II

2353 Words
Connor.   Me siento frente al escritorio de la secretaria de la escuela y trago saliva sonoramente. Estoy algo mareado. Ya no sé si quiero hacer esto. Estoy asustado. He subestimado este trabajo y ahora…   -      Connor Johnson – dice la secretaria – Aquí está tu llave. El salón ciento dos es completamente tuyo. -      Gracias – logro articular con la boca pastosa, reseca. -      El programa inicia mañana. Los informes de los estudiantes están en tu escritorio, puedes revisarlos y entrevistarlos a cada uno si lo deseas. Incluir o sacar alumnos del programa, como te convenga. -      De acuerdo.   Me pongo de pie y salgo de la oficina de la secretaria. Aún estoy temblando. ¡Jamás había presenciado a alguien en pleno ataque de pánico! Los ojos de esa chica, dilatados, rojos, llenos de lágrimas. El sudor perlado en su frente pálida, los cabellos pegados a su piel, sus manos temblorosas y tensas, su cuerpo tan impredeciblemente atacado por espasmos, sus gritos y la vena que se marcaba en su sien. Esto es de locos. Esa chica necesita un psiquiatra, no un psicólogo inexperto y cobarde como yo. “Un ataque de pánico es una reacción normal de una persona que no se encuentra bien, psicológicamente.” Reacción normal. Reacción normal. Ya me parecía que la chica escalaría las paredes como una poseída. ¡No era capaz de controlar una situación así! Trago saliva sonoramente mientras abro la puerta de mi nuevo salón. ¡Vaya! Es grande. Sonrío por un segundo. Abro la gaveta del escritorio de madera oscura y saco algunos informes de alumnos que anteriormente han tenido problemas psicológicos leves. Hay aproximadamente veinticinco. Y gracias al Cielo, la chica del ataque no está entre ellos… ¿Qué estoy diciendo? Si mis maestros de la universidad me escucharan me reprobarían en todo. “Tu deber es ayudar” ¿Ayudar? Claro, es lo que quiero. Pero no sé cómo controlar una situación así de complicada. “No seas tonto Connor” me digo a mí mismo. “Incluir o sacar alumnos del programa, como te convenga.”  Las palabras de la secretaria me dan vueltas en la cabeza. Vale. Me obligo a mí mismo a aceptar el desafío, a buscar la chica o la carga de culpabilidad en mi conciencia no me dejará tranquilo.   El único problema es que no quiero espantarla, o presionarla. ¿Me recordará? ¿Sabrá quién soy? Me muerdo el interior del labio y cierro los ojos unos segundos. Mis pensamientos me están torturando. ¿Por qué me importa? Es solo una quinceañera con un grave problema de estrés.       Son las nueve en punto de la noche. Estoy en mi departamento y Christopher está a mi lado. Es mi mejor amigo desde que éramos niños. Y está aquí para ayudarme.   -      Estás demente Connor – dice al fin – ser rubio no es lo tuyo. -      Cierra la maldita boca y lee las instrucciones – gruño. Él suspira con pesadez y rueda los ojos al mismo tiempo. Sus ojos oscuros se pasean con seriedad en las instrucciones de la caja de la tintura para cabello que compré. -      No creo ser un buen peluquero – hace una mueca – aborto la misión. -      ¡Christopher! – dejo caer mis manos a cada lado de mis piernas y lo miro con severidad. Él deja la caja de tintura para cabello sobre el aparador. -      ¿Es necesario teñir tu cabello? – pregunta – Porque yo creo que es ridículo por dos razones. La primera – enumera con sus dedos – estás exagerando, y no es necesario. La segunda, este no es tu color. -      Al carajo con si es o no mi color – levanto un poco la voz. Exasperado. Él traga saliva – Es necesario ya te dije. No te molestaré con ninguna otra cosa, pero ayúdame. Es importante que la chica no me reconozca o se avergonzará. -      ¿Cómo lo sabes? -      Lo leí en este libro – le lanzo un libro de la universidad llamado: “Reacciones del depresivo”. -      Interesante. – frunce el ceño con desconfianza – la vida no funciona realmente como en tus libritos. Pero te ayudaré si es tan importante. Ha de ser una muchacha muy guapa. -      ¡Tiene quince años! – digo completamente a la defensiva. -      Lo siento – me mira un tanto harto de toda la discusión – comencemos señorito próximamente rubio.     Por la mañana me doy varias vueltas en la cama, estoy realmente enredado en las sábanas y me cuesta llegar al reloj despertador que suena como si no existiese un mañana. Claro que si no deja de sonar pronto se quedará sin mañana.   