Capítulo XXXVI
Charlene Bonneville rotaba lentamente sobre sí misma en el espacio profundo.
El mono presurizado la mantenía caliente y le transmitía una agradable sensación de seguridad. Con los ojos plácidamente enfocados delante de sí veía el disco de Júpiter pasar tranquilamente por delante de ella, desaparecer dejando en su lugar estrellas que resaltaban en el n***o insuperable del espacio, y volver para saludarla con su color amarillo ocre.
«Qué paz...», se dijo Charlene por la enésima vez.
Ya llevaba fuera más de una hora, y a medida que pasaba el tiempo se iba relajando cada vez más. No había ningún sitio en la Tierra que pudiera ser más tranquilo que donde se encontraba en ese momento. A unos cien millones de kilómetros de Júpiter, entre la órbita de ese planeta y la de Saturno
