Capítulo I. La boda

1605 Words
—No. Era increíble como un simple monosílabo había sido capaz de destruir mi vida en un segundo. Mi mirada se cruzó de inmediato con la de mi novio Alessandro… o mejor dicho, mi ex novio Alessandro, la cual era una mirada llena de pena, de desilusión y vergüenza. Mis labios comenzaron a temblar a la misma vez en que mis ojos derramaban torrentes de lágrimas sin que pudiese hacer algo para detenerlas. Poco a poco y cuando fui capaz de comenzar a escuchar los murmullos de los invitados a nuestra boda, fui retirando mis manos de entre las suyas, sintiendo como mi corazón se hacía pedazos. —Lo siento tanto, Colette —continuó hablando él, poco después de haber dicho que no a la pregunta del padre sobre pasar el resto de su vida a mi lado. El sacerdote continuaba estático frente a nosotros, viendo de un lado a otro en notoria incomodidad, esperando quizás una leve reacción de mi parte para así dar por terminada aquella vergüenza de clase mundial. —Solo que comprendí que no voy a ser capaz de poder lidiar con tu trabajo. Limpié mis ojos bruscamente, comenzando a sentir esporádicamente una enorme rabia hacia aquel tipejo que se había quedado con los mejores ocho años de mi vida. Boté el ramillete a sus pies, seguido del velo que cubría mi cabeza. Ni siquiera deseaba volver a ver a mi hermana y mi mejor amiga, quieres se encontraban sentadas en la primera fila de sillas. Lo único que deseaba en aquel momento era poder desaparecer de aquella pesadilla. —Colette, entiendo si estás molesta, pero… —¿Molesta? —hablé al fin, casi escupiendo las palabras—, ¿Por qué estaría molesta? ¿Por qué eres lo suficientemente cobarde como para humillarme dejándome frente a todos? —continué hablando, dejando salir toda la rabia que comenzaba a ahogarme—, no, para nada. Si lo único que deseo es que te pudras, Alessandro —terminé diciendo, antes de girarme y comenzar a caminar a paso rápido hacia la salida de la iglesia. —¡Colette, espera! —escuché a mi hermana llamarme, pero no me detuve, simplemente me quité los zapatos y comencé a correr. *** —Así que el imbécil de Alessandro te dejó en el altar —habló Luca, mi gran amigo de la infancia al poner otra copa de Jack Daniels frente a mí. Me encontraba sentada frente a la barra de su bar, ubicado justo en el centro de París. Había llegado desde hacía tres horas atrás, y Luca solo se había limitado a poner frente a mí, bebida tras bebida, sin detenerse a preguntar algo sobre mi vestido de novia o mi maquillaje corrido al haber llorado en exceso. Alcé la mirada y lo miré. —¿Cómo lo sabes? —Son solo sospechas —comentó, viéndome de arriba abajo—, tal vez tu imagen de novia zombie lo diga todo. —Eres un idiota, Luca. —No, no lo soy. Incluso pienso ahora que alguien debió de decirte con anterioridad que el niño tierno de Alessandro, no era para ti —habló, torciendo una sonrisa—, ¡Oh espera! Creo que yo de lo advertí en más de una ocasión —terminó diciendo, muerto de la risa, mientras yo me limitaba nada más a mostrarle mi dedo medio. —Alessandro es un estúpido, ¿En serio pensaba que yo me revolcaba con todo chico al que acompañaba a esas reuniones? ¡Carajo, Luca! Es mi maldito trabajo, nada más —dije, sintiendo otra vez como la rabia invadía cada poro de mi cuerpo. Comencé siendo dama de compañía desde que cumplí 20 años, y a pesar de que no era un trabajo fácil, debido a que muchos clientes irrespetaban el contrato y algunas veces trataban de sobrepasarse, era de muy buena paga, ese trabajo me había ayudado a vivir en una de las mejores zonas de París junto a mi hermana, pues era un sitio tranquilo y con la exquisita vista de la torre Eiffel de fondo. Aun así, cada vez que tuve un cliente, jamás dejé que se sobrepasara conmigo, había sido clara con Alessandro en cada aspecto, le tenía mucha confianza y le contaba de todo lo que pasaba en mi trabajo. Él siempre pareció tomarlo bien, hasta el día de hoy cuando confesó no poder lidiar con ello. Tiré mi cabeza hacia atrás y dejé caer ahí el contenido de mi copa, después hice una mueca al sentir como el líquido escocía mi garganta al bajar. —Quieta, fiera. No quiero que vomites mi bar. —Trae otro. —No. Creo que has bebido suficiente, Colette. Es hora de que regreses a casa. —No quiero hacerlo, ahí todo me recordará a Alessandro —murmuré al sentir como la fragilidad comenzaba a llenarme. ¿Cuánto tiempo tardaba una persona en sanar un corazón roto? Por Dios, habían pasado un par de horas desde entonces, y sentía como mi mundo se me venía encima. La imagen de Alessandro cuando despertaba sonriéndome rondaba mi cerebro, torturándome lentamente, además de cada palabra llena de amor que me dedicaba. Cada recuerdo maravilloso que tenía