfrentar los ecos de todo lo que se quedó sin decir. Llego a El Mirasol, me es inevitable sonreír... y al mismo tiempo, llorar. Los recuerdos me invaden como un viento cálido que ya no existe. Cada rincón parece murmurar el nombre de mi madre. La cabaña sigue siendo imponente, con esa estructura de madera oscura y detalles en piedra. Una casa de lujo escondida entre árboles centenarios. Espaciosa, cálida, llena de habitaciones con ventanales amplios y estancias que huelen a pasado. Nacho corre por el lugar como si recordara cada sombra. Yo me instalo, limpio, desempolvo lo que puedo y adecuo lo básico. Bajo al pueblo, ya es de tarde. Compro alimentos, velas, leña y chocolate caliente. La noche la paso entre chimeneas encendidas, recuerdos ardiendo y tazas que no logro terminar. El frío es fuerte, estremecedor... pero no me importa. Por primera vez en meses, no me siento solo. Es de madrugada y Nacho está inquieto. No ha dejado de ladrar desde las primeras horas del amanecer. Me levanto confundido. Apenas abro la puerta, él sale disparado hacia el bosque. -¡Nacho! -grito-. ¡Nacho, vuelve! Sus ladridos se oyen, pero se alejan más y más. Me coloco las botas a toda prisa, tomo la linterna, un abrigo y lo sigo, sin pensarlo. Lo peor de todo... es que ese es; el bosque prohibido. Mamá y la tía Ruth jamás nos dejaron cruzar esa línea. "Ahí no" -decían siempre-. "Nunca ahí." No sé cuánto tiempo llevo caminando. La tierra está húmeda, las ramas crujen y el aire pesa. Sigo los ladridos desesperados de Nacho, que se detienen de golpe. Y entonces lo veo. -¡Mierda!... Una escena desgarradora se abre entre los árboles. Un hombre grande, fornido, de cabello castaño claro y barba espesa yace sobre la tierra, cubierto de sangre. Múltiples cortadas le atraviesan el torso. Me acerco rápido, lo toco. Está muerto. Mi corazón late con fuerza, pero el horror no termina ahí. A unos pasos, una mujer joven de cabello rojo encendido yace abrazando a un niño pequeño, de unos siete años. Están sin vida. ¡Es una maldita carnicería!. Me llevo una mano al rostro, incrédulo, maldigo en voz baja, sin saber si grito o lloro. Busco entre los cuerpos... no sé qué espero encontrar. Hasta que la veo. "Una niña". Cabello rojizo, más de doce años tal vez. Está herida, sangrando, sus labios morados por el frío. Me arrodillo a su lado, la toco. ¡Respira! -¡Mierda, Nacho, ven! -grito con desesperación. Nacho ladra a lo lejos. La cargo. Es liviana, demasiado. No pienso. No hay tiempo. La llevo en brazos de regreso a El Mirasol. Solo allí podré salvarla... si no es demasiado tarde.       ҉───:••:۞:••:───҉ 🔉✨Nuevo proyecto ✨ DESTINO SALVAJE ¡Ven leamosla Te encantará...!
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