Arrastro los pies al cuarto de baño y pego un salto al verme en el espejo. ¡Mierda! Había olvidado que ahora soy rubio. Suelto una carcajada por lo gracioso de mi aspecto. “Me queda mejor de lo que dijo Chris” pienso con más seguridad en mí mismo de lo que sería normal.   El agua de la ducha me ayuda a relajarme. Hoy comienza el programa de ayuda en la escuela pública. Y estoy más nervioso que con ganas de iniciar. Temo que esto pueda dejarme más atareado de lo que ya estoy, porque la universidad requiere un tiempo importante. Pero he aceptado porque adelanto dos ramos con este programa y eso deja menos trabajo teórico en mi horario.   Así que supongo que valdrá la pena.     Me aclaro la garganta cuando por fin estoy frente a la enfermería de la escuela. Es pasado el medio día. Toda la mañana estuve en la universidad. Y ahora tengo hasta las cinco para estar aquí. Georgia se da la media vuelta y me mira sonriente. Busco las palabras adecuadas para no sonar desesperado y nervioso, pero ella se adelanta.   -      Hola… Connor – mira mi cabello algo extrañada. – Lindo cabello. -      Gracias. Venía para saber si me haces un favor – otra vez aclaro mi garganta. – Necesito el nombre de la chica de ayer. – Opto por ir al grano, no soy de dar demasiadas vueltas a los asuntos, porque me irrito con facilidad. -      ¿Chica de ayer? -      La que tuvo ese… ataque de pánico – el temblor de mi voz me delata. “Concéntrate Connor” me pido mentalmente. -      Oh – me mira con una mueca – no puedo darte su nombre. Los registros son privados. -      Es que la necesito en el programa – informo. Ella suelta un suspiro y se sienta mirándome con algo de melancolía. – Quiero ayudarla – me apresuro a decir. Porque realmente quiero ayudarla. -      No sé si sea buena idea. Ha de estar avergonzada porque la viste… -      Por eso… - apunto mi cabeza esperando que comprenda. – ella estaba muy ida como para notar demasiados detalles en mí – me encojo de hombros. – no sabrá quién soy. Por favor. -      De acuerdo – rueda los ojos. Saca un papelito de su gaveta y escribe rápidamente un nombre. Me lo entrega y sonríe. – Suerte. -      Gracias.     Una vez en los corredores me dispongo a leer el papel. “Charlotte Rockwell.” Repito su nombre en la cabeza. Charlotte. Charlotte. Charlotte. Cierro los ojos un segundo y luego voy hasta la secretaria quien me entrega el horario de clases de Charlotte.   Luego del almuerzo la asalto fuera del comedor. Ella pega un pequeño salto ante mi sorpresiva aparición. Su cabello es ceniza y cae suave sobre sus hombros. Es delgada, no demasiado, unos diez centímetros más pequeña que yo, sus ojos son verdes-azulados y tiene las mejillas algo ruborizadas. Está siendo acompañada por un chico de su misma edad, rubio, alto y delgado, parece que tienen una especie de relación, por como ella lo está mirando, de una manera cómplice, íntima. Me aclaro la garganta antes de que salga corriendo.   -      Charlotte Rockwell – saludo. – Soy Connor. ¿Me permites unos minutos de tu tiempo? – voy al grano. El chico que la acompaña me lanza una mirada de desconfianza. Mientras que Charlotte me mira con una aparente curiosidad y con una sonrisa casi brotando de sus labios rosados. -      ¿Te conozco? – me escudriña con la mirada. Yo estoy apunto de asentir, pero aprieto los puños, reprimiendo el impulso, -      No lo creo. -      Humm… Está bien. Te veo al rato Evan – le dice al rubio y le dedica una sonrisa tierna. El chico se aleja, no si antes besar la mejilla de ella. Es seguro, son novios o algo. Siento una puntada en la boca del estómago, es molesto. – ¿Eres el psicólogo el programa? -      Sí –sonrío. – Me gustaría saber si me puedes conceder una entrevista.   Su rostro se envuelve en una expresión de horror genuino. Me parece que ha palidecido. Trago saliva. “¡Demasiado directo idiota!” me abofeteo mentalmente unas cien veces por mi gilipollez.   -      No creo que sea necesario – dice mientras las aletas de su nariz se dilatan. Está apretando los puños. -      Me gustaría descubrirlo yo – sonrío de la manera más encantadora que puedo. Ella desvía la mirada. Es obvio que no es capaz de mantenerse mirándome fijo. Tomo aire sonoramente. – Escucha Charlotte, estoy haciendo entrevistas al azar, si todo se encuentra bien, te dejaré ir en quince minutos. ¿Me acompañas al salón? -      Es que yo… tengo examen justo ahora. -      Tu horario dice lo contrario – rebato. Ella abre los ojos sorprendida y quizás algo asustada. – tengo el horario de todo el mundo aquí. Es mi trabajo. -      Ya veo. Pero ya fui al psicólogo una vez, ¿Y adivina qué? – sonríe algo histérica. Cosa que me asusta. – Estoy completamente bien. Así que lo siento mucho, perderás tu tiempo, mejor intenta con alguien más. Buen día – me esquiva y prácticamente corre alejándose de mí. Es obvio que se ha sentido atacada, presionada tal vez. O avergonzada, que es lo más probable.   