a su lado, daba vueltas sin parar, sin darme una tregua para dejar de sentir tanto dolor. Ni un solo maldito recuerdo malo llegaba, no, era como si Satanás se estaba encargando de hacerme vivir mi propio infierno sin haber muerto. —¡Colette! Estaba tan preocupada por ti. Miré a mi derecha, donde Sophie, mi mejor amiga y a la vez jefa, tan despampanante y hermosa como siempre, se había dejado caer en la butaca a mi lado, colocando frente a mí una carpeta transparente, con unos documentos dentro de ella. —Siento tanto lo que pasó con Alessandro; ese tipo no te merecía ni en un millón de años, amiga. No merece todas esas lágrimas que has derramado por él. —Me siento tan humillada —comenté, sintiendo como mis ojos se llenaban de lágrimas otra vez—, Sophie, planeamos tanto esta boda, para que después fuera tan cobarde para abandonarme de esa manera. —Si te hace sentir mejor, antes de salir de la iglesia, le pateé las pelotas —confesó, sonriendo de medio lado mientras acariciaba mi brazo descubierto, sus ojos color avellana viéndome con ternura—, y Jolie lo grabó y lo subió a YouTube para que puedas verlo; ¿No somos geniales? Me fue imposible no echarme a reír al imaginarme dicha escena. Definitivamente deseaba haber tenido el valor de hacerlo yo misma, antes de salir como una loca de aquel lugar. —Mira que no te miento —dijo Sophie, buscando en su teléfono. Me reí aún más al ver la cara de dolor de Alessandro ante la patada de mi amiga en sus partes nobles, quien además, lo había mandado al diablo de una manera muy sutil. La pequeña rubia definitivamente tenía su carácter. —Nadie se mete con mi chica —terminó diciendo. Le sonreí y asentí hacia ella. Sintiéndome dichosa de tenerla a mi lado, pues Sophie, además de ser mi jefa, se había convertido en mi mejor amiga; aquel tipo de mejor amiga que era confidente, divertida, generosa y amorosa. —Bueno, ahora hablemos de trabajo —arguyó, cambiando drásticamente el tema mientras se inclinaba a buscar entre la carpeta que había puesto frente a mí. Puse los ojos en blanco y alejé la mirada. —¿En serio, Sophie? ¿Tú nunca dejas de trabajar? —El trabajo es lo que me mantiene sobria, querida. Así que no te quejes. Y sí que lo hacía. Pues antes de convertirse en una empresaria, Sophie era alcohólica y drogadicta, por lo que, pasar su tiempo envuelta en documentos y nuevos clientes, era lo que la ayudaba a mantenerse lejos de aquel mundo que casi llega a matarla. —Mira, tenemos un nuevo cliente. Me ha contactado su mayordomo, pues supo de mi empresa de damas de compañía por la web —explicó, mostrándome ciertos documentos, donde en cada uno de ellos sobresaltaba el nombre “Las Bahamas” —, no es de Francia, ni de nuestros vecinos Italia o España, Colette. Es por eso que ofrecen pagar muy bien —me mostró el monto y fue ahí que entendí por qué la tenía tan ocupada dicho trabajo, pues a decir verdad, nunca había visto tantos ceros juntos. —¿Acaso estás bromeando? ¿Van a pagar medio millón de euros solo por una dama de compañía? ¿Sí le dijiste que no somos prostitutas? —Lo saben, cariño —asintió—, recuerda que está en nuestras políticas. —¿Y por cuánto tiempo? —Ese es el motivo de la suma, pues es indefinido —se apresuró a decir—, según explicó Francis, el mayordomo, es un caso un tanto difícil. El servicio es para su jefe Nicolás Clark. Hace seis meses perdió a sus padres en un accidente aéreo, por lo que, a pesar de tener 26 años, se encuentra sumergido en una terrible depresión, de la cual, la dama que vaya a enviar hasta su casa, deberá de ayudarlo a salir. —¿Y por qué me lo pides a mí? —Por dos razones —habló, señalando con sus dedos—, te acaban de abandonar en pleno altar, por lo que mereces irte lejos por un buen tiempo, servirá para que olvides al imbécil de Alessandro. —Oye gracias, amiga. —Déjame terminar, Colette —dijo, señalándome acusatoriamente—, bien sabes que no confío en nadie más para que haga un trabajo como este. Pues a pesar de ser mi mejor chica, eres mi mejor amiga, y confío plenamente en mí. Además, eres jodidamente hermosa, mujer. Jamás hubiese pensado en otra persona que no fueses tú. Suspiré mientras pensaba en esa posibilidad. La cual era verdaderamente tentadora. ¡Dios mío! Era Las Bahamas, un sitio lleno de playas y lugares de descanso, pero a la vez, no dejaba de pensar en Jolie, mi hermanita pequeña. Pues a pesar de que ya había cumplido sus 20 años, solo me tenía a mí. —Me preocupa Jolie. —Colette… Jolie es solo cuatro años menor que tú, estará bien. Ya puede cuidarse sola, pero además, sabes que no voy a abandonarla. —Okay, me convenciste. Estoy dentro —dije sin siquiera detenerme a pensarlo por más tiempo.  
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD