- No quiero pedir demasiado – Connor estaba arrodillado a un lado de su cama. Orando. Jamás lo hacía pero sintió la extraña necesidad de hacerlo. Se sentía perdido con respecto al futuro y le pareció que sería buena idea hacer caso a su madre y recurrir a Dios. – Solo quiero que me des una razón de existir. Si no es mucho pedir, claro. Quiero hacer algo que marque la vida de alguien, quiero dejar una huella, ayudar a las personas… Dime qué hacer.
Se fue a la cama esperando que resultara. Bien. Quizás no era lo suficientemente religioso como para tener demasiadas esperanzas, pero según su madre, Dios iba a escucharlo sin importar qué. Así que decidió dejarlo en manos del de allá arriba. Eso haría, quizás iba a funcionar, quizás no. En cualquier caso no perdía nada, o esperaba no hacerlo.
Una semana más tarde, Connor estaba se inscribía en la universidad de Nueva York, en el programa de Psicología Clínica. La atracción por la carrera había sido tan repentina e impulsiva, que le pareció una locura el siquiera considerar la posibilidad de tomar esa dirección. Un psicólogo. Interesante. Bien pagado. Podía hacer algo para ayudar a alguien y estaba cerca de casa. ¡Qué mejor!
Ahora solo quedaban algunos años de carrera y ¡Boom! Sería alguien en la vida, alguien con un propósito, con una meta… solo debía esperar por el título.