Pero a pesar de eso, no pienso rendirme. Consigo hacer un acuerdo con la secretaria, y me da permiso de sacar a Charlotte de su clase. Así que con paso firme me dirijo al salón ciento veintitrés. Mis manos están temblando y no sé por qué. Me muerdo el labio. Mierda. Ahora estoy nervioso. Un maestro calvo me abre la puerta y me escudriña con la mirada, con  desprecio.   -      Necesito a la señorita Rockwell – informo dándole un pase de salida. Él analiza el pase. -      Psicólogo Johnson – me reconoce. Yo asiento y estiro mi mano para un saludo que corresponde de inmediato. -      Vladimir Fall – se presenta. Mira la clase y dice en voz alta: - Charlotte Rockwell, fuera. Escucho un murmullo de expectación por parte de la clase. Ahora de seguro Charlotte va a odiarme por esto. Elimino el pensamiento de mi mente y me muerdo el interior del labio, como gesto nervioso. Charlotte pasa con la cabeza gacha, junto al maestro. Trae la mochila colgada de un solo hombro y al verme, claramente se espanta. El profesor cierra la puerta. Ahora somos ella y yo.   -      Charlotte. ¿Me acompañas al salón? – la miro sonriente. Intentando que no parezca que me estoy insinuando. Porque obviamente no me estoy insinuando. Es una niña. Tiene quince. -      No tengo opción. ¿Verdad? -      No – comienzo a caminar para guiarla y por el rabillo del ojo la observo. Tiene una expresión de resignación y fastidio en el rostro. Sonrío. ¿Por qué sonrío? Sacudo la cabeza y abro la puerta de mi salón. Ella arrastra los pies hasta el pupitre frente a mi escritorio. Me siento en éste y la miro intentando no incomodarla. Pero ella mira el piso y juega con sus delgados dedos. El recuerdo de sus manos retorciéndose y sus gritos de desesperación por el ataque del día anterior me hacen estremecer. -      No quiero hacerte enojar – comienzo – pero es mi trabajo conocer a los alumnos. Quiero ayudarlos, es todo. -      No necesito ayuda – dice con un suspiro – Yo estoy excelente. Linda familia, buenos amigos, y la escuela va excelente. -      ¿Segura? – levanto una ceja. Ella resopla y rueda los ojos. Yo río internamente. Es una criatura tremendamente adorable. -      Segurísima – afirma. La veo refregarse la muñeca, está cubierta por pulseras. Ella se fija en que la estoy viendo y esconde su brazo fuera del alcance de mi vista. -      ¿Cómo es tu familia? – pregunto agarrando mi anotador y un Boli. -      Papá, mamá y hermano insoportable – se encoge de hombros – lo normal. -      ¿Y tus amigos? -      Mi mejor amigo se llama Evan, es bueno conmigo. Y tengo otros amigos en… ¿Menor grado? – ladea la cabeza – o menos importantes. Son amables conmigo. Lo normal. -      ¿Y tus clases? -      Literatura es mi fuerte,  también inglés. Álgebra es insufrible, pero me esfuerzo lo suficiente. – me mira con unos ojos brillantes y relajados. Tiene los ojos grandes y con muchas pestañas. Por momentos me parecen paredes de cemento reforzadas en titanio, con cadenas y candados como protección. – ¿Alguna otra pregunta, psicólogo? -      ¿Has sufrido algún… ataque de ansiedad, pánico, nervios? – pregunto mirándola fijo. Ella traga saliva y se remoja el labio inferior. Su vista se desvía a la ventana. -      Jamás. ¿Cómo es eso? -      No importa – respondo de inmediato –Veo que estás perfectamente. -      Te lo dije – se encoge de hombros – mejor suerte con tu próxima víctima. -      Gracias – digo con voz cansina. Me siento… ¿Derrotado? Ella miente en mi cara. Me siento inevitablemente decaído. -      Adiós… -      Connor Johnson. -      Señor Johnson. -      Dime Connor – pido. Ella asiente y se acerca a la puerta para irse. – Charlotte – la detengo. Logrando que se voltee a mirarme – Aunque estás aparentemente sana, quiero que vengas si quieres hablar… de lo que sea. Soy bueno escuchando… -      No creo que seas bueno escuchando – ríe – pero está bien, lo tendré en cuenta. -      Buen día Charlotte. -      Buen día… Connor. 
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